Por María Jaunarena
En su segunda incursión en ópera infantil, la talentosa y reconocida
régisseuse María Jaunarena dirige La Cenicienta, que Gioacchino
Rossini escribió a los 25 años a partir del clásico cuento de hadas de
Perrault. Una pieza de alegría contagiosa que MJ ha adaptado para chicos y en
versión libre al castellano, donde no falta magia ni zapatito encantado. Ni las
brillantes músicas creadas en 1817 por el adorado compositor, muy aclamado en
su época.
María Jaunarena |
Con extensa
formación en teatro, danza, música, artes visuales, y una maestría en Arts
Management del City University (Londres), Jaunarena comenzó como gestora en
Juventus, realizó exquisitos vestuarios, se largó como asistente de su madre
(Ana D’Anna) primero y luego como régisseuse, obteniendo el Ace por su segunda
y memorable dirección de escena, La flauta mágica, de Mozart. Ya
había deslumbrando con Otra vuelta de tuerca, de Britten; y
continuó haciéndolo con arriesgadas versiones de Medea, Las
bodas de Fígaro, Carmen (codirigida con Ana D’Anna, su
madre) y Orfeo y Eurídice (para la cual escribió además la
dramaturgia). Este 2017, cerrará la temporada oficial de Juventus en el teatro
Avenida con El conde Ory, ópera cómica de Rossini, y ya prepara el
vestuario de Turandot, que estrena los primeros días de septiembre
con régie de D’Anna.
Hasta entonces, brilla con La Cenicienta -producción
infantil de Juventus que continúa el éxito de La flauta mágica del
año pasado en Ciudad Cultural Konex-, una historia que nos acompaña desde
tiempos remotos, sobre la que escribe a continuación…
La historia de Cenicienta la
conocemos todos. La conocieron nuestros padres, los padres de nuestros padres,
sus abuelos, sus tatarabuelos. Es una historia que se remonta al comienzo mismo
de nuestros recuerdos como civilización, que fue contada a los más chicos
incluso en los brotes de nuestra historia. De boca en boca, en millones de
noches antes de ir a dormir, repitiéndose al unísono en distintos países. Hay
una versión que se remonta a la Grecia antigua en la que una griega vendida
como esclava termina casada con el emperador de Egipto quien, para encontrarla
antes, manda a buscar a la dama a la que le entre una sandalia dorada. Pies
de loto es la versión china de la época de la dinastía T’ang (618-907
d.C.). Y también hay una versión vietnamita y una india. Todas estas versiones
ya existían cuando Charles Perrault decidió escribir el cuento en 1697, que
luego retomaron los hermanos Grimm (1812), y que catapultó Disney con su
película (1949) en un momento en que la empresa estaba atravesando una
situación muy dura después de la guerra y de las pérdidas producidas por Fantasía y Pinocho.
“Necesitamos una muchacha en problemas – decía Walt Disney – eso va a funcionar
como funcionó Blancanieves”. La historia demostró que tenía razón.
Con Cenicienta, Walt Disney salvó su empresa y asentó las raíces
del gigante cinematográfico que todos hoy conocemos.
“¿Cómo es posible –se pregunta el académico español Antonio Rodríguez
Almodóvar – que un relato que tiene hasta miles de años detrás siga reclamando
nuestra atención? ¿Qué significa un hecho cultural tan extenso y tan profundo
como para que, todavía hoy, nos estemos replanteando su sentido?” Tal vez los
cuentos de hadas escondan un tesoro. El poeta alemán Schiller escribió: “el
sentido más profundo lo encuentro en los cuentos de hadas que me contaron en la
infancia, más que en la realidad que la vida me ha enseñado”. Como
señaló el psiquiatra infantil austríaco Bruno Bettelheim: “el niño necesita que
se le dé la oportunidad de comprenderse a sí mismo y al mundo que lo rodea,
precisamente porque su vida, a menudo, lo desconcierta”. Mucha literatura
infantil actual evita o dosifica el conflicto eludiendo situaciones de
sufrimiento o dolor, lo que muchas veces termina sin proporcionar ningún
sentido al pequeño lector. Alivianar el material de lectura de un niño implica
también menospreciar la seriedad de sus propios conflictos. El hecho de que
nosotros como adultos hayamos “superado” la etapa de la infancia, en nada
menosprecia su dificultad. Simplemente ya hemos transitado ese camino. Y eso es
lo que hacen los cuentos de hadas. El niño más que nadie necesita que le den
sugerencias en forma simbólica para poder él también emprender su propio
camino. “Las historias seguras –continúa Bettelheim– no mencionan ni la muerte
ni el envejecimiento, límites de nuestra existencia, ni el deseo de la vida
eterna. Mientras los cuentos de hadas enfrentan debidamente al niño con los
conflictos humanos básicos [porque] suelen plantear, de modo breve y
conciso, un problema existencial”. Además, su poder de comunicación de valores
morales es contundente: en los cuentos de hadas el “malo” tiene el poder
transitoriamente, a la larga siempre pierde, y el crimen no resuelve nada. Y
esto tiene una persuasión infinitamente más efectiva que cualquier enunciado
moral abstracto. En ese sentido, el personaje de la Cenicienta condensa un nudo
de miedos que se mueven vertiginosamente en la mente del niño sin respuestas
adecuadas: el temor a la muerte de los padres, la burla – que puede alcanzar
situaciones de sometimiento– de sus hermanos o pares – en palabras
modernas, el bullying–, la conciencia de ser distinto pero no
poder demostrarlo y finalmente, la ansiada conquista de la libertad de todo lo
que lo oprime.
Por otro lado, ¿qué rol juegan en esta historia la ceniza y la suciedad?
La investigadora y escritora argentina Ana Guillot en su atrapante libro Buscando
el final feliz sugiere la idea de que “el tesoro no siempre está a la
vista” y que el fuego tiene simbólicamente un sentido purificador. Como en la
historia del ave fénix, el paso por el sufrimiento del fuego habilita la
resurrección, para luego poder sentir que, como por arte de magia, un hada nos
permite dejar de estar sucios de polvo y cenizas para poder llegar a donde
siempre quisimos o debimos estar. En algún punto, ése es el viaje que nos
propone el cuento –y también nuestro propio devenir–. Y para emprenderlo
necesitamos un hada madrina. En cada versión de la Cenicienta el hada, este
catalizador que le permite a la muchacha pobre y desaliñada llegar al príncipe,
tiene un aspecto distinto. En Grecia ha sido un águila, en las versiones
orientales un pez parlante, un hada madrina en Perrault, un árbol sobre el que
se posan palomas en los hermanos Grimm, un mago mendigo en la versión de la
ópera para niños que proponemos. En cualquier caso, el hada (pez, águila,
árbol, paloma, mago) desata en la niña una fuerza interior incontenible que le
permite escapar y transgredir un orden opresivo.
¿Cuál es el aporte que realiza Rossini a esta historia? Irreverente,
provocador, bon vivant, ridículo, bufo y sutil al mismo tiempo,
Rossini fue un artista que supo manejar a la perfección una de las armas más
corrosivas de todos los tiempos: el humor. Y al igual que la risa, sus melodías
son tremendamente contagiosas. Rossini disfrutó de su vida. Fue querido y
esperado por miles de fanáticos en cada ciudad a la que asistía, con una
popularidad semejante a la que tendría hoy una estrella de rock.
Increíblemente, a los 38 años se retiró y se dedicó a ofrecer grandes banquetes
en su casa para que sus amigos disfrutaran de las recetas de cocina que
inventaba. Como un hada con su varita, todo lo que tocó lo hizo deseado,
ingenioso, luminoso y brillante. Pero no sencillo: los cantantes que
interpretan sus partituras tienen que hacer malabares y ser capaces de lograr
sus famosas “coloraturas”. Así se llaman esas cataratas de notas que hay que
dar en una misma sílaba de texto. Rossini las añade todas las veces que puede y
su Cenicienta las tiene en todos los rincones de la partitura.
Y, ¿a qué suena una coloratura sino a una gran carcajada? Una gran carcajada
tan fuerte y detonante como la que suena cuando los niños logran reírse de sí
mismos, de sus propios miedos, cuando logran parodiar finalmente aquello que
los asustaba y amenazaba. A la manera de Umberto Eco en El nombre de la
rosa, el humor quizá sea una de las pestes más temidas por las estructuras
opresivas y asfixiantes. Sencillamente porque como un hongo endemoniado que
pudre hasta las raíces más sólidas, tiene un poder catártico que debilita hasta
los cimientos de los más fuertes. Esa es para mí el hada madrina que asiste a
los niños y por suerte, también a los adultos. Una magia demoledora que nos
sacude el polvo de la misma manera que lo hace Rossini: cada vez que suena su
música, nos toca con su varita, y comenzamos a reír.
La Cenicienta se presenta del 24 de junio al 12 de agosto. Todos los
sábados a las 15 hs. Y jueves 20 y 27 de julio, 11 hs. Entradas en
venta en Ticketek o en Ciudad Cultural Konex
(Sarmiento 3131).
Cenicienta: Florencia Machado, Cecilia Pastawski
Dandini: Gabriel Carasso
Príncipe Ramiro: Santiago Martínez, Sebastián Russo
– Elías Ongay (cover)
Alas de Oro: Walter Schwarz, Gabriel Vacas
Clorinda: (hermanastra): Sabrina Cirera, Laura Penchi
Anastasia: (hermanastra): Verónica Canaves, Estafanía Cap
Magnífico: Roman Modzelewski, Enzo Romano
Guardia imperial: (coro): Matías Cruz, Max Hochmuth,
Mauricio Meren, Elías Ongay, Julio Rallé, Rodolfo Pettinicchio, Germán Valenti
Dirección musical: Hernán Sánchez Arteaga
Asistente de dirección musical: Pablo Manzanelli
Dirección escénica: María Jaunarena