De Bell Ville a la Capital, con indeclinable vocación

Por Moira Soto

Crédito Lucas Schlott
Perceptiva y receptiva, intelectual y visceral, Bárbara Massó escuchó de muy niña el llamado de las tablas, ese deseo de ser actriz que ella misma no sabe muy bien de dónde brotó tan tempranamente en su terruño, allá en Córdoba. Lo cierto es que ya a los 7 pidió ir a un taller de teatro para chicos, y ahí confirmó que lo suyo era la actuación. Así fue que Bárbara, pocos años más tarde, en un lugar donde no podía ver obras de teatro, donde no había actividades relacionadas, encontró una forma de canalizar su apetito de interpretar preparando y haciendo en el escenario monólogos para competencias culturales durante el secundario. Esa intrepidez vocacional tuvo felizmente gestos de apoyo en su familia, en algunos profesores del colegio.

A sus flamantes 18, la aún adolescente Bárbara se vino solita a Buenos Aires, a una pensión, sin conocer a nadie, sin contactos de ninguna especie. No fue fácil, obvio, pero BM, con admirable tenacidad para vencer angustias y desalientos, lo logró: ingresó en el entonces IUNA, hoy UNA (Universidad Nacional de las Artes), y fue para adelante. Tanto que hoy vive dignamente de su oficio.

Actualmente, BM es bastante más que una joven promesa sub30, aunque los jurados que votan candidaturas y premios parecería que aún no se dieron cuenta. En estos días, la actriz despliega amplia paleta de emociones en la afligida, doliente Adela, de la obra Adela está cazando patos, y en Rabia Roja, desdoblándose en varios personajes en este impactante, suntuoso homenaje a Salvadora Medina Onrubia. Ambos espectáculos pertenecen a su hada madrina, Maruja Bustamante, que dice de ella: “Cuando la vi, supe que era buena”. Un calificativo que podría aplicarse tanto a la actriz como a la persona, porque Massó suena igualmente sincera en el escenario y en la vida. En la conversación con Damiselas, algo incontaminado se puede presentir en ella; algo íntegro e idealista. Esa ausencia de tics y manierismos se puede notar –sin confundir los planos, claro- en esta entrevista donde Bárbara no intenta “vender” nada, no se cuida de “quedar bien”, nunca es autocomplaciente. Como dice MB de BM: “Ella deja las escenas para el teatro”. Y en el teatro es muy capaz de ofrecer iluminación garantizada.

Massó, de niña
“En los pueblos se suele elevar a la categoría de belleza a ciertos arquetipos promovidos por los medios gráficos y audiovisuales”, memora Bárbara Massó del lugar donde pasó infancia y adolescencia. “Y ser un poco diferente cuando sos muy joven, se vuelve medio inconfortable a veces. Al menos, así fue un poco para mí. Por eso, en análisis necesité un tiempo para poder definir qué era realmente para mí la belleza, cuánto me había sido impuesto… Y empezar a construir mi categoría singular, separándome de lo que es paradigmático, pura imagen. Entonces, cuando pude descifrar lo que era para mí la belleza, el resultado nada tenía que ver con ciertos preconceptos dominantes. Y en consecuencia empecé a sentirme mucho mejor”.

¿Qué descubrimiento hiciste acerca de la belleza?

-Que no tenía que ver exclusivamente con el aspecto físico. Que la apreciación es extremadamente subjetiva, referida a los propios gustos, a las influencias que recibiste.  Para mí, personalmente, la belleza tiene mucho que ver con la forma de ser del otro, de la otra, con sus pensamientos, con su visión del mundo. Me di cuenta de que había pretendido erradamente para mí esos formatos prefabricados de muñecas televisivas que propone el mercado. Y comencé a advertir que las mujeres que me parecían bellas estaban lejos de esa cosa seriada. Esto lo notaba en las distintas relaciones personales, también como espectadora de teatro, de cine. Pero tuve que hacer todo un trabajo para apropiarme, para aplicarme a mí misma esa nueva valoración.

Massó en Dios tenía algo guardado para nosotros
¿Salirte del canon y sentirte bien en tu piel?

-Claro, total. En el interior funciona bastante la elección de la reina de la primavera, etcétera. Un imaginario asociado a ese prototipo de belleza del que te hablaba antes: la de ser más linda, la más agraciada. Como si se tratara de una competencia, de un lugar ideal al que hay que llegar, una meta para muchas chicas. Como si el aspecto físico fuera de por sí un mérito. En relación a toda esa mentalidad, el teatro resultó bastante salvador para mí.

Cierta vez, en una entrevista, me dijo Griselda Gambaro: “La belleza es un reflejo”. Definición breve y perfecta, porque es cierto que una puede ver en una cara que no es convencionalmente bonita ese reflejo, esa luz de la belleza.

-Qué buena esa frase, me la voy a anotar. Sintetiza muchas cosas.

De niña
¿Hasta qué edad viviste en Bell Ville?

-Cumplí los 18 allá en febrero de 2008. Había terminado la secundaria y me vine para acá, sola.

¿De dónde sacaste las agallas para dar semejante paso?

-Fue la decisión más importante de mi vida, y también la menos enroscada, a la que le di menos vueltas. Es verdad que el deseo venía de lejos: a eso de los 10 años, le había dicho a mi mamá que quería venir acá a estudiar. A los 14, sentada un día a la mesa en el almuerzo familiar, le pregunté a mi papá: “Ché, ¿a vos te molestaría que yo estudiase actuación en Buenos Aires?”. Mi viejo me respondió que no, que cada uno tenía que hacer lo que más le gustara…

¡Ídolo tu papá!

-Mi papá es muy capo. Él fue quien un día, tiempo después de este diálogo, me informó: “Bárbara, hay una universidad de arte…”. En realidad, en ese entonces, el IUNA todavía era un instituto. Me acuerdo de haber empezado enseguida a mirar en Internet el programa de la carrera que quería seguir. O sea que la idea de irme a estudiar actuación era algo que estaba latente mientras pasaban los años de la secundaria. Y llegó el 2007, ya terminaba ese ciclo. Me agarró como un miedo de no poder entrar en el IUNA. Imaginate, ni siquiera sabía que existía la EMAD, cosa de la que me enteré estando acá. Considerando esa posibilidad, comenté en mi casa: “Bueno, quizás tendría que anotarme en la UBA, en sociología, ciencias políticas”. Mi papá reaccionó: “Pero vos, ¿qué querés ser?”. “Actriz”. “Bueno, anótate en actuación y después ves qué sucede…”. Tenía razón. Y vine, me anoté, entré. Fue duro ese primer año, vivía en una pensión. Un movimiento importante del pueblo a la ciudad grande. Estuve como seis meses bastante angustiada. Pero siempre, en el fondo, bien segura de que me gustaba mucho lo que había elegido. Me empecé a rodear de amigos, estudié un montón, subí al escenario, acá estoy.

De niña
Viviendo en Bell Ville, ¿habías tenido algún contacto directo con el teatro?

-Mirá, mi viejo es contador; mi mamá, licenciada en recursos humanos –aunque en esa época todavía no se había recibido-. La familia de mi papá es deportista, así que lo primero que hicieron conmigo fue mandarme a tenis, que mucho no me gustaba. Se abrió un curso para chicos de teatro y mi mamá me preguntó si quería ir. Yo tenía 7, dije que sí. Me metí en ese taller y me empecé a entusiasmar. En mi pueblo hay una Unión Bellvillense de Estudiantes Secundarios. Algo así como una ong donde se organizan anualmente dos copas: la de deportes y la cultural. En esta última se hace una especie de competencia de monólogos de drama y de comedia. Cuando comencé la secundaria, como es de suponer, me incliné por la cultural, y trabajé en el armado de monólogos, actué bastante. En Bell Ville no había mucha movida relativa al teatro, de modo que no tenía a dónde recurrir para buscar materiales, obras.

¿Cómo te las arreglabas para hacer los monólogos?

-Para el primero que armé, me basé en un cuento que figuraba en una revistita que me había regalado mi abuelo. Lo firmaba una escritora cordobesa, Graciela Bialet, la autora de Los sapos de la memoria. Leí ese relato y pensé que servía para un monólogo, y lo armé. Fue como una intuición que tuve de que había que adaptarlo un poco para que funcionara al decirlo…

Saturnalia
Quizás sin ponerle ese nombre, ¿elaboraste espontáneamente una dramaturgia?

-Sí, es verdad. Nunca lo había pensado de ese modo. Tiempo después, hice otro monólogo sobre Eva Perón, mirá qué loco. Leí Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez, y luego un amigo de mi viejo que es muy peronista –mi familia, no- me pasó los documentales de Favio. Miré también las películas que había sobre Evita, y con toda esa investigación escribí un texto.

¿Guardaste ese monólogo?

-No, no lo tengo, aunque creo que hay un video. Bueno, mi mamá se copó y llamó a una chica que sabía peinar para que me caracterizara un poco, porque soy medio morocha… Me pintaron el pelo con aerosol, un delirio. Porque la competencia de monólogos era a las 10 de la mañana: los veían el jurado y unas pocas personas del público.

¿Alguien te dirigía, te coucheaba, algo?

-No, no tenía ese recurso. Todo era hecho con ganas, dedicación, amor… y pura intuición. Pero en un punto muy precario. Sí tuve desde primer año a Iván, mi profesor de literatura, que fue muy importante. Él nos dirigía en las actuaciones grupales. Justamente, en estos días me llamó para pedirme ayuda en una obra que están preparando para la competencia de este año. La escuela pública normal tenía esa actitud tan linda de alentar esas experiencias, nos daban permiso para ensayar en horas de clase. Había una profe de educación física que nos decía: “Los que se ocupen de la parte cultural pueden ensayar en mi hora”. Entonces, me salvaba del vóley y podíamos preparar la actuación en ese espacio.

O sea que creciste en un pueblo con reinas de belleza y otras convenciones por el estilo, pero con unos padres de cabeza abierta y algunos buenos profes en el colegio.

-Así fue, estaban los dos polos. En mi escuela yo hacía una orientación en ciencias sociales que resultó muy fundamental en mi vida. También tenía esos docentes que fomentaban el pensamiento crítico, esa duda sobre las cosas. Después estaba la tía Chela, que ahora ya es doctora en ciencias sociales, que me regalaba libros. También mi papá viajaba a Buenos aires y me traía regalos como el librito de Hamlet que el otro día releía antes de la función de Adela está cazando patos. Me lo dio cuando yo tenía 15 y le pedía que me comprara obras de teatro cuando se iba por trabajo.

Mirá qué premonitorio tu papá, ¡justo el Hamlet a la futura intérprete de Adela, reversión de esa pieza de Shakespeare en el norte argentino contemporáneo!

-Re. Ay, lo amo a mi papá. También me compró Romeo y Julieta. Sí, tuve esa gran suerte de que me fomentaran lo que sin duda era una inclinación mía muy fuerte. Aparte, en la escuela, por la orientación que había elegido, teníamos proyectos, interveníamos instituciones públicas, nos tocaba trabajar con niños, adultos. También participé en el centro de estudiantes, estuve en cierta forma muy vinculada a la militancia no partidaria, pero con mucha conciencia social. Y daba clases en una escuelita de apoyo social de mi profe de literatura, hicimos un musical con los pibes el último año que estuve allá. Mucha actividad en cosas que me importaban.

Tuviste que encarar un cambio radical cuando te instalaste acá.

Massó preadolescente
-Muy, muy grande. De estar empapada de aquella movida social, llegar a Buenos Aires y meterme solo a estudiar fue un sacudón. Ver a la gente pidiendo en la calle me hacía sufrir, me sentía culpable de no poder hacer nada por esas personas en esta mole tan enorme. Hablé ese primer año con Iván, le comenté mis pesares y me dijo: “Primero ocúpate de estar bien vos, y a partir de lograrlo vas a empezar a poder proyectar para afuera”. Además, mi mamá, que fue muy generosa conmigo porque le costó la separación, estaba preocupada por los riesgos de la gran ciudad, me pedía que la llamara seguido. En cambio, mi papá, que conocía Buenos Aires, me sugería que tratara de hacerme amigos. Al principio, la soledad se hacía sentir, todavía no conocía a nadie. Por eso agradezco tanto el apoyo de mis padres, que me acompañan hasta el día de hoy: tengo un estreno y dejan todo para venirse a verme. Ahora que llega lo del Regio, con Rabia Roja, están más que contentos.

Más allá de los momentos duros que pasaste en la primera etapa, te trajiste refuerzos de Córdoba…

-Claro que sí. Aunque había escasez en materia teatral, tuve otros estímulos, apoyo en el plano familiar y en la escuela, la actividad social que te comenté. Por algo pude empezar a producir en Bell Ville.

Y llegó el día del ingreso al IUNA.

-Fue en febrero, con una vendita porque me había esguinzado. Entré de una al IUNA: hice el ingreso ese año y lo logré. Se abrió un mundo mágico, ilimitado para mí. Salvo uno, los profesores de ese primer año estaban copados, empecé a tener amigos a los que les gustaba lo mismo que a mí. La primera etapa fue de mucha ansiedad, hasta que empecé a bajar un poco. Éramos dos Bárbaras y dos Eugenias, cuatro amigas que pasábamos muchos tiempos en la universidad, aparte de las clases. El segundo año, hice actuación con Analía Couceyro,  el tercero con Silvina Sabater y ahora trabajo en su cátedra. Ahí me empecé a enterar de sitios como el Sportivo, donde estuve un tiempo paralelamente. Me dediqué a leer textos de teatro, de filosofía. Íbamos en grupo a ver obras, las comentábamos…

¿Por qué elegís a Sartre para tu tesis?

Pollerapantalón
-Leí El existencialismo es un humanismo. Trabajé con mi directora y amiga, Eva Carrizo Villar, profe de filo, actriz. Había leído algunas cosas de filosofía, pero no tan dura. Ella me ayudó mucho a entrarle al libro, me acompañó, me sugirió. El existencialismo… se relaciona con la propuesta de Silvina Sabater, que me dijo: “Mirá, Sartre tiene un arco de producción que va de lo fenomenológico, ontológico digamos, al compromiso con lo histórico y con lo político”. Pudimos trabajar entonces desde una perspectiva teórica por un lado, pero por otro muy personal. Eva me propuso un modo de escritura que usó Marie Bardet al referirse a Bergson y la danza.  Es decir, hubo en el trabajo una zona dura, teórica, y otra que escribí en primera persona. Trabajé primero la posmodernidad, la dificultad del compromiso político y sus posibilidades en la actualidad, investigué otros autores. Después, hicimos un análisis de la propuesta de Silvina sobre Ofiuco, obra en la que trabajé. En la última parte del IUNA, milité en una agrupación: el compromiso que había adquirido en mi tercer año con Silvina me permitió comprometerme también con la institución. Ese es el arco de la tesis. Como resultado, medio que me enamoré de Sartre, seguí leyéndolo. Es muy interesante lo que él dice sobre el teatro, establece una relación entre el teatro filosófico y la filosofía dramática: unos cruces buenísimos.

Se han dejado de representar sus obras.

-Es cierto, pero pienso que se podrían hacer relecturas actuales. Un poco te lo linkeo al caso Salvadora Medina Onrubia, a quien me he dedicado bastante el último año. Nada que ver entre sí, obvio, salvo en el sentido de que quedaron relegados. Gael Policano Rossi le mandaba a Maruja las poesías de Salvadora incluso antes de que estuviera armada la obra Rabia Roja. Y me entusiasmé al leerlas, me quería comprar el Misal de mi yoga. Pero me enteré de que no estaba en librerías, solo en la Biblioteca Nacional, y en alguna oferta carísima de Mercado Libre. ¿Por qué no se reedita?

A través de estos años de estudio y trabajo, ¿tu fe en la actuación se mantiene inconmovible?

-Sí, mal, totalmente. No tengo la menor duda. Solo una vez, cuando me fui de viaje a Europa después de recibirme, pensé: ¡qué lindo vivir viajando! Y sentí que mi profesión me retaceaba eso… Pero sabiendo en mi corazón que estaba por delante del teatro que, además, dado mi temperamento con tendencia a angustiarme, siempre me rescata.

Dios tenía algo guardado algo para nosotros
¿Una droga y también un remedio?

-Un poco droga, sí. Y a veces, remedio, con algo de calmar el dolor de vivir… En ese sentido, subí muchas veces una frase –medio en serio, medio en broma- cuando estaba en las redes sociales: “El teatro nos va a salvar a todos, no del hambre pero sí de la miseria”. De otras miserias más allá de las materiales. Ahora ya estoy más grandecita, creo que voy mejorando, pero tuve momentos emocionalmente complicados. Y en esas ocasiones, lo único que me organizaba eran mis funciones.

¿Pensás que algunas de las obras que hacés le pueden servir al público para organizar o mejorar algo en su pensamiento, en sus emociones?

-Ah, cuando eso llega es un flash. El otro día, alguien muy joven fue a una función de Adela, era la primera obra de teatro que veía y puso un comentario muy lindo. Respuesta parecidas tuve con Dios tiene algo guardado para nosotros… También con Pollerapantalón hubo gente que se sintió reconocida, que entendió algo de su propia vida. Bueno, cuando eso sucede es un regalazo. A mí también me pasa a veces como espectadora.

Arrancaste en el escenario con los poemas de Perlongher.

Maruja Bustamante y Bárbara Massó
-Lo primero que hice fue una performance con esos poemas en la universidad de La Plata y en otros espacios, con Ramiro Lehkuniec. Salíamos en grupo con una linterna, vestidos de policías. Después estuve en La verdad sobre la temporada de liebres, que para mí fue como una puerta que se me abrió: me vieron Maruja y Gael, que luego me llamaron. Primero hice Pollerapantalón, de Lucas Lagré, después Saturnalia. Y me convocó Maruja Bustamente, un hecho decisivo en mi camino no solo por las buenísimas obras, sino por la comunicación tan grande que establecimos. Aprendí un montón de ella: en el primer espectáculo, Dios tenía…, yo tenía 24. Cruzarme con Maruja fue un acontecimiento providencial, me ayudó mucho a crecer. Maruja fue y es muy generosa conmigo, me confió personajes hermosos, profundos, muy distintos entre sí. Es una artista que les da espacio a los más jóvenes, eso me parece admirable.

Ahora te está dirigiendo en Adela está cazando patos, en el Callejón, y en Rabia Roja, en el Regio, un teatro público.

-Sí, es la primera vez que actúo en una sala oficial. La última ocasión que me subí al escenario en una sala grande fue en Bell Ville, cuando tenía 17, imagínate. Pero acá, siempre en salas chicas independientes. Y en el primer ensayo en el Regio, al decir un poema que se agregó al final y no estaba tan trabajado, frente a ese gran espacio me sentí un poco insegura. Se me flexionaron las piernas y Maruja, que me conoce, lo notó enseguida. Me dijo: “Barbi, tranquila, estirá las piernas”. El día que supe que iba a estrenar en el Regio, estaba en el Camarín, donde asisto en sus clases a Sebastián Mogordoy: vi el mensaje de Maruja y me largué a llorar.

Rabia roja. Massó, en el centro, de pie.
Crédito Carlos Furman
¿Conocías algo de la gran Salvadora?

-No, empecé a leerme todo lo que puede encontrar: obras, una novela, poemas. Ella es increíblemente genial, tiene una mirada muy propia sobre el mundo y la plasma con gran decisión. En teatro, fue capaz de construir una buena estructura, desarrollar personajes y situaciones. Podría haberse quedado tranquilamente en ser la señora de, disfrutando de una fortuna. Pero no, ella arremete, rompe con los códigos de una clase social. Provinciana, maestra, se vino a Buenos Aires. Se hizo amiga de Alfonsina Storni, que también era madre soltera, ambas muy jóvenes. Y Salvadora cuidó a Alfonsina cuando se enfermó. Una mujer fuera de serie, totalmente. Y su poesía, quizás lo menos conocido de su obra literaria, medio que me destruyó. En la obra, me tocan un par de poemas que me gustan mucho. Todo el compromiso político de Salvadora es increíble: la carta a Uriburu me impresiona por su coraje, su irreverencia, su lenguaje, diciéndole cosas como “las tonantes iras de Júpiter doméstico… Usted no lo sabe, pero hay algo que se llama karma”. Ella entra en un mundo espiritual de mucha hondura, sin dejar de lado la política. Una mujer prodigiosa para su época, para cualquier época. Una ariana guerrera. Entre tantas cosas sobresalientes, habría que mencionar su defensa del militante obrero anarquista Simón Radowitzky.

En otro registro, con un personaje femenino de ficción, seguís protagonizando Adela está cazando patos, en el rol de la atormentada hija que busca venganza por la muerte de su padre.

-Ay, Adela. Una obra que me ha marcado mucho, el único de los personajes que hice que llevé a terapia… No había visto la primera versión, no estaba acá cuando se estrenó. Pero sí recuerdo haber ido a un congreso en el IUNA a escuchar a Maruja habla sobre Adela. Y lo que ella dijo me quedó grabado… Años después, ella me avisó con bastante anticipación que iba a reponer Adela con cambios. Yo ya había leído la obra y me había entusiasmado. En el IUNA, que ahora es la UNA, doy clases en tercer año y entre los materiales, Shakespeare está muy presente. Maruja me había hecho también la referencia lorquiana del personaje. Así que la obra tenía hermosos condimentos para mí, además del dato de que Hamlet era mujer. Y actuar de nuevo con Maruja, con estos compañeros: todo a favor.

¿Qué balance hacés ahora de esta experiencia, ya en la segunda temporada?

-Actualmente disfruto un montón la obra. Creo que fui mejorando en funciones, estoy más relajada en escena. Porque también el desafío era encontrarle la contradicción, que Adela no quedase como alguien puramente reactivo. Porque tanto el Hamlet original como la Adela de Lorca en Bernarda Alba, y la Adela de Maruja terminan siendo pobres pibes, víctimas de algo que los supera. Decidida a vengar la muerte de su padre, mi Adela no es un personaje de una sola dimensión: había que encontrarle ese lugar de vulnerabilidad, de humanidad, también de miedo. Transito ese arco, hay un momento en que me digo: ahora viene la tragedia, ya no se puede parar… Esa sensación me proporciona un nivel de gratificación muy grande. Por suerte, mis compañeros son unos copados, gente retalentosa. Y por supuesto, la presencia de Maruja como directora, que supo esperarme con su gran paciencia. Porque tampoco la enganché tan rápido a Adela. Para mí, esta obra es un punto de inflexión de suma importancia. Tratar de comprender a mi personaje también me sirvió para la vida, para ver en mí ciertas cosas. Muy iluminador.

Adela está cazando patos
En esta obra hay diferentes registros según los personajes: en el caso de Olivia, por ejemplo, hay un juego ambivalente entre la comedia y el drama.

-Ahí se dio una mezcla buenísima –y difícil de lograr- entre la genialidad de Maruja y la calidad de Yanina Gruden como actriz. Maruja tiene una infrecuente libertad creativa en todos los rubros: de repente, en una tragedia muy oscura hace saltar algo muy fresco, ocurrencias que valen porque matizan. La gente se ríe y casi al mismo tiempo se le puede caer una lágrima.

Pero tu personaje tiene una tonalidad grave que se mantiene, permanece en su propio eje y a la vez es eje de la obra.

-Sí, Adela tiene que permanecer en ese lugar. Eso también tuve que internalizarlo, porque en un principio lamenté un poco que no me tocara ninguna línea de comedia. Maruja piensa sus obras musicalmente, y no solo porque mete con acierto canciones. Texto y puesta tienen algo de partitura: ella es una excelente actriz, una gran directora que entiende y desarrolla algo de los ritmos de la actuación cuando arma la puesta en escena. Para el elenco es un regalo del cielo, porque con su organización de la puesta te facilita la compresión de las situaciones, de los personajes.

Adela está cazando patos
¿La vas a echar mucho de menos a Adela cuando baje la obra?

-Mirá, ya el año pasado cuando estrenamos estaba muy consciente de su nivel tan alto en todo sentido, que me resultaba tan satisfactoria en muchos niveles. ¿Aparecerá algo que me guste tanto actuar, que no tenga sabor a menos?, me preguntaba. Felizmente, llegó Rabia Roja. Pero es verdad que Adela es una obra de verdad excepcional.

¿Cómo te manejaste con tu acento cordobés, que advierto que en algún momento te aflora?

-Va y viene mi acento cordobés. Me surge cada tanto en la vida real. Claro que se me fue yendo al adaptarme a Buenos Aires y, sobre todo, por mi trabajo de actriz. Cuando voy a Córdoba, me critican un poco por aporteñada. Creo que ahora ya puedo dominar bastante ambos acentos, como dos músicas: por supuesto, cuando estoy acá, sale automáticamente el porteño. Y cuando viajo a mi provincia me sale el cordobés. Trato de ir a Bell Ville lo más que puedo, pero últimamente estoy pudiendo muy poco. Me gusta ir, visitar a mis abuelos. Pienso primero en ellos porque son los que no viajan a Buenos Aires.

Te ha tocado trabajar en varias obras lo que se conoce culturalmente como lo femenino y lo masculino. De hecho, en Rabia Roja, aparte de encarnar –al igual que tus compañeras Sofía Wilhemi, Romina Richi y Adriana Pregliasco- a Salvadora, en los fragmentos de sus obras que propone la dramaturgia las actrices hacen roles de varones.

-Sí, a mí me toca Maure, de La solución. Y también entro un par de veces como Pitón, el hijo de Salvadora. Soy medio obse, así que primero me planteé cuál era la manera de encarar estos varones: quería resolverlo, saber qué leer, qué mirar. Empecé a ver algunas pelis argentinas, me puse audios en el celular para escuchar acentos. Hasta que me di cuenta de que tanta información me trababa un poco, que más valía fluir. Y a la hora de ensayar, como siempre con Maruja, apareció esa cosa lúdica, de jugarlo más. Primero me enganché con el tema de la voz, después con la actitud corporal… Me ayudó lo que había hecho en Pollerapantalón, algo masculino de mi papel en esa obra. También en Adela hay ciertas actitudes que se atribuyen a los hombres. Finalmente, en Rabia Roja vi que tenía que dejarme llevar por el texto. Imaginate que, en el personaje de la obra que escribió Salvadora digo frases como: “¿Se han fijado lo feas que son las mujeres inteligentes?”. Expresiones muy fanfarronas de chabón que te conducen al estereotipo. Son roles masculinos de la primera mitad del siglo veinte, con ese énfasis que se tenía por propio del varón: cosas de chabón machista de hace un siglo. Y como te  decía, por Pollera…, por Adela, ya venía algo entrenada para ponerle cuerpo. Como nos decía Maruja: “Todo más para afuera”. Ella nos guió mucho, había tenido su propia experiencia en Oso, donde estaba increíble haciendo a un tipo. A Pitón, el hijo que hago en dos escenas breves, no lo pienso tanto como hombre. Porque el personaje está más planteado como una visión de ella después de que Pitón murió. Inclusive, no cambio la voz en esas apariciones.

¿Te imaginás a haciendo un protagónico masculino? Digamos como Blanca Portillo en La vida es sueño.

-No la vi a Blanca, lamentablemente. Creo que en principio me daría un poco de miedo, quizás porque me cuesta más lo compositivo más formal que lo vincular, lo emocional. La composición me llega después, como consecuencia. Sería un desafío exigente, pero seguro que me divertiría. Todo puede ser: en Rabia canto, y antes no cantaba.

Santa Rita
Un año colmado 2017 para vos.

-Más bien: Adela, Rabia y estoy ensayando otra obra, de Juan Pablo Galimberti, para empezar a mostrarla a fines de agosto, principios de septiembre. Entra dentro del género de terror.

¿No parás ni para regar las plantitas?

-Las plantas las riego porque las quiero. Pero mi casa pasa épocas muy duras. Anoche a las 4 de la mañana, terminé de acomodar el placar que se me había caído y que tardé un mes en arreglarlo. Pero me gusta ese ritmo arriba, me hace bien. Trato de cuidarme, de alimentarme mejor, hacer gimnasia. Estar en buena forma para bancarla.



Rabia roja se presenta los miércoles a las 20.30 hs en el Teatro Regio, Avenida Córdoba 6056. Entradas $80.

Adela está cazando patos, los domingos 16 hs en el Espacio Callejón, Humahuaca 3759.