La ambición rubia y talentosa que llegó del Uruguay

Ya se cumplieron 10 años del arribo a Buenos aires de la actriz y docente montevideana Maia Francia, quien supo darse ánimos para dejar su tierra natal luego de formarse esmeradamente, movida por el anhelo vehemente de explorar nuevos horizontes, de probar y probarse.

Por Moira Soto

Mezcla rara de clasicismo y romanticismo, de fervor con una sombra de melancolía, siempre con “hambre de más” –como ella misma lo reconoce-, Maia Francia se vino casi con lo puesto a estas playas en 2006. Lo puesto, además de vestuario y efectos personales, incluía saberes diversos vinculados a las artes escénicas y a las ciencias de la comunicación.

Casi sin contactos, sin recomendaciones, pero con obstinada firmeza, Francia fue abriéndose paso. Entrenó con Juan Carlos Gené y otros maestros. Dejó su CV en el San Martín y a los pocos meses fue convocada por Sergio Renán para Un enemigo del pueblo, que resultó el inicio de una sucesión imparable de trabajos, 30 obras hasta el presente, varias de las cuales le representaron halagos de la crítica, nominaciones y premios.

Maia descolló netamente en Otros gritos, La tormenta, Golpes a mi puerta, Que el sol de la escena queme tu pálida piel, y muy en especial en Como les guste, la gran comedia de Shakespeare donde construyó con gran sutileza el personaje de Rosalinda, la joven que se traviste y actúa como varón para gozar de mayores libertades y también para darle una clase práctica de cómo conducirse en el amor al hombre que ama.

El año pasado, Francia fue una recordable Maggie de La gata sobre el tejado de cinc caliente en un semimontado de Teatrísimo, y actualmente se apresta al futuro estreno a mediados de julio de El avaro, bajo la dirección de Corina Fiorillo, integrando un elenco en el que figuran Antonio Grimau, Nelson Rueda, Iride Mockert, Silvina Bosco y, entre otros, Julián Pucheta. Este es el momento en que la actriz no cesa de correr: de los ensayos de la obra de Molière a dictar clases en la universidad y en su propio curso privado. Y aún le quedan energías para grabar la exitosa tira Las Estrellas, para Pol-ka. Así y todo, Maia Francia no es de las que se retacea a la hora de dar una entrevista a Damiselas aclarando, por si hacía falta: “No soy una chica cool ni millennial ni estoy de moda”. Devota del trabajo y de su familia, a duras penas resiste los deseos de visitar Montevideo, deseos inalcanzables en estos días.

¿Así que hija única?

-Con todos los clichés y lugares comunes del hijo único, sí. Trato de disimularlo, claro (risas), porque sé que no queda bien…

¿Y te animaste a los veintipico a hacer abandono del hogar y del terruño?

-Bueno, yo no lo llamaría exactamente abandono. Pero sí, partí. Y me costó y me cuesta mucho aunque intente no demostrarlo y ande copetuda por la vida como un recurso de sobrevivencia. Pero no es fácil.

Golpes a mi puerta
Entonces, te la pasás actuando, en la escena y en la vida real…


-¿Es que hay alguien que no actúe en la vida diaria, en las diferentes circunstancias que le tocan? En serio, pareciera que a medida que pasa el tiempo este tipo de situaciones de añoranza se alivian, te vas adaptando. No es mi caso, aunque reconozco que algo se modifica, se resignifica al estar cada vez más anclada afectivamente, profesionalmente en un lugar que elegí. Porque lo mío no fue un exilio forzado, para nada. Pero sí, se extraña, sobre todo con el nivel de vínculos que tengo, muy fuertes, muy entrañables. Y me pasa, por ejemplo, que mi mamá tuvo una pequeña intervención, nada grave, hace unos días y yo no pude acompañarla por causa de mis absorbentes compromisos actuales, y me sentí muy culposa. Mi abuela tiene 91 y es la luz de mis ojos, no hay día que no la extrañe. Siempre me salta el corazón cuando hay un llamado de mi gente de allá.

¿No te podés a hacer ninguna escapada en esta etapa?

-Y no. Hace poco hubo un feriado y mi primer reflejo fue: ¿y si me tomo el Buquebús y me vuelvo el domingo temprano? Fue más que nada una expresión de deseo, porque no me daba el cuerpo, necesita urgentemente algo tan primario como dormir. La llamé a mamá, se lo dije y, como siempre, ella entendió y me alentó. Por otra parte, aunque estoy trabajando bien y me gano mi dinero –sin exagerar, tampoco- esto es como una calesita donde no siempre te sacás la sortija. Pero voy a  viajar apenas pueda porque extraño muchísimo. Además, cuando regreso soy otra después de esa inyección de energía y amor que recibo. Cuando pasa mucho tiempo sin ir por allá, siento que me voy oscureciendo un poco.


¿La ambición rubia se oscurece?

-(risas) Y sí, porque soy muy afectiva, de verdad; apegada a mi familia, a la gente que quiero del otro lado del río.

Hablemos un poco de la niña Maia en Montevideo.

-Obviamente, todo lo mío de aquel entonces está muy relacionado con lo familiar: un grupo  hermoso, unido, donde nadie tiene nada que ver con lo artístico. Por parte de mi mamá, una familia de abogados, ingenieros agrónomos, médicos… Hija única, por lo tanto, criada entre algodones y libros; con padre ausente, detalle que menciono sin ánimo de tango sino como una de las circunstancias que incidió sobre esta Maia que soy hoy, porque todo el núcleo familiar puso enorme empeño, con cariño y estímulos, para que sufriera lo menos posible esa ausencia. A la vez, tuve figuras paternas muy importantes: mi abuelo, hasta que falleció; mi tío, hermano de mamá, que en muchos aspectos cubrió el rol de padre y así es como lo quiero: sus hijos son mis primos, claro, pero los considero hermanos. Muy rodeada, entonces. También quiero mencionar a Fernando, pareja de mamá durante 14 años.

Sorprendente que con esa crianza te hayas atrevido a soltar amarras, a irte a otro país, aunque fuera vecino…

-Bueno, de hecho en mi familia no creían que iba a tener el coraje suficiente para estar sola lejos de casa, y aguantar tanto tiempo. Pienso que para todos ellos fue como: bueno, bueno, que se vaya un ratito, que pruebe, ya volverá corriendo. Sin embargo, fueron pasando los años de este lado del charco, me fui enamorando de Buenos Aires, abriendo camino.


La tormenta
Cuando decís que en tu familia nadie tiene nada que ver con lo artístico, ¿te referís estrictamente a los oficios de cada uno?

-Por supuesto, porque en ese contexto amoroso había mucho empuje intelectual. Eso lo recibí desde chica. A los 5, mis primeras palabras las escribí en el Código Penal de mamá: se distrajo y cuando volvió, se encontró con mis garabatos. Ella estudiaba conmigo a upa, iba a la biblioteca de la facultad de derecho conmigo a cuestas. O sea que siendo yo muy niña ya percibía algo del mundo del pensamiento, había discusión y debate en mi casa, sobremesas con mucho intercambio que se caldeaba a veces. Fui a un colegio que promovía los valores del conocimiento.

¿De dónde brota tu manifiesta tendencia hacia las artes?

-Desde temprano, yo sentía una vaga necesidad de otra forma de expresión, de sublimar esas ideas que daban vueltas en mi cabeza de una manera algo desordenada. Empecé a darme cuenta intuitivamente de que quería llevarlas a un plano artístico, que implicara lo ético y lo estético. Pero no tenía claro todavía hacia qué lado me iba a inclinar. A los 7 había empezado a estudiar pintura, cuatro años en el Ateneo de Montevideo, técnicas de óleo y acuarela. Más tarde se me dio por los idiomas, me apasiona todo lo que es lenguaje. Intenté varios años con el alemán sin aprender demasiado: no sé hablarlo, es muy difícil, aunque algo siempre te queda. Con el inglés se me dio mucho mejor, lo domino bastante, pero el francés es una cuenta pendiente que espero saldar en el futuro. Con la perspectiva del tiempo, advierto que toda mi búsqueda tenía que ver con lo humanístico desde el arte, con la evolución de las ideas estéticas. Y con lo comunicacional: así es que soy licenciada en ciencias de la comunicación, especializada en realización audiovisual y narración creativa.

¿Cuáles son tus preferencias artísticas más acentuadas?

-Me despierta mucho interés la historia del arte. En el campo de la literatura dramática, puedo ser muy clásica: aunque disfrute de ciertas vanguardias en un nivel de apreciación intelectual, lo hago sin mayor empatía afectiva. Cosa que sí me sucede con un Rembrandt, un Turner, un Caspar David Friedrich. Porque aunque suene contradictorio todo el movimiento romántico que se opone a la tradición clásica, al racionalismo me inspira, me conmueve. El Sturm und Drang, la tempestad de pasiones, esa corriente muy oscura y también luminosa, el hombre tironeado por una doble naturaleza, con ese anhelo de absoluto. En cuanto a pintura, música, el romanticismo me enamora, me enloquece… Me vino muy bien aprender a pintar siendo chica, intuía que en los colores y las formas  había una oportunidad de expresar cosas que no decían las palabras. Creo que es un canal que todos los chicos tienen abierto que luego el proceso de sociabilización va cercenando, va encorsetando y se pierde esa afición, esa  espontaneidad. En fin, como ocurre con tantas convenciones que van cerrando canales en vez de estimular zonas creativas, miradas poéticas. La escuela va compartimentado el pensamiento, limitándolo. El niño tiene esa libertad total, gozosa en un momento, ese espíritu naturalmente creativo. Y un poco el trabajo del actor es volver a eso…


El Galpón
¿Habías terminado el secundario cuando ingresás en El Galpón?

-Sí. Entro en la escuela de arte dramático de El Galpón y en paralelo hago ciencias de la comunicación en la Universidad Católica del Uruguay. A esa altura, ya tenía bastante claro que mi futuro iba por el lado del arte, pero me pareció enriquecedor conjugar el teatro con un aprendizaje universitario sobre temas que me atraían. Pude hacerlo porque contaba con todo el respaldo familiar. Debo confesarte que, sintiéndome agradecida por esa actitud siempre tan generosa, había algo dentro de mí que me hacía pensar: les voy a retribuir tanto apoyo, les voy a hacer una carrera, voy a darle el titulito…

¿Titulito con materias que te sumaban a tus intereses centrales?

-Claro que sí: todo el tema de la realización y narración me aporta el entendimiento del mundo audiovisual, me sirve incluso como actriz. Además, el cine es un medio que me fascina, delante o detrás de la cámara, aunque todavía parece que no me llegó la hora. O sea, recibí una cantidad de saberes que hoy puedo articular desde mi oficio de actriz. Escribir es una veta que tengo siempre presente, lo hago con cierta asiduidad aunque no lo muestre por pudor: apenas subo alguna cosita al Facebook cada tanto. Te diría que lo mío son como intentos de ensayos, me estoy probando. Salvando abismales distancias, me gusta especialmente recurrir a Borges como disparador, porque su lectura me deleita y me hace aprender a escribir.

¿Te definirías como una actriz de texto?

-En general, sí: transitar un texto escrito, bien pensado y bien escrito, es uno de mis placeres como actriz. Los grandes clásicos permanecen por su altísima calidad y porque están fuera del tiempo y las modas. ¿Quién ha escrito sobre determinados temas universales mejor que Lorca, Shakespeare, Molière..?, ¿quién fue más allá que Calderón abordando las inquietudes filosóficas sobre sobre la libertad, el poder, honor de Segismundo? Por supuesto que me interesan estas maneras, ya no tan nuevas, de abordar el arte escénico: las creaciones colectivas, la improvisación, algunas posturas rupturistas… Pero sabiendo que no es mi lugar: yo prefiero partir de un universo creado por un autor que me da una plataforma para que yo pueda ponerle mi impronta. Lo que no quita que en ocasiones, a partir de un texto, me haya tocado hacer cosas muy locas por decisión de un director.


¿Tus primeros contactos con la literatura dramática tienen lugar en El Galpón?

-No exactamente: estando todavía en el secundario, hice dos años en el Teatro del Centro, antes de entrar en El Galpón. Fue mi iniciación al teatro con Beatriz Masons, sobresaliente directora y actriz uruguaya; una docente excepcional que me dio las primeras herramientas. Estando allí me entero de que abre su escuela El Galpón, cosa que hace cada 10, 15 años porque no quiere ser una máquina de crear desempleados. Entonces, cuando abre esas puertas, es para renovar su elenco estable, formar a una nueva generación durante 5 años, con un régimen bastante espartano. Y cuando se recibe una camada, invita a algunos a formar parte de su elenco. En mi caso, entramos 20 a estudiar, egresamos 13. Tuve la suerte de ser invitada al elenco estable, estuve dos años. O sea, hasta que me recibo en ciencias de la comunicación, entrego mi tesis y me vengo a Buenos Aires, siguiendo a Juan Carlos Gené.

¿Tu debut en las tablas uruguayas fue en El Galpón?

-El debut formal, sí, haciendo Mi hijo Horacio, una historia sobre Horacio Quiroga donde yo interpretaba a su madre, que aparece después de muerta para dialogar con el hijo. Una obra de Graciela Escuder dirigida por María Asambuya, otra grande. En Uruguay, mi gran maestra fue Nelly Goitiño: el equivalente de lo que acá representó para mí Gené. Ella quería que yo me fuese a estudiar con Antunes Filho, a San Pablo, para proseguir mi formación. Y yo estaba ilusionada con ir a Londres a especializarme en Shakespeare… Por distintas razones, ninguna de las dos opciones terminó cerrando. De todos modos, aunque me gustan los idiomas, amo el español. Claro que como experiencia me encantaría actuar en una obra en inglés; y hacer  a Shakespeare en inglés antiguo, ni te cuento. Pero creo que no podría vivir por largo tiempo actuando en otra lengua. Porque soy fiel a mi identidad, soy latina, muy rioplatense. Ah, tengo que decirte respecto de mi debut teatral que en el Teatro del Centro, a los 19, hice la Abigail de Las brujas de Salem. Y luego en El Galpón, ya estábamos actuando antes de egresar. Tuvimos experiencias formidables donde se me dio la posibilidad de hacer la Sofía de Platonov, la Teresa de Los fusiles de la madre Carrar

Tampoco te privaste de estudiar canto.

-Cinco años estudié canto mientras estuve en El Galpón, donde me quedaba más tiempo que en la facultad: entraba a las 6 de la tarde y salía a las 11,30 de la noche, de lunes a sábado. Aparte de toda la rama teórica, se dictaba educación de la voz, expresión corporal, canto; aprendizaje este último que continué por mi lado con Alejandra Goldfarb, experta en educación de la voz que me corrigió algunos vicios y me ayudó a encauzar y capitalizar mi potencial vocal. El canto es una de las asignaturas a las que quiero volver… Creo que es lo que me corresponde hacer como actriz: entrenar mi cuerpo, mi voz lo mejor que pueda. He cantado varias veces en el escenario a capela. Y ahora en El avaro, que estrenamos a mediados de julio en el Regio, me toca el desafío de entonar una canción junto a Silvina Bosco, porque se convirtió toda una escena en un canción, con músicos en vivo: Silvina en registro de milonga, yo de bolero.


La vida es sueño
En consecuencia, ¿ya que no llegaste ni a San Pablo ni a Londres te decantaste por Buenos Aires?

-La verdad es que tenía hambre de más, de probar, de ver qué podía pasar en otro horizonte. Te comento que en algún momento hasta se me cruzó Los Ángeles porque conocí a David Hammond, un extraordinario coach de actores, supercotizado, discípulo de Lee Strasberg, hice un workshop con él en Uruguay, me interesó mucho su sistema. Y tuve la fantasía de seguirlo, algo impracticable considerando su nivel de coach de Denzel Washington, Meryl Streep…

Y en plan de conocer mundo y cortar el cordón enfilaste a Buenos Aires.

-Apareció lo más evidente, lo que tenía enfrente y era ideal para mí: Buenos Aires. Una a veces no ve lo que tiene delante de sus ojos sino después de dar toda una vuelta. Finalmente, en un momento me di cuenta de que era acá, en esta ciudad que amaba, que quedaba cerca de casa.  Los compañeros de El Galpón, muy generosos, empezaron a movilizarse, me pasaron contactos. Y tengo esa anécdota favorita mía con China Zorrilla, de cuando me vengo en el Buquebús con mi equipaje por primera vez, el 28 de marzo de 2006. Ella estaba entre los pasajeros, me acerqué, me presenté, le dije que era actriz de El Galpón, que estaba viniendo a Buenos Aires a probar suerte… Ese viaje con ella, toda esa charla tan cordial fueron algo mágico, lo tomé como un rito de iniciación con una referente tan querida que había hecho hacía muchos años el camino que yo comenzaba. Después tuve varias conversaciones con China. Ella iba a venir a ver La vida es sueño cuando tuve la buena fortuna de hacer ese reemplazo dos semanas en la Martín Coronado, pero se enfermó.

¿Cómo te las arreglaste para arrancar acá?


Minetti
-Llegué y me metí a entrenar con Juan Carlos Gené: fue mi maestro durante 6 años, mi amigo, mi mentor, hasta cierto punto mi padre. También empecé con Augusto Fernandes, hice algunas asistencias de dirección y de producción para tratar de comprender el medio donde me iba a mover, los nuevos códigos que tendría que manejar. En Montevideo estamos lejos de la amplitud del teatro porteño, todo es más chico, en otra escala. La estrategia se fue armando de manera bastante instintiva: hice muchas audiciones, entregué CV en el San Martín y me llamaron a los 8 meses: había queda preseleccionada por Sergio Renán para Un enemigo del pueblo. Me asignaron a Petra, un personaje chiquito y yo muy feliz porque el primer escenario que iba a pisar acá era el que más deseaba pisar: el del San Martín. A los meses de bajar Ibsen, me llamaron para Babilonia, en un personaje un poco más gordito, la niña Emma. Seguí audicionando, quedé con Claudio Ferrari para hacer La señorita Julia en el ex Teatro del Nudo, en el papel de Cristina. Se produjo algo a lo que yo aspiraba: a partir de mi rendimiento en escena me fueron llamando. Siempre, siempre, con los roles grandes, chicos o medianos que me han tocado, los he tratado como si fueran protagónicos, con esa actitud.


Otros gritos
¿Y ya no paraste de laburar?

-Empezó una continuidad fantástica, alrededor de 30 obras en cartel durante 10 años, con varios títulos estupendos.

Hiciste un espectáculo precioso en el Teatro del Pueblo, Otros gritos.

-Muchas alegrías me trajo esa obra que estrenamos en 2010, principalmente por el hermoso equipo de mujeres que se armó. El texto giraba torno al Grito de Alcorta y lo que sucedía con algunas mujeres mientras los hombres hacían la huelga agraria de 1912. Tres autoras: Patricia Suárez, Laura Coton, Maria Rosa Pfeiffer crearon unos personajes femeninos memorables para Raquel Albéniz, María Forni, Silvia Traiwer, Romina Michelizzi…, actrices divinas. Con vestuario de María Valeria Tuozzo, luces y escenografía de Magali Acha. Otros gritos me significó mi primer premio Florencio Sánchez, como Revelación.


Yerma
También tuviste tu primera vez en el Cervantes.

-Con Yerma, en la sala María Guerrero, una puesta muy particular de Daniel Suárez Marzal. Hice un rol episódico en esa bellísima obra cuya protagonista total en la propia Yerma. Para mí, pisar las tablas de esa sala, que se abriese el telón y yo estar ahí parada, fue una emoción inefable. Más adelante, me tocó Sacco y Vanzetti, texto de hombres pero que tiene el personaje de Rosa Sacco, muy agradecido. Y entre tantas obras, Golpes a mi puerta en el querido Andamio, valiosa por la calidad del material y además con el plus emocional porque Gené, su autor, había fallecido hacía un año: muy fuerte porque se trataba de un elenco de discípulos de Juan. Hacer de Úrsula, esa monja tercermundista, es un regalo para cualquier actriz. Felizmente, pude llevarla a Uruguay, pudimos estar en el Macció de San José; la hicimos en un templo de Montevideo, imagínate.

En 2014 te llega por fin Shakespeare.

-Sí, después de Los invertidosLos hechizados, aparece Como les guste, este Shakespeare magnífico de la mano de Jorge Azurmendi, gran amigo, gran director. Una experiencia iluminada, aunque tan difícil de montar con muy poca plata, un elenco de 14 actores. Una quijotada que salió muy bien, que la gente agradecía muchísimo a la salida. Una clara demostración de que si se respeta la esencia de Shakespeare, ya está todo ahí. No hacen falta chirimbolos, mayor ornamentación. Con un director y un elenco tan dispuestos y comprometidos, es suficiente. Debo reconocer que me tocó un personaje brillantemente desarrollado. La tuve fácil en ese sentido.


Como les guste
¿Fácil Rosalinda, un personaje que está simultáneamente en dos plano, el femenino propio y el masculino que asume para lograr su objetivo?

-Lo decía en el sentido de que es un papel soñado. Pero sí, muy exigente dentro de su riqueza y complejidad, con tanto espesor. Me hizo dichosa que ese espectáculo atrajera a mucha gente joven en sus dos temporadas en la sala gran de La Comedia. Chicos y chicas que se divertían mucho, para los cuales quizás antes de ver Como les guste, la idea de un clásico les parecía un embole.

¿Cómo les guste es tu primera comedia?

-No precisamente. En Uruguay ya había hecho El huevo y la gallina, gran comedia dirigida por Jimena Márquez, una descollante autora que recientemente la rompió en Timbre 4 al presentar Lítost. El huevo… fue el último espectáculo que hice en Montevideo, una obra muy singular con dos criaturas en una dimensión medio abstracta, que no pueden bajar de sus cuchetas que parecen flotar en el aire. Un texto inteligente que tocaba grandes ideas con comicidad. Me gusta la comedia, sí, pero acá me tocaron puros dramas hasta el Shakespeare. Y este año me tuve que bajar de Móvil con mucho sentimiento, pero no me daban ni el físico ni los horarios… Porque baja El avaro y el fin de semana siguiente estreno Moscú, una adaptación de Las tres hermanas hecha solo para esos tres personajes por Mario Diament. Alejandra Darín hace a Olga, yo a Masha y la hija de Ale, Antonia Benn, a Irina. Estoy ilusionada con esa obra.


La gata sobre el tejado
Sobre un tejado de cinc, ¿te espera la gata Maggie?

-¡Ojalá! La gata sobre el tejado de cinc caliente es una obra que requiere de un productor con ojo sensible, esclarecido. El año pasado lo hice en un semimontado muy logrado y con gran repercusión entre el público. Dirigió Azurmendi, con Esteban Meloni, Ana María Castel, Antonio Grimau, Silvina Bosco… Me la estudié toda, aunque después la hice con el texto en la mano para no romper el código. Tuvimos 4 días de ensayo y para mí fue como un estreno, con todas las emociones del caso. Creo que lo tenemos todo para hacer un espectáculo realmente atractivo, solo falta el productor apropiado que invierta en escenografía y otras cuestiones de producción.

Ya habías hecho papelito breves en la tele, pero ahora están con un personaje fijo en Las Estrellas.

-Sí, desde el capítulo 2. Es cierto que hice mucha participaciones, pero nunca con esta presencia y continuidad que estoy teniendo en Las Estrellas. Te comento que me sorprende ser reconocida en un bar, en un local de ropa, que me pidan foto, eso te lo da la tele… Pero es un ritmo de trabajo tremendo, hay que tratar de no dejarse tragar. Y pensá que lo mío es un secundario, pero tengo que estar disponible: me pueden llamar a las 7 de la tarde para avisarme que mañana grabo a las 7 de la mañana en Olivos. Estoy contenta con la experiencia, aprendiendo mucho sobre el medio, a sostener la continuidad del personaje cuando las escenas no se graban cronológicamente, es un ejercicio continuo. Y ahora en Uruguay sé que hay gente ansiosa porque Canal 12 compró la tira allá, es la primera vez que salgo con esta permanencia en una novela. Eso me da ternura: saber que me están esperando. Y es cierto que estar en la tele te da una proyección pública que puede servir para el teatro, ¿por qué no? Además, Las Estrellas es el mayor éxito del año hasta el momento. Creo que nunca había superado una ficción al Bailando. Desde luego, también me putean un poco en las redes por ser la contracara de Celeste Cid, en cierta forma la villana.


¿La docencia es algo más que un medio de vida para vos?

-Me importa mucho la docencia: doy clases en la Universidad del Salvador desde hace 6 años, para la licenciatura arte dramático, en tercer año, actuación 3, teatro en verso. Dos años fui directora de residencia en cuarto año, dirigiendo los espectáculos con los que los chicos egresaban. Y este año, como si tuviera pocas cosas, por primera vez abrí mi curso privado, los lunes a la noche, tres horas en el teatro Korinthio. Sinceramente, aprendo más de lo que enseño. Esta actividad me mantiene actualizada y muy despierta, reviva la fe en mi profesión recordándome sobre qué cimientos elegí ser actriz.

¿Cómo se produce tu llegada a El Avaro, obra que estás pronta a estrenar?

-El avaro llega a mí cuando el año pasado me llama Corina Fiorillo. Me pone muy contenta el ofrecimiento, trabajar con esta directora en auge, me interesa poner mi instrumento en función de su mirada. Molière como dramaturgo me fascina y El avaro, particularmente, es una obra muy divertida pero profunda, con trasfondo pesimista. Con una superficie delirante para decir verdades amargas. Representa mi vuelta al complejo San Martín, esta vez en el Regio. Mi personaje es Mariana, objeto de deseo de padre e hijo. La puesta de Corina me sorprenden bastante, los aportes que hace son muy circenses, el perfil de los personajes es muy commedia dell’arte. Yo me sumo a  esa propuesta con un  papel romántico rodeado de situaciones desopilantes; Mariana es como un personaje satelital dentro de la obra. La estoy componiendo muy afectada, muy barroca.

La temática de la codicia, de la avaricia, ¿sigue resonando en el siglo 21?

-Sin duda. Hay un momento de esta puesta en que casi todos los vínculos giran en torno del dinero. Casi se puede ver una bolsa de plata que va pasando de mano en mano. En la segunda mitad del siglo 17, Molière la tenía clarísima.