Ya se
cumplieron 10 años del arribo a Buenos aires de la actriz y docente
montevideana Maia Francia, quien supo darse ánimos para dejar su tierra natal
luego de formarse esmeradamente, movida por el anhelo vehemente de explorar
nuevos horizontes, de probar y probarse.
Por
Moira Soto
Mezcla rara de clasicismo y
romanticismo, de fervor con una sombra de melancolía, siempre con “hambre de
más” –como ella misma lo reconoce-, Maia Francia se vino casi con lo puesto a
estas playas en 2006. Lo puesto, además de vestuario y efectos personales,
incluía saberes diversos vinculados a las artes escénicas y a las ciencias de
la comunicación.
Casi sin contactos, sin
recomendaciones, pero con obstinada firmeza, Francia fue abriéndose paso.
Entrenó con Juan Carlos Gené y otros maestros. Dejó su CV en el San Martín y a
los pocos meses fue convocada por Sergio Renán para Un enemigo del
pueblo, que resultó el inicio de una sucesión imparable de trabajos, 30
obras hasta el presente, varias de las cuales le representaron halagos de la
crítica, nominaciones y premios.
Maia descolló netamente
en Otros gritos, La tormenta, Golpes a mi puerta, Que el sol de la escena
queme tu pálida piel, y muy en especial en Como les guste, la
gran comedia de Shakespeare donde construyó con gran sutileza el personaje de
Rosalinda, la joven que se traviste y actúa como varón para gozar de mayores
libertades y también para darle una clase práctica de cómo conducirse en el
amor al hombre que ama.
El año pasado, Francia fue una
recordable Maggie de La gata sobre el tejado de cinc caliente en
un semimontado de Teatrísimo, y actualmente se apresta al futuro estreno a
mediados de julio de El avaro, bajo la dirección de Corina
Fiorillo, integrando un elenco en el que figuran Antonio Grimau, Nelson Rueda,
Iride Mockert, Silvina Bosco y, entre otros, Julián Pucheta. Este es el momento
en que la actriz no cesa de correr: de los ensayos de la obra de Molière a
dictar clases en la universidad y en su propio curso privado. Y aún le quedan
energías para grabar la exitosa tira Las Estrellas, para Pol-ka.
Así y todo, Maia Francia no es de las que se retacea a la hora de dar una
entrevista a Damiselas aclarando, por si hacía falta: “No soy una chica cool ni
millennial ni estoy de moda”. Devota del trabajo y de su familia, a duras penas
resiste los deseos de visitar Montevideo, deseos inalcanzables en estos días.
¿Así que hija
única?
-Con todos los clichés y
lugares comunes del hijo único, sí. Trato de disimularlo, claro (risas), porque
sé que no queda bien…
¿Y te animaste a
los veintipico a hacer abandono del hogar y del terruño?
-Bueno, yo no lo llamaría
exactamente abandono. Pero sí, partí. Y me costó y me cuesta mucho aunque
intente no demostrarlo y ande copetuda por la vida como un recurso de
sobrevivencia. Pero no es fácil.
Golpes a mi puerta |
-¿Es que hay alguien que no
actúe en la vida diaria, en las diferentes circunstancias que le tocan? En
serio, pareciera que a medida que pasa el tiempo este tipo de situaciones de
añoranza se alivian, te vas adaptando. No es mi caso, aunque reconozco que algo
se modifica, se resignifica al estar cada vez más anclada afectivamente,
profesionalmente en un lugar que elegí. Porque lo mío no fue un exilio forzado,
para nada. Pero sí, se extraña, sobre todo con el nivel de vínculos que tengo, muy
fuertes, muy entrañables. Y me pasa, por ejemplo, que mi mamá tuvo una pequeña
intervención, nada grave, hace unos días y yo no pude acompañarla por causa de
mis absorbentes compromisos actuales, y me sentí muy culposa. Mi abuela tiene
91 y es la luz de mis ojos, no hay día que no la extrañe. Siempre me salta el
corazón cuando hay un llamado de mi gente de allá.
¿No te podés a
hacer ninguna escapada en esta etapa?
¿La ambición rubia
se oscurece?
-(risas) Y sí, porque soy muy
afectiva, de verdad; apegada a mi familia, a la gente que quiero del otro lado
del río.
Hablemos un poco
de la niña Maia en Montevideo.
-Obviamente, todo lo mío de
aquel entonces está muy relacionado con lo familiar: un grupo hermoso,
unido, donde nadie tiene nada que ver con lo artístico. Por parte de mi mamá,
una familia de abogados, ingenieros agrónomos, médicos… Hija única, por lo
tanto, criada entre algodones y libros; con padre ausente, detalle que menciono
sin ánimo de tango sino como una de las circunstancias que incidió sobre esta
Maia que soy hoy, porque todo el núcleo familiar puso enorme empeño, con cariño
y estímulos, para que sufriera lo menos posible esa ausencia. A la vez, tuve
figuras paternas muy importantes: mi abuelo, hasta que falleció; mi tío,
hermano de mamá, que en muchos aspectos cubrió el rol de padre y así es como lo
quiero: sus hijos son mis primos, claro, pero los considero hermanos. Muy
rodeada, entonces. También quiero mencionar a Fernando, pareja de mamá durante
14 años.
Sorprendente que
con esa crianza te hayas atrevido a soltar amarras, a irte a otro país, aunque
fuera vecino…
La tormenta |
Cuando decís que
en tu familia nadie tiene nada que ver con lo artístico, ¿te referís
estrictamente a los oficios de cada uno?
-Por supuesto, porque en ese
contexto amoroso había mucho empuje intelectual. Eso lo recibí desde chica. A
los 5, mis primeras palabras las escribí en el Código Penal de mamá: se
distrajo y cuando volvió, se encontró con mis garabatos. Ella estudiaba conmigo
a upa, iba a la biblioteca de la facultad de derecho conmigo a cuestas. O sea
que siendo yo muy niña ya percibía algo del mundo del pensamiento, había
discusión y debate en mi casa, sobremesas con mucho intercambio que se caldeaba
a veces. Fui a un colegio que promovía los valores del conocimiento.
¿De dónde brota tu
manifiesta tendencia hacia las artes?
-Desde temprano, yo sentía una
vaga necesidad de otra forma de expresión, de sublimar esas ideas que daban
vueltas en mi cabeza de una manera algo desordenada. Empecé a darme cuenta
intuitivamente de que quería llevarlas a un plano artístico, que implicara lo
ético y lo estético. Pero no tenía claro todavía hacia qué lado me iba a
inclinar. A los 7 había empezado a estudiar pintura, cuatro años en el Ateneo
de Montevideo, técnicas de óleo y acuarela. Más tarde se me dio por los
idiomas, me apasiona todo lo que es lenguaje. Intenté varios años con el alemán
sin aprender demasiado: no sé hablarlo, es muy difícil, aunque algo siempre te
queda. Con el inglés se me dio mucho mejor, lo domino bastante, pero el francés
es una cuenta pendiente que espero saldar en el futuro. Con la perspectiva del
tiempo, advierto que toda mi búsqueda tenía que ver con lo humanístico desde el
arte, con la evolución de las ideas estéticas. Y con lo comunicacional: así es
que soy licenciada en ciencias de la comunicación, especializada en realización
audiovisual y narración creativa.
¿Cuáles son tus
preferencias artísticas más acentuadas?
El Galpón |
¿Habías terminado
el secundario cuando ingresás en El Galpón?
-Sí. Entro en la escuela de
arte dramático de El Galpón y en paralelo hago ciencias de la comunicación en
la Universidad Católica del Uruguay. A esa altura, ya tenía bastante claro que
mi futuro iba por el lado del arte, pero me pareció enriquecedor conjugar el
teatro con un aprendizaje universitario sobre temas que me atraían. Pude
hacerlo porque contaba con todo el respaldo familiar. Debo confesarte que,
sintiéndome agradecida por esa actitud siempre tan generosa, había algo dentro
de mí que me hacía pensar: les voy a retribuir tanto apoyo, les voy a hacer una
carrera, voy a darle el titulito…
¿Titulito con
materias que te sumaban a tus intereses centrales?
-Claro que sí: todo el tema de
la realización y narración me aporta el entendimiento del mundo audiovisual, me
sirve incluso como actriz. Además, el cine es un medio que me fascina, delante
o detrás de la cámara, aunque todavía parece que no me llegó la hora. O sea,
recibí una cantidad de saberes que hoy puedo articular desde mi oficio de
actriz. Escribir es una veta que tengo siempre presente, lo hago con cierta
asiduidad aunque no lo muestre por pudor: apenas subo alguna cosita al Facebook
cada tanto. Te diría que lo mío son como intentos de ensayos, me estoy
probando. Salvando abismales distancias, me gusta especialmente recurrir a
Borges como disparador, porque su lectura me deleita y me hace aprender a
escribir.
¿Te definirías
como una actriz de texto?
¿Tus primeros
contactos con la literatura dramática tienen lugar en El Galpón?
-No exactamente: estando
todavía en el secundario, hice dos años en el Teatro del Centro, antes de
entrar en El Galpón. Fue mi iniciación al teatro con Beatriz Masons,
sobresaliente directora y actriz uruguaya; una docente excepcional que me dio
las primeras herramientas. Estando allí me entero de que abre su escuela El Galpón,
cosa que hace cada 10, 15 años porque no quiere ser una máquina de crear
desempleados. Entonces, cuando abre esas puertas, es para renovar su elenco
estable, formar a una nueva generación durante 5 años, con un régimen bastante
espartano. Y cuando se recibe una camada, invita a algunos a formar parte de su
elenco. En mi caso, entramos 20 a estudiar, egresamos 13. Tuve la suerte de ser
invitada al elenco estable, estuve dos años. O sea, hasta que me recibo en
ciencias de la comunicación, entrego mi tesis y me vengo a Buenos Aires,
siguiendo a Juan Carlos Gené.
¿Tu debut en las
tablas uruguayas fue en El Galpón?
-El debut formal, sí,
haciendo Mi hijo Horacio, una historia sobre Horacio Quiroga donde
yo interpretaba a su madre, que aparece después de muerta para dialogar con el
hijo. Una obra de Graciela Escuder dirigida por María Asambuya, otra grande. En
Uruguay, mi gran maestra fue Nelly Goitiño: el equivalente de lo que acá
representó para mí Gené. Ella quería que yo me fuese a estudiar con Antunes
Filho, a San Pablo, para proseguir mi formación. Y yo estaba ilusionada con ir
a Londres a especializarme en Shakespeare… Por distintas razones, ninguna de
las dos opciones terminó cerrando. De todos modos, aunque me gustan los
idiomas, amo el español. Claro que como experiencia me encantaría actuar en una
obra en inglés; y hacer a Shakespeare en inglés antiguo, ni te cuento.
Pero creo que no podría vivir por largo tiempo actuando en otra lengua. Porque
soy fiel a mi identidad, soy latina, muy rioplatense. Ah, tengo que decirte
respecto de mi debut teatral que en el Teatro del Centro, a los 19, hice la
Abigail de Las brujas de Salem. Y luego en El Galpón, ya estábamos
actuando antes de egresar. Tuvimos experiencias formidables donde se me dio la
posibilidad de hacer la Sofía de Platonov, la Teresa de Los
fusiles de la madre Carrar…
Tampoco te
privaste de estudiar canto.
La vida es sueño |
En consecuencia,
¿ya que no llegaste ni a San Pablo ni a Londres te decantaste por Buenos Aires?
-La verdad es que tenía hambre
de más, de probar, de ver qué podía pasar en otro horizonte. Te comento que en
algún momento hasta se me cruzó Los Ángeles porque conocí a David Hammond, un
extraordinario coach de actores, supercotizado, discípulo de Lee Strasberg,
hice un workshop con él en Uruguay, me interesó mucho su sistema. Y tuve la
fantasía de seguirlo, algo impracticable considerando su nivel de coach de
Denzel Washington, Meryl Streep…
Y en plan de
conocer mundo y cortar el cordón enfilaste a Buenos Aires.
¿Cómo te las arreglaste para arrancar acá?
Minetti |
Otros gritos |
¿Y ya no paraste
de laburar?
-Empezó una continuidad
fantástica, alrededor de 30 obras en cartel durante 10 años, con varios títulos
estupendos.
Hiciste un espectáculo
precioso en el Teatro del Pueblo, Otros
gritos.
Yerma |
También tuviste tu
primera vez en el Cervantes.
-Con Yerma, en la
sala María Guerrero, una puesta muy particular de Daniel Suárez Marzal. Hice un
rol episódico en esa bellísima obra cuya protagonista total en la propia Yerma.
Para mí, pisar las tablas de esa sala, que se abriese el telón y yo estar ahí
parada, fue una emoción inefable. Más adelante, me tocó Sacco y
Vanzetti, texto de hombres pero que tiene el personaje de Rosa Sacco, muy
agradecido. Y entre tantas obras, Golpes a mi puerta en el
querido Andamio, valiosa por la calidad del material y además con el plus
emocional porque Gené, su autor, había fallecido hacía un año: muy fuerte
porque se trataba de un elenco de discípulos de Juan. Hacer de Úrsula, esa
monja tercermundista, es un regalo para cualquier actriz. Felizmente, pude
llevarla a Uruguay, pudimos estar en el Macció de San José; la hicimos en un
templo de Montevideo, imagínate.
En 2014 te llega
por fin Shakespeare.
Como les guste |
¿Fácil Rosalinda,
un personaje que está simultáneamente en dos plano, el femenino propio y el
masculino que asume para lograr su objetivo?
-Lo decía en el sentido de que
es un papel soñado. Pero sí, muy exigente dentro de su riqueza y complejidad,
con tanto espesor. Me hizo dichosa que ese espectáculo atrajera a mucha gente
joven en sus dos temporadas en la sala gran de La Comedia. Chicos y chicas que
se divertían mucho, para los cuales quizás antes de ver Como les guste,
la idea de un clásico les parecía un embole.
¿Cómo les guste es tu primera comedia?
La gata sobre el tejado |
Sobre un tejado de
cinc, ¿te espera la gata Maggie?
-¡Ojalá! La gata sobre
el tejado de cinc caliente es una obra que requiere de un productor
con ojo sensible, esclarecido. El año pasado lo hice en un semimontado muy
logrado y con gran repercusión entre el público. Dirigió Azurmendi, con Esteban
Meloni, Ana María Castel, Antonio Grimau, Silvina Bosco… Me la estudié toda,
aunque después la hice con el texto en la mano para no romper el código.
Tuvimos 4 días de ensayo y para mí fue como un estreno, con todas las emociones
del caso. Creo que lo tenemos todo para hacer un espectáculo realmente
atractivo, solo falta el productor apropiado que invierta en escenografía y
otras cuestiones de producción.
Ya habías hecho
papelito breves en la tele, pero ahora están con un personaje fijo en Las Estrellas.
¿La docencia es
algo más que un medio de vida para vos?
-Me importa mucho la docencia:
doy clases en la Universidad del Salvador desde hace 6 años, para la
licenciatura arte dramático, en tercer año, actuación 3, teatro en verso. Dos
años fui directora de residencia en cuarto año, dirigiendo los espectáculos con
los que los chicos egresaban. Y este año, como si tuviera pocas cosas, por
primera vez abrí mi curso privado, los lunes a la noche, tres horas en el
teatro Korinthio. Sinceramente, aprendo más de lo que enseño. Esta actividad me
mantiene actualizada y muy despierta, reviva la fe en mi profesión recordándome
sobre qué cimientos elegí ser actriz.
¿Cómo se produce
tu llegada a El Avaro, obra que estás
pronta a estrenar?
-El avaro llega a mí cuando el
año pasado me llama Corina Fiorillo. Me pone muy contenta el ofrecimiento,
trabajar con esta directora en auge, me interesa poner mi instrumento en
función de su mirada. Molière como dramaturgo me fascina y El avaro,
particularmente, es una obra muy divertida pero profunda, con trasfondo
pesimista. Con una superficie delirante para decir verdades amargas. Representa
mi vuelta al complejo San Martín, esta vez en el Regio. Mi personaje es
Mariana, objeto de deseo de padre e hijo. La puesta de Corina me sorprenden
bastante, los aportes que hace son muy circenses, el perfil de los personajes
es muy commedia dell’arte. Yo me sumo a esa propuesta con
un papel romántico rodeado de situaciones desopilantes; Mariana es como
un personaje satelital dentro de la obra. La estoy componiendo muy afectada,
muy barroca.
La temática de la
codicia, de la avaricia, ¿sigue resonando en el siglo 21?