Por Mabel
Bellucci*
"Si logramos el hábito de la libertad y el coraje de escribir
exactamente lo que pensamos, y si entendemos que nuestra relación es con el
mundo de la realidad y no solo con el mundo de los hombres y las mujeres,
entonces llegará nuestra oportunidad."
Virginia Woolf
En Buenos
Aires, el 11 de abril de 1852, surge el periódico La Camelia y finaliza
el 20 de junio con la salida de treinta y un números. Hasta ese momento, se
desconoce el nombre de sus responsables ya que eligen el anonimato. En su
portada figura el lema Viva la Confederación Argentina. Libertad: no
licencia; igualdad entre los secsos. Espacios más abajo aparece
la siguiente cita: Siendo flor se puede vivir sin olor. Siendo muger no
se puede vivir sin amor, extraída del cuento La Camelia, sin
que consten los datos de su autor.[1]
Se
publica los domingos, martes y jueves. Un dato distintivo del periodismo de la
época es que se vende solo por suscripción. Esto podría incidir sobre la
difusión de la prensa femenina puesto que, por un lado, se supone que carecen
de un número sustantivo de lectoras y, por el otro, la mayoría de la población
desconoce su existencia.
Los
treinta y un números mantienen de manera estable las siguientes secciones: una
editorial titulada Las Redactoras; Modas, Correspondencias y Variedades. Esta
última es la más dinámica. En ella aparecen reproducciones de obras de teatro,
cuentos, poesías, miscelánea, opiniones de temas políticos puntuales, crítica
teatral y citas de famosos pensadores. La mayoría de los textos literarios son
publicados por entregas: Este nuevo fenómeno que es el folletín tiene su origen
en la prensa francesa y, a mediados del siglo XIX, se impone en nuestras
tierras. Siguiendo esta tendencia tan de moda en la época, La Camelia lo
practica desde el primer número con el cuento que da origen a su nombre.
¿Quiénes
son las autoras?
En su
primer número, en la sección Correspondencias, en un diálogo entre una
simpatizante de dicho periódico y un señor curioso, los lectores descubren que
son tres las responsables de tal iniciativa.
"Queridas
redactoras de La Camelia:
...-¿Será
sin duda por decirse redactado por mujeres?
-Así es.
-Pues
creo os equivocais; el redactor será algún hombre bajo el anónimo de mujeres.
-No,
señor.
-¿Según
eso conoceis las Editoras?
-Sí,
señor.
-¿Por
qué, señor?
-Porque
será como cosa de mugeres
-...creo
no son mugeres las redactoras. Hia, como que vivimos en un siglo mercantil y...
-Señor,
las redactoras son tres señoras y me jacto en decir amigas mías, ellas...
-Bien,
sea, pero en tal caso podías decirme sus nombres.
-No,
señor, porque ese secreto no me pertenece.
-Ja, ja;
¡qué lindo modo de evadirse!
(La
Camelia, Nº 1, 11 de abril de 1852)
De
acuerdo a esta correspondencia, un sinnúmero de varones se muestran interesados
en conocer la real identidad sexual de las personas responsables de la
publicación. En tanto que ciertas seguidoras mantienen una complicidad y
lealtad con las autoras al no hacer público sus nombres.
![]() |
Rosa Guerra |
Se podría
suponer que el uso de seudónimos en lugar de ser una muestra de debilidad,
expresa una maniobra política para despegarse del peso del apellido familiar o
conyugal.
A pesar
de esta presunción, la estrategia de ocultamiento no es en vano: el Buenos
Aires de entonces era una aldea, en donde ellas pueden sufrir el acoso o la
violencia por semejante osadía. Por ejemplo, La Camelia recibe
una tremenda ofensiva por parte de dos periódicos: por un lado, El
Padre Castañeta que organiza una vasta y descalificada campaña y, por
el otro, El Torito Colorado, el cual le dedica dos comentarios.
Ello llevará a que Rosa Guerra[2],
una de las supuestas editoras, testimonie en la publicación Los Debates su
desvinculación de dicho medio. De inmediato, La Camelia avala
los argumentos de ella:
"Las
Redactoras.
...sentimos
sobremanera que haya corrido la voz con bastante generalidad, que la señorita
Rosa Guerra tenía parte en la redacción de nuestro periódico y ha hecho muy
bien en apresurarse a desmentir esa generalidad, que con la mayor ligereza la
ha supuesto capaz de tan pobres producciones." (Los Debates, 5 de mayo de
1852).
Las
aclaraciones hechas por Rosa Guerra no satisfacen a aquellos dudosos que
insisten en mantener el debate. El diario El Torito Colorado es
un ejemplo de ello.
A las
editoras de La Camelia:
"Esperamos
que Ustedes nos perdonen la ofensa que le hacemos en no creer que la señorita
Guerra no sea una de las principales redactoras de su fenómeno periódico y por
esto esperamos que cumplan la promesa que habéis hecho de dar vuestro nombre y
apellido, de este modo sabremos si sois feas, lindas, viejas o mozas, gordas o
flacas, casadas o solteras. Los dos hermanos." (El Torito
Colorado, Año I, 13 de mayo de 1852)
Evidentemente,
es más significativo abordar este proyecto de civismo implementado a través del
periodismo político por un grupo de mujeres ilustradas, que rastrear los
nombres de las autoras. Con independencia de que sea una u otra, todas ellas
comparten un mismo horizonte de cultura y una tradición civilizatoria que las
lleva a configurar un modo de pathosformel femenino con una
conciencia que las incita a tomar la palabra y a organizarse intelectualmente.
¿Quiénes
son los lectores?
"Una
creciente ampliación y transformación de los campos de lectura parece haber
sido una característica del Buenos Aires posterior a Caseros. Si bien es
difícil saber cuáles fueron sus alcances y sus límites, es obvio que incorpora
a sectores que no circulan por los ambientes relativamente estrechos- aunque no
clausurados- de las elites políticas e intelectuales locales"[3].
Al
revisar en La Camelia la sección Correspondencias, se infiere
que sus interlocutores se dividen por igual entre mujeres y hombres, pese a que
aparece en la prensa de la época un dato sugestivo: una encuesta porteña de
1856 devela la existencia de 14.667 mujeres alfabetas sobre 10.212 varones.
Significa entonces que aparece un corpus femenino dispuesto a leer y a
comunicarse.[4]
Es
probable que las cartas de lectoras adquieran otro grado valorativo para ellas,
puesto que representan formas espontáneas de aparición y de participación en un
medio que aún le es ajeno, como el periodismo. Aunque curiosamente, si lo que
esas corresponsales buscaban era hacerse conocer, esto se tornaba imposible
pues por lo general la identidad estaba oculta tras un nombre de pila. Pero los
lectores también cultivan la estética del anonimato a través del seudónimo. Por
lo visto, escribir en La Camelia es una transgresión ya que
los receptores de ambos sexos como las autoras, mantienen reservados sus
nombres. Tan es así que los muchos varones insisten en querer descubrir la
verdadera identidad de las responsables de la publicación.
Presumiblemente,
previniendo reacciones desfavorables de parte de sus detractores, La
Camelia aclara que sus objetivos apuntan a interpretar no solo las
necesidades de las mujeres sino también las de las familias.
"No nos apartaremos, sin embargo de la
senda que hasta hoy hemos seguido, respecto de nuestro secso. Y las
correspondencias que insertémos serán generalmente las que no encierren defensa
personal en ningún sentido, ni materias inmorales bajo ningún aspecto. Bien
podrán nuestras compatriotas madres de familia ofrecer á sus hijos la lectura
de La Camelia, que nada impío, inmoral ni deshonesto encontrarán en ella..."
(La Camelia Nº 11, 4 de mayo de 1852)
En cuanto
al grado de recepción que tuvo este periódico se supone que fue en aumento, en
base al pedido de disculpas ante las dificultades en la distribución que
aparece en uno de los números; ellas dicen: Un reparto nuevo y numeroso,
demanda algunas dificultades para su arreglo.
¿Cómo es
La Camelia?
La
Camelia se
destaca no solo por ser una publicación de mujeres para mujeres, sino también
por su acentuado tono crítico al rosismo. Ello responde, en primer lugar, a que
las autoras desean intervenir activamente en el debate que se abre en torno a
la construcción del nuevo orden social y político del país, durante la era del
despegue del liberalismo:
"Pueden
plasmar su propia voz en el contexto de la nación... no solo participan en la
discusión nacional, sino que producen un lenguaje para entrar en ese debate". [5] Y,
en segundo lugar, a que el carácter antirrosista de La Camelia también
podría estar motivado por dos grandes cuestiones: en primer lugar, por una
mirada crítica en cuanto a lo que ellas consideran la utilización que hacía el
régimen sobre las mujeres. Y en segundo lugar, por la pertenencia social
burguesa de sus autoras que las convierte en opositoras. Además, las distingue
del amplio arco de mujeres de sectores populares: esclavas, negras, pardas,
indias, mancebas, mendigas, trabajadoras ambulantes y de otros cortes
diferenciales por clase, etnia y región.
“La
mujer y la familia se convierten en mediadores del poder del Estado. El
gobierno paternalista de Rosas impone estrictas censuras al comportamiento
femenino. Al insistir en una alianza entre ellas y la iglesia, el régimen
utiliza a las mujeres para apoyar funciones de Estado y su peculiar forma de
moral “.[6]
A raíz de
las actividades periodísticas de las responsables de La Camelia,
los opositores patrocinan argumentos de tal intolerancia que la ofensa personal
(lenguas viperinas, mujeres públicas, viejas cotorronas, perseguidora de
jóvenes, corrompidas y fétidas, entre otras) se constituye en el discurso
imperante. Son sus juicios taxativos contra la viciada dirigencia política, lo
que provoca tal ofensiva misógina y machista.
"Mucha
importancia le damos con esto; pero nos horripila tanto el ver a una muger
escribir de política en días críticos, como ver suelto por las calles a un
perro rabioso"
(Periódico La
Prensa Nacional, Año I, 22 de junio de 1852)
Tanta
reacción adversa presume que el compromiso de La Camelia con
la liberación nacional es tan importante como con la liberación de las mujeres.
Si bien La
Camelia representa un alegato contra la discriminación y la
desigualdad de sus pares, al contextualizarse en un momento concreto del país,
el triunfo de Caseros, se convierte en un documento político. Documento por
cierto cuestionador tanto del totalitarismo como del ejercicio masculino del
poder. En este escenario, los varones han demostrado su naturaleza: dominar a
través de la fuerza.
"…
Durante veinte años se había condensado ocultando nuestro pasado, mostrándonos
un presente de sangre, devastación, humillación, dolor, llanto y desesperación:
de él surgían cual espectros el terror, la muerte, la delación, la calumnia y
todos los monstruos que creara la tiranía." (La Camelia Nº 1, 11
de abril de 1852)
No
obstante, la lucha por derrocar al gobierno de Rosas diluye el conflicto entre
los sexos. El compromiso por destituirlo es de hombres y mujeres por igual.
“Nosotras
como los hombres, hemos participado de las persecuciones de la fe política,
nosotras al lado de nuestros padres, de nuestros esposos, de nuestros hermanos,
de nuestros hijos... Nosotras, en fin, hemos contribuido a la alta empresa de
libertad y de derrocar ese poder absoluto y bárbaro que por veinte anos, ha
hecho gemir a los pueblos argentinos”. (La Camelia Nº 7,
25 de abril de 1852)
Su caída
y la etapa posterior reabre dicho debate pendiente por el momento de opresión
política transitado que congeló el espíritu de reclamos por el reconocimiento
de las diferencias genéricas. Vale decir: este nuevo orden instaurado a partir
de 1852 debería contemplar las deudas pendientes que la sociedad tiene con las
mujeres.
Las
autoras van y vienen en un contraste permanente entre sus demandas, las que no
generan fuertes reacciones sociales ni efectos políticos sobre el ejercicio del
poder por parte de los varones. No son ellas, con su espíritu reivindicativo de
libertad e igualdad, responsables del desborde, el caos; sino que un gobierno
tiránico es el signo de los excesos. Ello es para La Camelia igual
a licencia.
"..Entramos
en la Nueva Era en pleno goce de nuestros derechos, la libertad y el orden, no
la licencia. La licencia es precursora de la anarquía y esta de la
tiranía..."
(La
Camelia Nº 1, 11 de abril de 1852)
Al
inaugurarse otra etapa política, "Buenos Aires (...) es entonces
sede del experimento de consolidación nacional dirigido por una elite nueva,
que se siente protagonista de una epopeya iluminada por las antorchas del
liberalismo y el progreso". [7] Existe
una necesidad por querer llevar a la práctica los valores de la igualdad y la
fraternidad, los cuales son inherentes a una sociedad libre y republicana. La
Camelia se inscribe en esta tendencia: primar el interés de vincularse
entre individuos iguales que por propia voluntad se unen para obtener un fin
común. Y no hay mejor instrumento para configurar la esfera pública y
vigorizar a la sociedad civil que la prensa.
Buenos
Aires se caracterizó siempre por sus prolíficas imprentas. De ellas salieron a
lo largo de los años variedad de periódicos, folletos, hojas sueltas y, en menor
número, libros. "No obstante, el periodismo se convierte en la
pieza clave del nuevo sistema político, en la medida en que se la considera a
la vez expresión y origen de la opinión pública". "Entonces,
tener un diario es una necesidad no solo para los dirigentes sino para
cualquier persona o grupo que quisiera tener presencia pública, presionar por
sus intereses, defender una opinión". [8]
No cabe
duda que nuestras féminas son representantes de una clase social acostumbrada a
la producción y consumo de bienes culturales. No obstante, la frivolidad es
parte de los nuevos códigos culturales y de ocio de estos sectores en ascenso;
importando más la recepción mundana que la conversación intelectual. "Las
mujeres de la alta burguesía tienen como misión principal el mostrar, a través
de su propia persona la posición económica del marido. Por ello, son eximidas
de la realización de cualquier trabajo, debiendo ocuparse únicamente de la
actividades sociales que les permitan manifestar pública y ostensiblemente su
ocio ". [9] De
allí, el empeño de ellas por instalar y difundir más allá de sus circuitos
íntimos, una visión inaugural en torno a la importancia significativa del
desarrollo de la educación sustentado en el rol protagónico de sus pares. Y es
en este espacio en donde ellas visibilizan su exclusión. Por lo tanto, para
integrarse al nuevo proyecto político buscan su lugar a través de la educación,
herramienta fundamental para reparar las desigualdades existentes. Aunque, sin
tensar el difícil equilibrio entre sus obligaciones tradicionales y estos
nuevos horizontes de expansión pública.
Ahora
bien, cuando hablan de educación también incluyen en este mismo concepto el rol
de la maternidad y sus obligaciones que se entienden como constitutivas de la
condición femenina. Entonces, instalar un nuevo tipo de enseñanza significa
calificar sus responsabilidades tradicionales para servir al nuevo sistema
político. Otra vez se retoman aquellos postulados de la Ilustración por los
cuales la maternidad sirve como argumento a favor de reformas educativas y
legislativas, poniendo el acento en el aporte cultural que se haría a partir de
esa propiedad biológica femenina porque "pragmáticamente
redundaría en un beneficio público ya que la mujer, entonces, sería la
encargada de vigilar la instrucción de sus hijos, ayudar a su esposo a no
olvidar lo aprendido en su juventud y, en igualdad de conocimientos con su
marido, acrecentaría la felicidad familiar". [10]
En suma:
reconocen su capacidad de dar vida como un bien supremo. Es decir, "la
imagen de la mujer como madre republicana, ocupada en los quehaceres domésticos
y la instrucción hogareña de los futuros ciudadanos de la nación"[11].
El Buenos
Aires de entonces ya está bastante familiarizado con los debates que generan
estas demandas. Y es justamente desde los orígenes de la prensa en el Río de la
Plata que, en la sección Correspondencias o lectores, se mantiene esta
acalorada discusión entre ambos sexos.[12] No
cabe duda que el aislamiento cultural de Argentina, a lo largo del rosismo, se
hizo sentir. Probablemente el exilio, los viajes y la literatura permiten
consustanciarse con los avances de la ciencia y con la existencia de modelos
alternativos de mujer en las sociedades modernas capitalistas.
"...Pidan
esos espíritus mezquinos, a la culta Europa los catálogos de sus mugeres
sabias: humíllense hasta ese punto, esos pirrónicos hombres y se convencerán de
que hubo, hay y habrán mugeres capaces de saber, en todos los ramos que
cursaron los hombres que se llaman sabios..." (La Camelia Nº 7, 25
de abril de 1852)
"No
somos las americanas inferior clase que las europeas... Si nos dispensasen la
enseñanza de la filosofía, la historia, ciencias exactas y derecho natural y
civil, nuevo progreso habría en las ciencias y en las artes." (La Camelia Nº 10, 2
de mayo de 1852)
Pese al
consenso expreso, este mismo periódico alerta sobre el peligro que acecha a las
mujeres cultas el alejarse del cuidado de las costumbres para incurrir en el
mundo masculino de las leyes.
Pero es
mejor descubrir cuáles son los pedidos específicos de La Camelia:
"...No
se crea que al pedir un nuevo órden de enseñanza, nos animan aspiraciones
indebidas a nuestro secso, no tratamos de ocupar con el tiempo, un lugar en las
cámaras, no señores, tratamos solamente de llenar el vacío que el orden social
nos prescribe y que la misma naturaleza nos imponen: cuidar de la educación de
nuestros hijos, defender sus derechos y dar ciudadanos a la
Patria..." (La
Camelia Nº 9, 23 de abril de 1852)
Como en
un juego de analogías, las mujeres se encuentran en una situación similar a la
patria. Se fusionan en la medida en que ambas son féminas, reciben maltrato y
muchos de sus derechos aún están pendientes. En síntesis, los varones burlan
las leyes de la naturaleza humana para ejercer una tiranía privada sobre ellas,
en tanto Rosas burla las leyes de la sociedad para ejercer una tiranía pública.
"...la
infeliz muger, en medio del bullicio de la sociedad que la atormenta le halaga
la sola esperanza de ser útil a su patria, a sus amigos y a sí misma le hace
soportable esa cadena de frecuentes padecimientos, que ha forjado la tiranía de
los hombres, burlándose de las leyes de la naturaleza..." (La
Camelia Nº 4, 18 de abril de 1852)
Notable
paradoja: las autoras de La Camelia poco o nada tienen que ver
con esas imágenes femeninas silenciosas y subordinadas del mundo doméstico, ya
que la osadía de apropiarse de la palabra es lo que hace que las estudiemos en
la actualidad.
Oportuno
es aclarar cómo desde un rol tradicional de sometimiento y control patriarcal,
ellas intentan subvertir el orden instituido dentro del propio orden.
Para
analizar el fenómeno de la prensa femenina, conviene efectuar un pequeño
recorrido en torno al contexto de presión y opresión, en el cual estas mujeres
se mueven y del cual son, de alguna manera, sus productos.[13] La
herencia colonial aún influye sobre las normas y procederes. Sus vidas están
centradas en la familia y en el matrimonio.
En las
configuraciones culturales, las mujeres son concebidas y se conciben a sí
mismas desde su especificidad biológica, en cuanto a su función reproductora.
Difícilmente ellas estén representadas como sujetos de derecho a diferencia de
los varones, que se constituyen como un todo de razón y pasión en una tensión
creativa. La sensibilidad sentimental y la posibilidad de procreación
serán dispositivos reguladores para mantener el orden patriarcal vigente.
Conservar la honra moral y la reputación de virtud es un honor femenino que se
constituye en deber. Y para su cumplimiento se necesita de un férreo control
ejercido no solo por los jefes de familia, sino también por un sustento de
redes represivas de otras mujeres, asistidas por sacerdotes y confesores.
En suma,
el matrimonio es la institución adecuada para la reproducción de la vida y el
único lugar posible de desplegarse la sexualidad femenina.
Tal vez
la necesidad de sentirse reconocidas como mujeres de su siglo, que desean
discutir los grandes temas nacionales en un proceso de iniciación democrática y
que reflexionan sobre sus carencias, las configura en una variante de la pathosformel que
modela un perfil de mujer legitimada por las tendencias euromodernas que exigen
un reconocimiento en tanto ciudadanas.
Conclusiones
La
Camelia se
singulariza por ser una publicación bisagra entre un proceso de gran
inestabilidad frente a las luchas de liberales y rosistas y el lento ingreso
hacia las transformaciones sociales, políticas y económicas después del triunfo
de Caseros. Significa entonces un documento de época en el que, al leerlo, se
difiere el pasado conflictivo de las pugnas y el futuro esperanzador del
contrato político que se abre a mediados del siglo XIX. En este sentido, pone
de manifiesto una concepción del texto como instrumento de denuncia y un ideal
de periodismo sostén de un diseño de nación.
Presumiblemente,
el discurso de La Camelia no queda flotando en el vacío en ese
Buenos Aires partido en dos. Las expresiones tradicionales son sus enérgicas
opositoras. Cabe suponer que en algo habrá tallado. Es imposible presumir cómo
fue el contacto entre nuestras escritoras y el circuito selectivo de sus
lectoras así como los efectos de su intervención. Es conocida la ausencia de
fuentes que develen una interacción entre ambos universos. Asimismo, ronda la
posibilidad que dicha publicación también se haya propuesto sensibilizar a
aquellos hombres que detentaban el monopolio de la autoridad pública.
En suma:
las autoras de La Camelia, a través del dispositivo de
representación al escribir “en nombre de”, interpelan a sus lectoras con un
saber sin vacilaciones. Si este mecanismo delegativo resulta efectivo es porque
ellas constituyen un grupo reducido que no expresan el deseo del conjunto de
las mujeres del momento, sin que ello desmerezca el esfuerzo puesto en generar
espacios culturales
Desde la
perspectiva de género y feminista, La Camelia evidencia
disrupciones en cuanto a la participación de las mujeres en el periodismo
signado por la descomposición del rosismo y la apertura a posteriori hacia
el pensamiento liberal. En sus posicionamientos editoriales
queda de manifiesto no solo un planteo en torno ciertas versiones de liberación
nacional, sino también de resistencias femeninas. Desde el enfoque de género,
cabe preguntar: ¿Cómo comprender la emergencia de estas redactoras de La
Camelia? ¿Constituían modalidades de salida al espacio público en calidad
de sujetos de producción de ideas? ¿Se está ante una modalidad de resistencia a
un patriarcado histórico y culturalmente articulado?
Las
autoras no resisten desde un lugar clásico, el privado, sino que salen y se
instalan en el espacio cívico como sujetos de palabra, de pensamiento. Su voz
se configura, entonces, en una suerte de conciencia crítica del patriarcado.
Pero ésta no es la única causa de desaprobación, también están presentes
las experiencias vividas por las mujeres en el poder durante el régimen
rosista. Por lo tanto, la invisibilización y carencia de voz que viven a
nivel personal encuentran en este “espacio editorial propio” la posibilidad de
iniciación de un ejercicio democrático donde se cuestionen los cánones
establecidos a nivel social. ¿Se trataba de un ejercicio de democratización e inclusión
para las mujeres? ¿O un “espacio editorial propio”? ¿Qué nociones
socio-históricas de libertad e igualdad estaban en juego a través de dicha
editorial? Tales interrogantes conducen a hipotetizar que La
Camelia constituyó un alegato en defensa de una mayor igualdad entre
los sexos. De ahí que este periódico podría constituir un documento político.
Documento, por cierto, cuestionador tanto del totalitarismo político como
también del ejercicio masculino del poder en donde los varones han demostrado su
naturaleza: dominar a través de la fuerza.
Siguiendo
esta línea pretendemos indagar qué limitaciones podrían presentárseles a las
mujeres para manifestar sus ideas libremente y a qué estrategias ocultas
recurrían las editoras para evitar cualquier tipo de discriminación social por
manifestar sus ideas políticas y genéricas en una época signada por la salida
del régimen de Rosas. Si bien el posicionamiento de estas mujeres es disruptivo
y La Camelia les ofrece un espacio propio desde el cual dejar
de manifiesto sus ideas, ellas generan resistencias “en tanto mujeres de una
determinada clase social”. Es decir, pertenecen a una clase social alta
habituada a la producción y consumo de bienes culturales. Y es en este espacio
en donde ellas visibilizan su exclusión. Por lo tanto, para integrarse al nuevo
proyecto político buscan su lugar a través de la educación, herramienta
fundamental para reparar las desigualdades existentes.
Por otra
parte, interesa incursionar en las tensiones de clase, es decir, en las
diferencias entre las propias mujeres que quedan de manifiesto en el periódico.
Si bien se observa la visibilización de la voz femenina en detrimento de una
mirada androcéntrica sobre el proceso de la historia argentina, alegato
en defensa de una mayor igualdad entre los sexos, no se propone lo mismo dentro
del género femenino. Ellas solo dialogan con las de su propio nivel social, que
se convierten en sus interlocutoras. Por ello se infiere una falta de contacto
entre nuestras escritoras y las otras mujeres. La Camelia solo
aborda problemáticas distintivas de su clase, en tanto aquellas que no
están próximas a los espacios de poder carecen de significación. Estas mujeres, al renegar de esa condición, manifiestan una nueva
imagen femenina, subvirtiendo y resignificando los estereotipos esperados para
ese período, además de desestabilizar las categorías pasivas de su sexo. Por lo
tanto, ellas se
autoconfiguran como sujetos políticos al convertirse en portavoces de una
premisa que deviene en insubordinación y resistencia, además de
integrar nuevas voces a la historia.
* Activista
feminista queer. Integrante del Grupo de Estudios sobre Sexualidades (GES) en
el Gino Germani-UBA, de la Cátedra Libre Virginia Bolten de la UNLPlata y de la
Cátedra Libre de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto, Legal, Seguro y
Gratuito en la Facultad de Ciencias Sociales- UBA. Autora Historia de
una desobediencia. Aborto y Feminismo. Capital Intelectual. 2014.
Agradezco la colaboración de Emmanuel Theumer y de Paola Martínez.
[1] Auza, Nestor Tomás, Periodismo
y feminismo en la Argentina. 1830-1930, Buenos Aires, Emece,
s/f, p. 164
[2]Rosa Guerra fue escritora,
educadora y periodista. Oriunda de Buenos Aires. Más allá de su supuesta
vinculación con La Camelia, desarrolla una intensa labor
intelectual y de producción escrita a partir de 1854: en la revista La
Educación, en los periódicos La Tribuna, La Nación
Argentina y El Nacional. En 1860, la novela Lucía
Miranda. Tres años después escribe un libro de lectura para
niños Julia o la educación, dedicado a Mariquita Sánchez de
Thompson. Fallece en Buenos Aires el 23 de agosto de 1864.
[3] Sábato, Hilda, La política en las calles. Entre el voto y la
movilización. Buenos Aires,1862-1880, Buenos Aires, Sudamericana,
1998, pág.62.
[4]Masiello, Francine. Entre
civilizacion y barbarie. Mujeres, nación y cultura literaria en la Argentina
moderna. Rosario, Beatriz Viterbo, 1997, p. 77.
[5] Sosa de Newton, Lily, Las argentinas de ayer a hoy. Buenos
Aires, Ediciones Zanetti, l967, p.79.
[6] Masiello, Francine. Op.
cit., p. 14
[7] Sábato, Hilda, Op. Cit.,
p.17.
[8] Ibídem,p.63.
[9]Centro Feminista de Estudios y
Documentación, El trabajo de las mujeres a través de la Historia, Madrid,
Instituto de la Mujer. Ministerio de Cultura, 1995, p. 80.
[10] Sosa de Newton, Lily “Cómo
y cuándo las mujeres comenzaron a comunicarse por medio de la prensa en Buenos
Aires”. Todo es Historia,nº 294, Buenos Aires, diciembre 1991, p.
67-69.
[11] Laudano, Claudia, Las
mujeres en los discursos militares(1976-1983), Buenos Aires, Red de
Editoriales de Universidades Nacionales-Página 12, 1998, p. 51.
[12] Masiello, Francine La
mujer y el espacio público. El periodismo femenino en la Argentina del siglo
XIX, Buenos Aires, Feminaria Editora, 1994, p. 7
[13].Las costumbres de la época, al no reconocerles a
las mujeres derechos políticos, económicos,civiles y sexuales las ubican en un
lugar de minoridad: siempre dependiendo legal y económicamente de su padre,
tutor o marido. Permanecen bajo la tutela paterna hasta el casamiento o hasta
los veintidos años si son solteras. El esposo o progenitor tiene poder sobre
ellas en temas relacionados al comercio, al empleo y al uso del dinero. Nada se
hace sin el consentimiento de los varones. Asimismo, no pueden ejercitar
autoridad sobre sus hijos, a menos que sean viudas o abuelas. La patria
potestad adquirida ante la muerte de su marido, se pierde de inmediato cuando
se casan de nuevo.