La alegría del hogar

Por Julián Gorodischer

Es viernes, son las 10:15 am, empieza –por América- Cocinando para vos. Ojalá pudiéramos entender esa alegría, la de Maru Botana.

El videograph lo explica: “Maru y el Turco (Naim), recargados”. En cualquier momento, se prenden. El baile es en trencito y con los brazos en alto. ¿Esto necesitaban las mañanas? Es un formato antiguo, previo al magazine, sin entrevista, diálogo o el más contemporáneo panelismo. La competencia –Morfi (Telefé) y Qué mañana (Canal 9)- todavía persiste en la entrevista y la ronda de diálogo, quizá porque los considera condimentos para que el sabor de los platos no quede tan amargo. En aquellos, la actualidad se concibe como un repaso de la agenda de tapas de los principales diarios, pero Cocinando…, con intención, retrasa la tele matinal a un momento anterior a las Mañanas informales -que inauguró el ingreso de la información periodística a la tele, por la mañana, de la mano de Jorge Guinzburg-, para ofrecer un larguísimo tempo de preparación de postres rociados por un puñado de temas: sobre todo, los extravagantes, exóticos, siempre defectuosos modismos con que los varones del equipo se vinculan con las tareas hogareñas.

Los tempos de las preparaciones se dilatan hasta los 35 minutos para un rogel u otros tantos para el crumble de manzana, concibiendo a una espectadora que está como narcotizada, ávida –creen Maru y su equipo- de ser interpelada alla antigua. “Si no tenés cancha con la cacerola, te conviene el baño de María”, le dice la rubia de los bucles y la extrema sonrisa, mirándola a cámara, tan amansadora cuando pide: “Que pase cualquier cosa pero vos, acá, hoy, ohmm”.

Los secretos que da Maru no deben contarse en la mesa, ni a nadie. La “habilidosa” acá se concibe como acreedora de recetas y trucos que le agregan roce social para mantener unida a la familia. Acá son referidas todo el tiempo las cohortes numerosas de rubicundas criaturas –los hijos y las hijas de Maru- que realizan a la mamá a través de su constante inclinación al juego y la travesura inofensiva. Todo lo realiza Maru –directa o indirectamente- para beneficio de la cría, que es nombrada en torno a un repertorio limitado de irreverencias módicas.

Pasan las horas –que acá no escatiman-, y se asiste al tedio del vacío de sentido, el eterno “revolver la cacerola” que apenas habilita pausas para que hablen Fer, el chico de las redes y las noticias, el Turco Naim o Tano Cheff, el cocinero invitado. La charla se produce en la tregua que da un meter en el horno o un agregar sal; el foco está en los vaivenes del “piso”, los programas vecinos –el de Antonio Laje, el noticiero-, y esos “primos lejanos” que se legitiman como objeto tras aparecer en alguna pantalla: los famosos y los mediáticos. Cada tanto, sin clara motivación ni preanuncio de ningún tipo, Maru y el Turco levantan los brazos y los ondean solo para corroborar que el lazo con “el otro lado” se garantiza en la manifestación de la euforia.

Hay que mostrar un cuerpo vivo –siente Maru-, híper-excitado, híper-activo, que dé prueba a “la señora” de que vale la pena levantarse de la cama y –aunque sea- bajar al Chino. Para poder cocinar la “lasagna Emiliana” como instruyó Tano Cheff -el refinado- que está ahí para, con su tonada, generar atracción en “la señora” que lo ve meter las manos en la masa y después agregarle “vinito tinto” a la cacerola, aunque no logre cuajar con la escenografía de cartón pintado en fucsia y dos ficus moribundos sobre la mesada.

“Disfrutemos de este día de lluvia a pleno”, insiste la rubicunda, quien –por contraste- hace devenir a Pamela David –su precursora en el horario- y a María Freytes –quien fuera su panelista estrella- en dos feministas rabiosas por solo adherir a las marchas del Ni una menos o tratar en piso un femicidio, cada tanto. Maru logra –en cambio- en su proceso de remisión a “un mundo aparte”, construir un universo tan hermético como lo es ese estudio de colores estridentes y sin ventanas, donde no se ha previsto un “living” –la unidad mínima televisiva- para aunque sea intentar una conversación más reposada o amagar un debate sobre algo.

No: acá la unidad del espacio y la medida es “la cocina”; afines, sus artífices, a una premisa ofensiva que pronunció desde aquel pelado ministro, Cavallo, al automovilista iracundo del día, pero que esta vez es remixada con un tono de “buen día, bien arriba”: “¡Andá a lavar los platos, mujer!”.