Hattie Mc Daniel: Un Oscar redondo

Por Kado Kostzer

¡Gorda! ¡¡Negra!! ¡¡¡Lesbiana!!! Hattie Mc Daniel construyó su nicho en el cine norteamericano capitalizando dos de sus “faltas” sociales, a la tercera la mantuvo secreta. Si hubiese sido judía habría tenido cartón completo en el bingo de los prejuicios, ese juego siniestro donde el ganador es señalado por dedos tan puros como inquisidores.

Quizás su nombre hoy diga poco, pero ¿qué aficionado al cine no vio el film de los films, Lo que el viento se llevó? Esa majestuosa saga romántica con el marco de la Guerra de Secesión convirtió su imagen en memorable y entrañable. Casi al inicio, hace su rotunda aparición Mammy (Mc Daniel) asomada a una ventana llamando a su ama Scarlett (Vivien Leigh) que coquetea con dos galanes. Dientes de mazamorra, piel oscura y lustrosa, nariz ancha, ceño fruncido… Su apariencia responde al estereotipo de la fiel gorda negra con turbante, aros de argolla e infaltable delantal blanco.

El uniforme le había servido desde 1932 -y le serviría - para estar al servicio de Ginger Rogers, de Barbara Stanwyck, de Katharine Hepburn, de Jean Harlow, de Mae West… A pesar de semejante constelación de patronas cinematográficas, ninguna alcanzó a opacar a Vivien. Juntas lucharon por recuperar Tara, la plantación devastada por la guerra civil, el hambre, las epidemias, los saqueos... y en muchos momentos Mammy con su sensatez y autoridad es la que atempera a la decidida heroína. Mc Daniel había manifestado que le gustaba y comprendía profundamente al personaje porque su abuela había sido esclava en una plantación semejante a la del film.

El estreno de la espectacular superproducción fue programado, el 14 de diciembre de 1939, en Atlanta, Georgia, el estado del racismo más delirante, con leyes muy precisas al respecto. Desde el principio se advirtió a los actores negros -todos en roles de esclavos- que su asistencia no estaría permitida, que sus nombres se eliminarían de la publicidad e incluso del programa de lujo. De nada valieron los intentos del productor David O. Selznick para obtener permiso y que su mimada Mc Daniel estuviese presente. Clark Gable, el protagonista y amigo personal de la actriz, amenazó con boicotear el pomposo evento, pero fue ella misma la que lo persuadió para que participara.


Dos semanas después, la más permisiva sociedad californiana aceptó que Mc Daniel se unira a sus compañeros de reparto, Vivien, Clark, Olivia de Havilland y decenas de celebridades en la premiere hollywoodense. Esta vez Zelznick logró que se incluyera su foto en lugar destacado del programa souvenir. También tuvo éxito en su empeño para que fuese nominada, en la categoría de mejor actriz de reparto, al Oscar de 1939.

En la ceremonia, efectuada en el Hotel Ambassador de Los Ángeles, Hattie -cuajada de gardenias- fue ubicada con su acompañante en una mesa cercana a la cocina y apartada del resto de las luminarias. El oscuro rincón se transformaría en el centro de la atención general cuando se anunció su nombre como ganadora. Fue la primera persona afroamericana en obtener la sobrevalorada estatuilla. Pasarían diez años hasta que otro negro, la actriz Ethel Waters, fuese ternado y diecinueve para que Sidney Poitier la ganara.

La mayor parte de la comunidad negra se mostró orgullosa ante el logro de Hattie. Los más radicalizados, en cambio, la criticaron acusándola de Tío Tom, por prestarse a cimentar el cliché establecido para la raza en el cine norteamericano. La pragmática actriz respondía invariablemente: “Prefiero ganar 700 dólares por semana interpretando roles de sirvienta que siete siendo sirvienta”. Sabía lo que decía. En el pasado, cuando el trabajo en el mundo del espectáculo escaseaba, resignadamente se había empleado como doméstica.

Viejos y nostálgicos sureños también se sintieron molestos, ellos por la “familiaridad” entre negros y blancos que mostraba el film. Vista con ojos despejados, Lo que el viento se llevó trasunta cierta melancolía por el arrogante sur esclavista y es severa con los abolicionistas, sin embargo no denigra a la raza negra y la mayor parte de sus miembros demuestran sensatez, coraje y sensibilidad. Mucho más discriminatorio es el trato que reciben los pobres que en más de una oportunidad son llamados white trash, gentuza blanca, escoria blanca.

Se dice que ella fue la inspiración de la cocinera -identificada por su acompasado caminar en pantuflas de felpa- en los dibujos animados de Tom y Jerry, la especialista en tortas, de frambuesa y crema, que terminaban aplastadas en la cara del gato.

La segregación -¡que duró hasta 1965!- se hizo también visible durante la II Guerra Mundial y Hattie estuvo activa vendiendo bonos, cantando en hospitales y llevando entretenimiento a soldados negros. Junto a ella estaban Lena Horne, Ethel Waters y Bette Davis, la única blanca y ¡yanqui!

Hija de esclavos liberados, y la menor de 13 hermanos, varios de ellos artistas, quedó inmortalizada como actriz dramática, aunque en su pasado artístico había grabaciones como cantante, temas musicales de su autoría, giras con compañías de variedades y actuaciones cómicas. También en el mundo de la radio había sido pionera al ser la primera afroamericana en cantar en una emisión de 1925 en Denver.

Cuatro maridos desfilaron por su abundante seno maternal. Del primero enviudó casi inmediatamente, el segundo y el cuarto duraron once y cinco meses respectivamente, el número tres permaneció a su lado el récord de cuatro años. Más duradero fue su affaire sentimental con la actriz Tallulah Bankhead, heredera de una aristocrática y prominente familia de Alabama que había logrado notoriedad en los escenarios de Broadway y del West End londinense. A pesar de su belleza, distinción y talento, el cine no le hizo justicia aunque protagonizó olvidados films en los ’30, época de su romance interracial. Tallulah, una lesbiana bastante lanzada para su época, seguía un patrón estético-social propio: en su tumultuosa vida amorosa, la relación más visible y prolongada fue con Patsy Kelly, otra actriz rellenita como Hattie y especializada en interpretar mucamas, en este caso blancas. Invita a la conjetura imaginar como realidad y ficción se amalgamaban en esos dúos tan opuestos y con roles estereotipados que se reafirmaban o quizás se invertían.

En 1942, con sus bien ganados ahorros -entonces a razón de 2 mil dólares por semana- Mc Daniel adquirió una mansión en West Adams Heighs, otrora refugio de la clase alta en Los Ángeles. Así como ella, otros artistas negros habían podido reunir los 15 mil dólares necesarios para adquirir propiedades similares. Lo que en un principio fue una reticente aceptación por parte de los blancos de la zona, se transformó en un caso judicial. Los vehementes segregacionistas resucitaron un decreto de 1902 que restringía la zona a cualquiera que no fuera “caucásico”. La lucha duró siete años con la victoria de los residentes negros que habían rebautizado a la zona como Sugar Hill. Se hicieron legendarias las fiestas que daba Hattie Mc Daniel en su residencia con una lista de invitados que incluían al fiel Gable, a Ronald Reagan, Shirley Temple, Henry Fonda, Joan Crawford…

Cuando murió a los 57 años, en 1952, devorada por un cáncer de mamas, el Cementerio de Hollywood se negó a que la enterraran allí. En 1999, más por marketing que por resarcimiento, a los familiares les fue ofrecido trasladar sus restos -que están en el Angelus Rosedale Cementery- a la selecta necrópolis para que descansaran junto a otros notables. Ante la firme oposición, se instaló un cenotafio que se convirtió en atracción turística. Fue una forma astuta de tenerla sin que esté.

Los homenajes póstumos, incluidas dos estrellas en el Paseo de la Fama de Hollywood, tuvieron su punto culminante en 2006 cuando el servicio postal de los Estados Unidos -en su serie Herencia Negra- emitió una estampilla de 39 centavos con su imagen rozagante, aunque un tanto tristona, tal como había aparecido cuando recibió su Oscar.