Por Kado Kostzer
¡Gorda! ¡¡Negra!! ¡¡¡Lesbiana!!! Hattie Mc
Daniel construyó su nicho en el cine norteamericano capitalizando dos de sus
“faltas” sociales, a la tercera la mantuvo secreta. Si hubiese sido judía
habría tenido cartón completo en el bingo de los prejuicios, ese juego
siniestro donde el ganador es señalado por dedos tan puros como inquisidores.
Quizás su nombre hoy diga poco, pero ¿qué
aficionado al cine no vio el film de los films, Lo que el viento se
llevó? Esa majestuosa saga romántica con el marco de la Guerra de Secesión
convirtió su imagen en memorable y entrañable. Casi al inicio, hace su rotunda
aparición Mammy (Mc Daniel) asomada a una ventana llamando a su ama Scarlett
(Vivien Leigh) que coquetea con dos galanes. Dientes de mazamorra, piel oscura
y lustrosa, nariz ancha, ceño fruncido… Su apariencia responde al estereotipo
de la fiel gorda negra con turbante, aros de argolla e infaltable delantal
blanco.
El estreno de la espectacular
superproducción fue programado, el 14 de diciembre de 1939, en Atlanta,
Georgia, el estado del racismo más delirante, con leyes muy precisas al
respecto. Desde el principio se advirtió a los actores negros -todos en roles de
esclavos- que su asistencia no estaría permitida, que sus nombres se
eliminarían de la publicidad e incluso del programa de lujo. De nada valieron
los intentos del productor David O. Selznick para obtener permiso y que su
mimada Mc Daniel estuviese presente. Clark Gable, el protagonista y amigo
personal de la actriz, amenazó con boicotear el pomposo evento, pero fue ella
misma la que lo persuadió para que participara.
Dos semanas después, la más permisiva
sociedad californiana aceptó que Mc Daniel se unira a sus compañeros de
reparto, Vivien, Clark, Olivia de Havilland y decenas de celebridades en la
premiere hollywoodense. Esta vez Zelznick logró que se incluyera su foto en
lugar destacado del programa souvenir. También tuvo éxito en su empeño para que
fuese nominada, en la categoría de mejor actriz de reparto, al Oscar de 1939.
En la ceremonia, efectuada en el Hotel
Ambassador de Los Ángeles, Hattie -cuajada de gardenias- fue ubicada con su
acompañante en una mesa cercana a la cocina y apartada del resto de las
luminarias. El oscuro rincón se transformaría en el centro de la atención
general cuando se anunció su nombre como ganadora. Fue la primera persona
afroamericana en obtener la sobrevalorada estatuilla. Pasarían diez años hasta
que otro negro, la actriz Ethel Waters, fuese ternado y diecinueve para que
Sidney Poitier la ganara.
La mayor parte de la comunidad negra se mostró
orgullosa ante el logro de Hattie. Los más radicalizados, en cambio, la
criticaron acusándola de Tío Tom, por prestarse a cimentar el cliché
establecido para la raza en el cine norteamericano. La pragmática actriz
respondía invariablemente: “Prefiero ganar 700 dólares por semana interpretando
roles de sirvienta que siete siendo sirvienta”. Sabía lo que
decía. En el pasado, cuando el trabajo en el mundo del espectáculo escaseaba,
resignadamente se había empleado como doméstica.
Viejos y nostálgicos sureños también se sintieron molestos, ellos por la
“familiaridad” entre negros y blancos que mostraba el film. Vista con ojos despejados, Lo
que el viento se llevó trasunta cierta melancolía por el arrogante sur
esclavista y es severa con los abolicionistas, sin embargo no denigra a la raza
negra y la mayor parte de sus miembros demuestran sensatez, coraje y
sensibilidad. Mucho más discriminatorio es el trato que reciben los pobres que
en más de una oportunidad son llamados white trash, gentuza blanca,
escoria blanca.
Se dice que ella fue la inspiración de la
cocinera -identificada por su acompasado caminar en pantuflas de felpa- en los
dibujos animados de Tom y Jerry, la especialista en tortas, de frambuesa y
crema, que terminaban aplastadas en la cara del gato.
La segregación -¡que duró hasta 1965!- se
hizo también visible durante la II Guerra Mundial y Hattie estuvo activa vendiendo
bonos, cantando en hospitales y llevando entretenimiento a soldados negros.
Junto a ella estaban Lena Horne, Ethel Waters y Bette Davis, la única blanca y
¡yanqui!
Hija de esclavos liberados, y la menor de
13 hermanos, varios de ellos artistas, quedó inmortalizada como actriz
dramática, aunque en su pasado artístico había grabaciones como cantante, temas
musicales de su autoría, giras con compañías de variedades y actuaciones
cómicas. También en el mundo de la radio había sido pionera al ser la primera
afroamericana en cantar en una emisión de 1925 en Denver.
Cuatro maridos desfilaron por su abundante seno
maternal. Del primero enviudó casi inmediatamente, el segundo y el cuarto
duraron once y cinco meses respectivamente, el número tres permaneció a su lado
el récord de cuatro años. Más duradero fue su affaire sentimental con la actriz
Tallulah Bankhead, heredera de una aristocrática y prominente familia de
Alabama que había logrado notoriedad en los escenarios de Broadway y del West
End londinense. A pesar de su belleza, distinción y talento, el cine no le hizo
justicia aunque protagonizó olvidados films en los ’30, época de su romance
interracial. Tallulah, una lesbiana bastante lanzada para su época, seguía un
patrón estético-social propio: en su tumultuosa vida amorosa, la relación más
visible y prolongada fue con Patsy Kelly, otra actriz rellenita como Hattie y
especializada en interpretar mucamas, en este caso blancas. Invita a la
conjetura imaginar como realidad y ficción se amalgamaban en esos dúos tan
opuestos y con roles estereotipados que se reafirmaban o quizás se invertían.
En 1942, con sus bien ganados ahorros
-entonces a razón de 2 mil dólares por semana- Mc Daniel adquirió una mansión
en West Adams Heighs, otrora refugio de la clase alta en Los Ángeles. Así como
ella, otros artistas negros habían podido reunir los 15 mil dólares necesarios
para adquirir propiedades similares. Lo que en un principio fue una reticente
aceptación por parte de los blancos de la zona, se transformó en un caso
judicial. Los vehementes segregacionistas resucitaron un decreto de 1902 que
restringía la zona a cualquiera que no fuera “caucásico”. La lucha duró siete
años con la victoria de los residentes negros que habían rebautizado a la zona
como Sugar Hill. Se hicieron legendarias las fiestas que daba Hattie Mc Daniel
en su residencia con una lista de invitados que incluían al fiel Gable, a
Ronald Reagan, Shirley Temple, Henry Fonda, Joan Crawford…
Cuando murió a los 57 años, en 1952,
devorada por un cáncer de mamas, el Cementerio de Hollywood se negó a que la
enterraran allí. En 1999, más por marketing que por resarcimiento, a los
familiares les fue ofrecido trasladar sus restos -que están en el Angelus
Rosedale Cementery- a la selecta necrópolis para que descansaran junto a otros
notables. Ante la firme oposición, se instaló un cenotafio que se convirtió en
atracción turística. Fue una forma astuta de tenerla sin que esté.
Los homenajes póstumos, incluidas dos estrellas
en el Paseo de la Fama de Hollywood, tuvieron su punto culminante en 2006
cuando el servicio postal de los Estados Unidos -en su serie Herencia Negra-
emitió una estampilla de 39 centavos con su imagen rozagante, aunque un tanto
tristona, tal como había aparecido cuando recibió su Oscar.