Escribir: conectarse con el misterio

Las Jornadas Internacionales dedicadas a la gran escritora Luisa Valenzuela, organizadas por Irene Chikiar Bauer, Esther Cross y Gwendolyn Días Ridgeway, que se realizaron con mucha repercusión en noviembre de 2016 en distintos espacios, fueron atesoradas en la edición de un libro digital en pdf, Luisa Valenzuela, El vértigo de la escritura.

Este libro fue presentado en la reciente Feria del Libro (que abrió justamente L.V.) por su compiladora, Chikiar Bauer (habitual y muy estimada colaboradora de Damiselas), periodista, docente, ensayista literaria, Máster en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural. Autora, entre otros títulos, de Virginia Woolf, La vida por escrito (2012) y Eduarda Mansilla. Entre-ellos, Una escritora argentina del siglo XIX (2013).

El libro Luisa Valenzuela, El vértigo... ofrece entre su rico y diversificado material, una aguda entrevista de Irene Chikiar Bauer que hace honor a la escritora.


Entrevista a Luisa Valenzuela
Por Irene Chikiar Bauer

Luisa, acá estamos, iniciando las Jornadas que se te dedican. Se ha realizado en tu homenaje un congreso en Viena, también fuiste homenajeada en Oklahoma en la Putterbaugh Conference, y en una Semana de autor(a) en Casa de las Américas. ¿Qué se siente ser celebrada en tu país?

- Trato de dejarme llevar no más por las circunstancias, sintiéndome espectadora en alguna medida, abriéndome a la sorpresa. Casi como si se hablara de otra persona; y en realidad quizá lo sea, otra persona, aquella que escribió determinada novela, aquel cuento que nunca más podré replicar porque ya soy otra. Pero no hay duda de que estando acá, entre mis pares, mi gente, mi mundo, no puedo escaparle a la intensa emoción, y también a la ansiedad. Todas esas otras que fueron escribiendo a lo largo de tantos años se unifican, se juntan, y la experiencia es bien fuerte. Pero te contesto mejor cuando aflore de este maravilloso sueño que empezó el pasado viernes en Anfibia y cierra el próximo viernes.

Se están por cumplir los cincuenta años de la publicación de tu primera novela, una pregunta se impone, ¿qué te llevó a escribir y cómo se sostiene el oficio durante todos estos años en los que publicaste cerca de treinta libros?

- Creo que el oficio --para llamar de alguna manera esto que se presenta casi como una compulsión-- la sostiene a una, se te impone como una necesidad para derivar algún mínimo sentido de la realidad, confusa por cierto. Cincuenta años, mamma mía, y bastantes más desde que escribí en París y con una hijita de pocos meses Hay que sonreír, esa primera novela fruto de lo mucho que extrañaba Buenos Aires. Pero ¡qué Buenos Aires! El de los bajos fondos y las vidas marginales. ¡Cincuenta años! Sería un cómputo atroz si una lo tomara como pérdida, pero para mí el tiempo pasado se traduce en acumulación, ganancia, y me llena de una cierta felicidad. Algún día escribiré todo esto.

Leo un párrafo tuyo, vos decime qué te sugiere: "yo no creo tanto en el temor a la página en blanco (...) sino en el terror, en ese horror del alma en negro, de la parte oscura que uno no quiere ver"

- Y bueno… Escribir, sobre todo ficción, es una forma de conectarse con el misterio que no sé, quizá esté por allí flotando en el aire que nos rodea pero quizá también llevamos dentro e ignoramos.  Yo creo que se necesita verdadera valentía para n o pretender saber o dominar nada, para dejarse llevar por el fluir de las palabras, por el accionar de los personajes que van apareciendo y actuando. Dejarse llevar por aquello que, como se dice ahora, “te escribe” y que no siempre o casi nunca es tranquilizador.

 Una vez señalaste, viajera impenitente, que las ciudades, como las personas,  tienen sus partes oscuras. Indagar esas oscuridades te llevó a escribir "Trilogía de los bajos fondos", de la que forma parte tu primera novela, "Hay que sonreír", libro escrito en  París. Podría decirse que la ciudad luz te hizo extrañar Buenos Aires, pero no tanto su parte luminosa, sino un mundo que no conocías, el del tango. Pienso que, además, es una novela tremendamente actual, en la que se trata un tema urgente en esta época: la violencia de género.

- Gracias, sí, de alguna manera me sorprende la vigencia de esa tan antigua novela, aunque la verdad es que conocía bastante de esos mundos secretos. Porque con mi barrita de muy jóvenes amigos, entre los que estaban los inolvidables Jorge Sábato (el hijo de Ernesto, no el otro) y Marina Girondo y Ricardo Martin, y el inefable Monty Pinta gestor de las mayores aventuras, frecuentábamos por las noches el Bajo, la zona del puerto, la Boca. Eran tiempos menos peligrosos, es cierto, pero las zonas eran inquietantes y es lo que nos atraía. Y sí, es cierto, ahora entiendo ese atractivo: los bajos fondos de las ciudades son un reflejo del inconsciente de sus habitantes. O viceversa: el ser humano es en sí una ciudad, con sus rutilantes avenidas y sus recovecos inconfesables. Quizá por eso me atraen esas zonas de secreto peligro. Y cuando años atrás el Fondo de Cultura Económica me pidió tres novelas para publicar en un solo volumen (y desatendiendo la advertencia de Mario Belatín que me dijo que un libro así era insostenible, pero claro, él es manco y se jacta de serlo) me dí cuenta de que a lo largo del tiempo, intermitentemente, me había metido con los andurriales de tres grandes ciudades: Buenos Aires (Hay que sonreír), Barcelona (Como en la guerra) y Nueva York. En 2016, FCE reeditará de forma aislada la última de la trilogía, Novela Negra con Argentinos, que transcurre en Manhattan a pesar de sus protagonistas.

Otro de los temas centrales de tu literatura es el del poder, la obsesión del poder. 

- El poder es algo que me resulta un enigma digno de indagar. En última instancia toda novela para mí es un instrumento de búsqueda, y el tema del poder, esa ambición desmedida por un poder omnímodo que vemos en muchos personajes reales más bien nefastos, es algo que me fascina por incomprensible. El querer dominarlo todo. El buscar convertirse en dios…

Dijiste que escribir es "ir más allá del horror y la vergüenza y articular una forma de aceptación del rechazo" que escribir, para vos, no es "exorcismo o catarsis" sino, más bien, una "confrontación con los abismos". ¿Sos una persona valiente?

- Espero que sí. Creo que soy una persona valiente. Y valiente caradura, por meterme justamente allí donde nadie me llama.

Vivir y escribir parecen uno en tu vida. Confesaste que entendés la literatura como una "maldición de tiempo completo" ¿Sigue siendo así?

- Me estoy liberando poco a poco de ese karma. Lo que significa no sentirse culpable cuando no se está escribiendo… creo que estas jornadas me van a ayudar en el proceso, Con sólo ver el programa ya siento que hay tanto camino recorrido y tanto reconocimiento que es como si la misión o lo fuere ya estuviese completada. Lo que vendrá después será como un bonus track. Así que gracias Irene, gracias Esther y Gwendolyn y todos quienes participan y quienes hicieron posible este milagro.

Hay un hito en tu literatura. "Cambio de armas", escrita en 1977 y publicada en 1979. Es un libro que trata sobre la dictadura, en su momento sentiste que exagerabas, pero lo que revelaron los juicios te demostró que no era así. ¿Crees que la literatura puede resultar anticipatoria?

- Casi te diría que estoy segura que sí. No porque escritores y escritoras tengamos la bola de cristal o poderes paranormales, simplemente tenemos una especie de olfato especial que nos hace muy sensibles al aire de los tiempos y a percibir de manera extrasensoria para dónde soplan los vientos. No ocurre todo el tiempo, y menos, al menos en mi caso, cuando trato de racionalizarlo. Se da  de manera intuitiva cuando por fin logramos –y es lo más difícil—que la escritura encuentre su cauce y corra casi por cuenta propia.

Definiste a Carlos Fuentes como el escritor "patriarca" y a Julio Cortázar como "el más integro de los escritores latinoamericanos que conocí". También frecuentaste a García Márquez. ¿Cómo era en los setenta y en los ochenta ser, entre esos 'monstruos sagrados' una escritora latinoamericana?

- Siempre me sentí sapo de otro pozo que disfruta de los sapos maestros pero no los tiene de modelo o se compara con ellos o se amilana porque son insuperables. Por suerte. Pensá que crecí literalmente al lado de Borges y Sábato y tutti quanti. Por eso pude tranquilamente gozar de su amistad, ¡y de su lectura! Y pude seguir con mi oficio sin achicarme, dejándome llevar por algo que me supera y que viene sí de las infinitas lecturas pero sin por eso sentirme ligada a tradición o a ejemplo o a figura señera alguna. Más bien intenté apartarme, quizá por eso me casé a los veinte años con un francés y me fui a vivir a Francia, para no estar bajo la influencia de mi madre la escritora tan reconocida entonces. Allí conocí a muchos grandes, vi nacer el grupo Tel Quel, conocí a la gente de las Éditions de Minuit y los escritores del nouveau roman. Y después en Nueva York, en buena medida gracias a esa gloria de las letras que fue Susan Sontag, cerca de tantas luminarias en el New York Institute for the Humanities y alrededores. Y ahora como presidenta de PEN Argentina con contacto directo con PEN Internacional… Sería nefasto si me dejara sofocar por tantos genios.

Uno de tus últimos libros, "Entrecruzamientos" está dedicado a  Fuentes y a Cortázar. ¿Cómo los recordás hoy?

- Con enorme cariño además de admiración. Fueron seres muy generosos, cada uno en su estilo. Y disfruté mucho escribiendo ese libro que en un principio imaginé como dos semblanzas personales que se entrecruzarían en uno que otro abrazo. Pero mientras avanzaba en la pesquisa –no puedo hablar de investigación, se trató de algo más fluido, más liviano y gozoso, abierto a las sorpresas—fui encontrando más y más puntos de contacto entre ellos, además de la consabida mutua amistad y admiración. 

Es constante tu interés en las máscaras. Las coleccionás, escribiste un par de libros que las incluyen  ("La máscara sarda" y Diario de máscaras") ¿Sentís que las máscaras te cuentan un secreto?

- Si, o al menos me cuentan historias, son como libros mágicos para mí. Como soy bastante animista cada una de las máscaras de mi colección, tal como cuento en el Diario, están vivas para mí y me acompañan. Y alguna, como la máscara del mamuthón sardo, me llevó a mí a contarle su propia historia. Viajé a Cerdeña para conocer los arcaico carnavales de la región central y me topé con el moderno mito que desde mediados del siglo XX sostiene que Perón nació en el corazón más cerril de esa isla. ¿Cómo no  eludir la tentación de escribir esa novela?

Podría decirse que tu literatura está permeada y atravesada por el feminismo, el erotismo, el humor, la política, el psicoanálisis. Dijiste muchas veces  que para entender las cosas tenés que ponerlas por escrito; no decirlas, no pensarlas: escribirlas. ¿Sigue siendo así?

- Me temo que sí, para mí el lenguaje, o quizá el pensamiento, pasa por distintos canales cuando se trata de lo oral o de lo escrito. Y lo oral me impacienta, quiero decirlo todo de golpe e irme, ni siquiera puedo dictarle a Siri – no la querida y brillante Siri Hustvedt por supuesto sino esa secretaria inexistente creada por Google, bastante eficaz cuando no te escribe maravillosas insensateces que colecciono, como por ejemplo “Amo García” cuando le dictaste “abogacía”. Ni siquiera puedo pensar a fondo, cuando hablo. En cambio al escribir, a mano, en teclado, como sea pero mejor a mano, accedo a un tiempo interior, un tempo en realidad, un ritmo o respiración que va desgranando las ideas como salidas de otro parte o de otra persona. Esa es la fascinación, para mí, ésa es la gran aventura de escribir.