Por Guadalupe Treibel
Ay, rosa, rosa, tan maravilloso: pide lo que quieras pero nunca pidas
que este amor se muera; si algo ha de morir, morirá Sandro por ti. Y no morirán
los intentos por desvincularlo de la gramática cursi, de lo débil, lo suave, lo
infantil… Estereotipos, colmo de la arbitraria convención, de cortísima data.
Ya el pasado año, el
mandamás del color –léase Pantone- decretó que su versión “cuarzo” sería la
tonalidad del año, y a esa variedad se abocaron colecciones del Emporio Armani,
de Carolina Herrera, de Alexander McQueen, de Bora Aksu. El furor por el rosa,
empero, no aminoró su reivindicado paso por pasarelas y costuras, y acabó
dominando también este 2017, según vitorean especialistas, rendidos ante la amplia
gama que ofrece: desde el fucsia y el magenta hasta sus alternativas chicle,
viejo, vibrante, palo, flúor, pastel. Incluso ha estelarizado insumisos
eventos; y no nos referimos –precisamente- a haber hecho inesperado binomio
¡con el rojo! en piezas de Valentino, Attico o Molly Goddard. Más bien a
haberse vuelto marca registrada gracias a la pilcha más revolucionaria de los
últimos tiempos: el afamado Pussy Hat, símbolo en Estados Unidos
del movimiento por los derechos de la mujer.
Conforme cuenta el cuento, antes de que su uso prendiera la chicharra de
“liviandad” y “trivialización” (un claro ejemplo: la periodista Petula Dvorak
criticó el extendido uso de rosa en la Marcha de las Mujeres, esgrimiendo que
los rozagantes Pussy Hats banalizaban tópicos tan serios como
los derechos reproductivos y la equidad salarial), otro era el sentido que
corría para el rosa. Asociado al rojo, de hecho, refería a la sangre y el
vigor. Yes, rosa masculino, rosa guerra, rosa coraje, rosa heroísmo. Amén de
sumergirnos en sus enrevesadas batallas, un petit recuento de su historia…
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Madame de Pompadour |
“Lo que es aún más sorprendente es que el celeste –virtual sinónimo en
tiempos modernos de ‘¡Es un varón!’- estuvo fuertemente vinculado a las niñas
hasta poco después de la Segunda Guerra Mundial”, anota el sitio Hyperallergic,
que retoma el trabajo editorial de la socióloga Jo B. Paoletti, Pink
and Blue: Telling the Boys from the Girls in America, para trazar la
cronología del color y el género en la ropa infantil, advirtiendo que durante
la mayor parte del siglo XIX la vasta mayoría de los párvulos
–independientemente de su sexo- vestía de blanco. Por razones relativamente
prácticas, es cierto, en tanto el constante hervir y blanquear de pilcha, amén
de mantenerla impoluta, borraba cualquier costosa tintura de época. Por otra
parte, razón segunda, “la ambigüedad de género en los bebés no era considerada
un problema que debía resolverse con una bandita en la cabeza codificada por
colores; era vista como una virtud que debía ser apreciada y protegida. El género
era entendido como un atributo de la sexualidad adulta, tabú en el contexto de
los menores”, suma la citada publicación.
Y explica que el cambio de
paradigma no sucedió de la noche a la mañana. Acorde a la escritora Paoletti,
“evolucionó con el correr de las décadas. Los fabricantes de prendas de vestir
hicieron todo lo posible para anticipar estas opciones antes que sus
competidores, y para moldear esas opciones amén de volverlas más previsibles y
rentables”. Empresa que llevó añares, visto y considerando que con la explosión
del color a comienzos del siglo 20, no había unanimidad en su uso. Cada padre
elegía lo que lucía mejor en su purrete/a, fuera verde, amarillo, rojo,
celeste… En los orfelinatos franceses, por caso, se usaba el azul para los
niños, el rosa para las nenas, mientras que en Bélgica, Suiza y Alemania regía
contraria elección.
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Mamie Eisenhower |
“Existen innumerables teorías en torno a cómo llegó el rosa a
establecerse como color femenino. Una especulación atribuye su popularidad a la
Primera Dama Lady Mamie Eisenhower quien, al igual que Schiaparelli y Madame
Pompadour, estaba obsesionada con él. Por ejemplo, llevó un traje color rosa
fresa adornado con más de 2 mil cristales al baile presidencial inaugural
de 1953. Y se dice que decoró la Casa Blanca tan concienzudamente con
elementos rosas que los periodistas empezaron a referirse a ella como ‘El
Palacio Rosa’. El color ‘rosa Mamie’ estaba por todas partes,
especialmente en la cultura de consumo, conforme electrodomésticos rosas,
teléfonos rosas, prendas de vestir rosas y juguetes rosas comenzaron a inundar
el mercado y a anunciarse —para sorpresa de nadie— exclusivamente para mujeres
y niñas”, recuenta la publicación Vice, esgrimiendo cómo Mamie devino arquetipo
de ama de casa de los 50s, modelo a seguir por cualquier dama de bien que se
jactase de tal. Dama de bien que, como la First Lady, debía entregarse
orgullosa a la tarea impuesta de mantener el hogar impecable –y las chuletas de
cerdo a punto de cocción preciso- mientras el varón salía a laburar.
Y así la suerte estuvo echada para el rosa, que no solo se volvió
indeleble signo de feminidad: se convirtió en equivalente a “niñita”, a mujer
subdesarrollada, a infantilismo, banalidad… Las amas de casa, después de todo,
no eran vistas como personas verdaderamente adultas sino extensiones dependientes
-floreros- de sus maridos.
Cuestión que llegados los 80s, poco queda para la discusión en materia
de convención y, como por arte de “magia”, habemus distinción naturalizada, y
claro, estigmatizada. Lo cual –en miras de reiterados estudios- no deja de ser
tontolón. En principio porque, según la profesora de Biología y Estudios de
género de la Universidad Brown Anne Fausto-Sterling, los niños con menos dos
años -ellas y ellos- prefieren colores intensos como el azul o el rojo, ni los
suaves ni los pastel… Y como publica el diario El País, “hay un estudio, solo
uno, que sugiere que las mujeres prefieren los tonos rojos, liláceos y rosados,
al haber sido ellas las encargadas de recolectar fruta hace miles de años, y
porque además sería útil para observar cambios de tono en la piel de sus hijos
y detectar una posible fiebre”. Implicaciones, anotará el diario, “meramente
especulativas: el estudio identifica preferencias y no habilidades perceptivas,
y también recuerda que el color favorito de la mayoría de personas (hombres y
mujeres) es el azul, lo que estaría relacionado, al parecer, con la importancia
que tuvieron para nosotros el cielo claro y las aguas azules y limpias”.
Y es que, según Eva Heller (Psicología del color), los gustos
femeninos y los gustos masculinos no distan demasiado, favoreciendo el rojo, el
verde, el azul, en detrimento del marrón, del gris, del rosa. Aunque, observa
el periodista Jaime Rubio, esto último podría deberse a que el rosa ya se
asociaría a los prejuicios que rodean al mentado color…
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Gulabi Gang |
Para la periodista Sarah
Archer, de Hyperallergic, consciente de las maquinaciones alrededor del color
rosado, “bien nos haría como sociedad exorcizar el impulso por denigrar este
color ‘infantil’”, por sacudirnos las nocivas nociones que lo envuelven:
“Puesto que su primo hermano, el rojo, es el color de la guerra, me gusta
pensar que el rosa podría convertirse en el tono de la batalla no violenta, y
que aprender a abrazarlo puede ser un primer paso muy pequeño para terminar la
guerra contra las mujeres para siempre”.