DD: La chica del 17

Por Kado Kostzer


Los franceses tienen eso que llaman le sens de la fête, es decir, les encantan las celebraciones y especialmente las que tienen que ver con su cultura: los cincuenta años del Olympia como templo del music-hall, los centenarios del cine, de la Torre Eiffel… En mayo de 2017 le tocó a otro monumento ¡viviente!: Danielle Darrieux, que a partir del 1 de ese mes integra con Renée Simonot (madre de Catherine Denueuve) de 106 años y Gisèle Casadesus de solamente 103, el triunvirato de actrices galas que pasaron el siglo de vida.

Danielle Darrieux, la heroína trágica de Mayerling, la dama mundana de La ronda, la alcohólica madre de Une chambre en ville… ha sido objeto este año de múltiples tributos que incluyen copiosas retrospectivas de sus muy conocidos y también de los casi desconocidos 106 films que rodó en más de ocho décadas.

Como justo homenaje a una actriz encantadora, que tuve la suerte de tratar, yo mismo organicé mi homenaje. Elegí de mi modesta colección de DVDs Madame D…, fabulosa obra de Max Ophuls; Las señoritas de Rochefort, un film diáfano de Jacques Demy; Cinco dedos, una incursión hollywoodense de la mano experta de Joseph Mankiewicz, y finalmente 8 mujeres de François Ozon, donde brilla tanto o más que las jóvenes y no tan jóvenes siete compañeras de elenco. Lamenté no tener, ni conocer, Mauvais graine, de 1933, donde la dirigió Billy Wilder en una escala en Francia camino a Hollywood, huyendo del nazismo. También sonó insistentemente en mis oídos la voz de Danielle, acariciante y plena de sugestión, a través de un long-play made-in-USA donde irradia buen gusto en envolventes canciones francesas for export.

Nacida en Burdeos, pero criada en Paris, el contacto de Darrieux con la música fue permanente como alumna del Conservatorio y a través de las lecciones de canto que daba su viuda madre para sostener económicamente a sus dos hijos. A los 14 años su destino en la música se vio alterado por una prueba cinematográfica a la que concurrió sin mucha convicción pues jamás había pensado en ser actriz. Gracias a su frescura, luminosa fotogenia y un talento natural obtuvo el rol y un contrato por cinco años que trascurrieron interpretando por lo general ingenuas con gran aceptación del público y en especial de las mujeres que imitaban su estilo de peinarse y vestir. Fue DD mucho antes de BB (Brigitte Bardot), otra actriz que se impuso con iniciales dobles.

En 1941, el director Henri Decoin supo convertir a la llamada “la novia de París” en su esposa y en casi exclusiva actriz. En sus films Premier rendez-vousAbus de confiance (Abuso de confianza), Retour à l’aube (Retorno al amanecer), Battement du coeur (Su primer beso)…, concibió para ella roles que le permitieron exhibir un sobrio temperamento dramático y la consagraron como institución cinematográfica francesa. Con más altos que bajos en su actividad en la pantalla, el teatro siempre ocupó un lugar de preponderancia. A partir de 1945 y casi regularmente realizó exitosísimas temporadas en París y prolongadas giras con piezas de boulevard. Sus dotes canoras fueron capitalizadas, aunque sin suerte, por el teatro musical en producciones de Broadway y el West End londinense.

Su romance y posterior casamiento, en 1942, con el diplomático dominicano Porfirio Rubirosa le provocó más de un dolor en su agraciada cabeza rubia. Los mismos que quizás sufrieron otras rubias, morenas y pelirrojas, mujeres legítimas y pasiones pasajeras de ese playboy: Doris Duke, una de las Kennedy, Zsa Zsa Gabor, Kim Novak, Ava Gardner, Barbara Hutton, Rita Hayworth… víctimas del fatal encanto del latin-lover que había cimentado su fama por sus proezas sexuales y su descomunal miembro viril. Bienhumorada francesa, perteneciente a una generación de franceses malhumorados, dama inteligente y abierta a todos los temas, Darrieux a través del tiempo siempre se negó a hablar del playboy. Sus razones tendrá.

Repuesta de esta turbulenta relación, un año después del divorcio, en 1947, volvió a casarse con un hombre de cine, el guionista George Mitsinkidès con quien adoptó un niño, Mathieu. Ese hijo tan deseado moriría al cumplir 40 años. Viuda en 1991, no tardaría en consolarse, a los 77 años, en brazos de Jacques, un músico veinte años menor que ella. Ambos, que a esta altura ya tienen la misma edad, llevan una vida apartada de la mundanidad parisina en una villa en Larmor-Baden  que mira al golfo de Morbihan y una casa en Bois-le-Roy en Normandía.

Sus galanes a través del tiempo, los rompecorazones: Jean Gabin, Jean-Pierre Aumont, Douglas Fairbanks Jr, Charles Boyer, James Mason, Fernando Lamas, Daniel Gelin, Louis Jourdan, Gérard Philipe, Jean Marais… Sin embargo ella declara que su favorito fue el oscuro y aséptico Wendell Corey. Extraña elección.

Cuando, en el 2008, en un reportaje de Le Figaro se le preguntó la receta para tanta juvenil vitalidad, respondió: “Nunca seguí régimen alguno, jamás hice algo por obligación. Un whiskicito es siempre bienvenido. Todavía tengo buenas piernas, gracias a la gimnasia, ningún problema de memoria, duermo bien. Ese es quizás el secreto de mi buen estado”.

Bon anniversaire, Madame!



Extracto del capítulo Marc: Hollywood writer del libro de Kado Kostzer
Personajes (Por orden de aparición). Ediciones Del Jilguero, Buenos Aires, 2011

Con una pila de 30 juegos de ejemplares, lujosa pero sobriamente encuadernados con portada azul pastel, se inició una nueva etapa del proyecto. Había que hacer un “paquete” y a partir de ahí, según Claudine, el tema de la sala teatral llegaba fácilmente. Eso quería decir obra: Un réve perdu de Marc Noël. Metteur-en-scene: Kado Kostzer. Décor (con primorosas maquetas ya listas): Sergio García-Ramírez. Producteur delegué: Claudine Pascal. A estos nombres debían sumarse los de los cinco actores o por lo menos de los dos principales. Dos actrices de cierta edad, que con su carisma y oficio, defenderían la pieza que si bien era digna y amena estaba lejos de ser una obra maestra.

Durante el proceso de reescritura muchas veces Marc y Claudine me habían preguntado en quien pensaba para esos roles.

- Esperemos a poner el punto final- era mi respuesta.

Aunque la verdad es que hacía un par de semanas un papel ya estaba asignado en mi cabeza. Una noche, al regresar del teatro, me senté frente al televisor haciendo zapping. En mágico blanco y negro me atrapó la luminosidad de Gérard Philipe, el eterno joven: Siglo XIX y un inequívoco universo stendhaliano. Enseguida ella, radiante de sensibilidad y delicadeza en cuidadísimo primer plano, Danielle Darrieux. Le Rouge et le Noir, film de “calidad” de 1954. Danielle la gran estrella que había sabido navegar en todas las aguas, aun las más turbulentas. Ilustre sobreviviente de los años de la ocupación, del período clásico, de la maquinaria de Hollywood, de la nouvelle vague, de films mediocres, de starlets en ascenso… Por décadas imponiéndose en las carteleras teatrales, en la televisión, en el disco… y en lo verdaderamente suyo, el cine, como primera actriz, como estrella, en roles de composición, como curiosidad o como símbolo de una Francia casi olvidada. Presente y omnipresente en tonterías épicas como Alejandro, el magno o de tonterías musicales como Rica, joven y bonita. Actriz de Mankiewicz, Chabrol, Billy Wilder y sobre todo de Ophuls en dos obras maestras, La ronda y El Placer.

- ¿Danielle? ¡Genial! ¡Genial idea!- exclamaron autor y productora al unísono.

Y ahí el torbellino Claudine se desató con furia inusitada. Para ella no había imposibles. Al día siguiente ya teníamos una cita para la semana siguiente con ¡Danielle Darrieux! La actriz había pedido que antes del encuentro deseaba leer el libreto.

Éramos conscientes que a la entrevista debíamos llevar por lo menos una idea de quién sería la oponente en un rol de igual importancia.

Surgieron inmediatamente los nombres de las otras dos contemporáneas del cine francés: Michèle Morgan y Micheline Presle. Con ellas Darrieux se había disputado los grandes roles en los mejores films de la época de oro. El trío tenía bastantes puntos de coincidencia: habían compartido en los años ’40 y ’50 a Charles Boyer, Jean Gabin, Gérard Philipe y Daniel Gélin, entre otros, como galanes…Se sometieron a las órdenes de los mismos grandes directores… Hollywood las había atrapado con resultados frustrantes para las tres carreras… Amores y legítimos maridos también eran algo en lo que también habían coincidido… Y lo que más las hermanaba era el deseo, aún cuarenta años después de sus apogeos, de permanecer.

La cita fue en el mismo restauran de inequívoca categoría en que se había producido nuestra primera cita.

- Nos trae suerte- había dicho Claudine.

Convenimos que ellos pasarían a buscar a la Darrieux y a su representante y que Sergio y yo llegaríamos por nuestra cuenta. No sé que nos atrasó unos minutos pero al entrar al lugar ya estaban los cuatro. Los años habían cincelado en el rostro de la actriz un sin fin de arruguitas que a medida que nos acercábamos se hacían más evidentes. Cercana a los 80 años los ojos de la Darrieux, que tantos primeros planos habían gozado, seguían manteniendo la extraña lánguida vivacidad de antaño. Su silueta, lo comprobaría apenas nos pusimos de pie para abandonar el lugar, seguía siendo espectacular.

Danielle y su representante habían leído la obra con cuidado y todas sus observaciones eran absolutamente pertinentes. Los sobrios elogios fueron arrojados sin retaceos y se vislumbraba que confiaban en el proyecto.

- Me he informado sobre usted- me dijo el representante, ante lo que la actriz agregó:

- La semana próxima iremos a ver su pieza. Los comentarios son excelentes- y antes de que yo le agradeciera ya su mirada estaba clavada en Sergio.

- Los bocetos de los decorados son realmente muy creativos. Preciosos. Será un espectáculo chic-. Tampoco Sergio tuvo tiempo para agradecer pues esta vez era Claudine la destinataria de su comentario:

- En cuanto al vestuario, todos los grandes couturiers de Paris van a estar dispuestos a vestir a esas dos mujeres tan especiales, no tengo duda alguna. Pero creo que habría que trabajar con las maisons más tradicionales.

- Esto no es para jóvenes estilistas- concluyó el sobrio representante.

Se sucedieron temas banales y alejados del proyecto: viajes, actores, canciones, comidas, films, lugares… Y súbitamente, sin transición alguna, el guardián de la carrera de la célebre actriz lanzó la postergada pregunta:

- ¿Y en quién pensaron para la otra protagonista?

Se produjo un silencio incómodo. Claudine y Marc no se atrevieron a dar los nombres. ¿Qué sabe uno de los amores y odios, preferencias y rechazos, deudas por cobrar y por pagar que hay entre estas divas?

Como buen director, consciente del bache, tomé la palabra.

- Como es lógico no la vamos a poner al lado de una figura menor. Pensamos en actrices que tienen una trayectoria prestigiosa y un cartel importante. También que generacionalmente sean cercanas…

- ¿Quiénes?- me interrumpió la Darrieux para evitar que yo siguiese con mi discurso que seguramente ella olía a “dorarle la píldora”.

 -¿Quiénes?- se hizo eco el representante.

- Michèle Morgan…- la mirada de la actriz se endureció-… y Micheline Presle- la mirada volvió a su languidez habitual.

- ¡Micheline Presle! El mismo nombre que yo había pensado, las dos somos de la misma edad (en realidad la otra es cinco años menor) - dijo ante el alivio de toda la mesa- Morgan no está mal tampoco, no, pero a ella no le gusta el teatro. Contadas veces subió a un escenario.

- El año pasado hizo algo con Jean (Marais) pero por escasas semanas. Se aburre.

- A mí en cambio me gustan las temporadas largas. Llamen a Micheline, pueden decirle tranquilamente que yo estoy en el proyecto, que cuentan conmigo.

- Danielle Darrieux y Micheline Presle. Al público le va a encantar- exclamó el representante, dejando ya establecido el orden de los nombres en el afiche.

Un tanto a nuestro favor. Teníamos el sí de una leyenda del espectáculo francés e íbamos en pos de la segunda.


DD canta Premier Rendez-vous