Regresó a las primeras planas de los
diarios franceses el desdichadamente célebre Affaire Grégory, 33 años después
de ocurrido el atroz crimen de ese niño de 4 años que causó enorme conmoción,
sobre todo porque en primera instancia se sospechó de su madre, Christine
Villemin. Unos meses después del suceso, el diario Libération publicó una
suerte de manifiesto firmado por Marguerite Duras que arriesgaba la presunta
culpabilidad de Christine.
El caso volvió a los
titulares a fines de junio pasado porque la testigo clave Murielle Bolle,
actualmente de 48 años, fue puesta bajo sospecha por secuestro seguido de
muerte de Grégory, y detenida provisoriamente luego de que un pariente lejano
la acusara. El abogado de Murielle, Jean-Paul Tesonnière, declaró que “hace
falta mucho tiempo para desmontar la trama de chismes y mentiras que
constituyen lo esencial de la acusación”. La acusación, por su lado, consideró
el crimen que costó la vida del niño, un acto “colectivo”. Bolle, entonces de
15, habría participado del secuestro. Marcel y Jacqueline Jacob fueron
sospechados como partícipes. En aquel entonces, la adolescente Murielle inculpó
en sus primeras declaraciones a su cuñado Bernard Laroche. Pero luego de una
reunión familiar desmintió sus dichos. Laroche fue asesinado al año siguiente
de un tiro de fusil disparado por el padre del chiquito muerto, que siempre
cuestionó el segundo testimonio de Bolle. Uno de los cargos que se le hicieron
a la joven fue que le había aplicado una dosis de insulina a Grégory
–cuya madre era diabética-, sumiéndolo en coma, antes de ahogarlo en río, atado
de pies y manos. Por su parte, años después, Christine V. fue declarada
inocente. Vale señalar que, como en un film de Henri-Georges Clouzot, después
del crimen los padres del niño recibieron una serie de anónimos que
reivindicaban esa muerte por motivos de venganza…
Sin pruebas, bajo una
emoción que algunos calificaron de mediúmnica, en forma manuscrita, la
escritora entregó al diario un texto que levantó mucha polémica, pese a que fue
aligerado por el editor en el párrafo donde la audaz Duras desarrollaba la idea
de que “una madre que da la vida, tiene derecho a retirarla”. Duras, con ecos
de Medea, confiere a ese gesto terrible una dimensión trágica
universal: “Hablo de un crimen cumplido sobre un niño, pero también del crimen
operado sobre la madre. Y esto me concierne. Ella está aún sola en la soledad,
allí donde todavía están las mujeres del fondo de la tierra, de lo oscuro, a
fin de que permanezcan tal como estuvieron siempre, relegadas a la materialidad
de la materia, Christine V. es sublime. Forzosamente sublime”.
Para la ensayista
Hamira Drissi, el artículo, titulado Sublime, forcément
sublime Christine V., “justifica y excusa el infanticidio
presunto de Villemin por causa de una opresión milenaria ejercida sobre la
mujer (…), bajo la ley del hombre”. La verdad es fueron más varones que mujeres
quienes defendieron a la escritora. El psicoanalista Christian Jouvenot anotó:
“Duras es siempre Duras, desde el comienzo hasta el final del texto. Es la
densidad fulgurante de ese escrito, la locura que testimonia una manera
desesperada de asirse a ciertas percepciones que vemos a menudo en su obra (…)
En su forma alucinada, el texto nos ilumina a Duras antes que al Affaire G, con
el que tuvo poco que ver”. La escritora Edmonde-Charles Roux juzga
“notable” el escrito: “Probablemente Marguerite cree que Christine es culpable,
pero ella busca las causas profundas del crimen”. La biógrafa de Duras, Laura
Adler, subraya que a algunas de las intelectuales que censuraron a MD, “les
faltó coraje para asumir la violencia de su propia femineidad”. Adler cuenta
una anécdota que protagonizó el por entonces presidente de Francia, François
Mitterrand: “Al día siguiente de publicado el artículo, Duras se encontró con
él en una librería del Barrio Latino. Mitterrand le lanzo: ¡Digamos que no se
va usted por las ramas! Y ella ni lerda ni falta de palabras, le retrucó: ‘Sí,
es cierto. El crimen, salvo raras excepciones, no lo veo ni como un mal ni como
un bien, sino como un accidente que le sucede a la persona que lo comete.
Perdón, pero yo no juzgo a esa persona’”.
Para ver al
artículo original de Marguerite Duras en Libération, dar click aquí.