Por Sebastián Spreng
Después del efervescente Douce France, Anne
Sofie von Otter presenta un trabajo en las antípodas de aquel grupo de
canciones francesas, antípodas que al fin resultan engañosas, porque
conllevan innegable aunque sutil relación. Sus seguidores asisten al
acostumbrado trabajo de laboratorio resultante de su curiosidad innata, de su
exquisito gusto musical, sumado a la inteligencia de saber cambiar y adaptarse
camaleónicamente en una carrera que supera las tres décadas, con una voz que ha
logrado conservar su pureza gracias al cuidado de gimnasta o bailarina que
le procura. En más de un sentido, la propuesta funciona como una instalación de
arte curada minuciosamente por la intérprete, donde el material ecléctico es
revisado, medido, pesado, adaptado y aplicado a su instrumento con la delicadeza
y solvencia que es su marca de fábrica. Un trabajo de alquimista, de inmanente
decantación.
Podría decirse que guiando un programa de música
contemporánea que abarca de 1990 a 2015 en el que conjuga lo “académico” con lo
“popular”, por llamarlo de algún modo, y sin acudir al “crossover”, la voz de
la mezzosoprano semeja a una fina cinta de plata deslizándose a través de un
laberinto. Sinuosa y transparente, esa voz de helada tersura parecería
transformar la docena de obras que integran el compacto en una sola, un estado
que asiste a diferentes transformaciones, otra vez la alquimia, mediante una
amplia batería de matices pero que en esencia acaba por ser una sola
composición y que en instancias, no deja de remitir a su espléndida
versión de Il Tramonto de Respighi con el Cuarteto Brodsky.
En So Many Things se está
frente a una ensalada tan diversa que para disfrutarla – y asimilarla –
debe contarse con el experimentadísimo aliño de una chef excepcional, y von
Otter lo es. Así la sueca engarza a notables operistas del día – John Adams o
Nico Muhly – con otras figuras de extracción tan diversa como Sting, Bjork,
Wainwright, Mehldau o Elvis Costello, con quien realizó uno de sus primeros
trabajos en esta nueva vertiente de su carrera. Para enmarcarla ha elegido,
como viene haciendo últimamente, a jóvenes músicos que la acompañan entusiasta
e impecablemente, en esta oportunidad el notable Cuarteto Brooklyn Rider. La
amalgama es perfecta. Y la ensalada con cada vegetal elegido rigurosamente
acaba por deleitar, por nutrir y borrar fronteras para el aficionado clásico
hacia lo popular y viceversa.
El inicio de ese laberinto imaginario es con Pi de
Kate Bush, y ya desde el vamos se aprecia una lectura diferente, donde cada
pieza será transformada de acuerdo a su sensibilidad y temperamento. Gracias a
esto, el salvaje universo de una Bjork de Hunter y Cover
Me es traducido a un estrato académico sin sonar pasteurizado o
acartonado. Las contribuciones de Carolyn Shaw y Colin Jacobsen (violinista del
grupo) expresamente compuestas para la ocasión se destacan así como la extensa
pieza que da título al recital y que fuera compuesta por Nico Muhly para la
cantante y el pianista Emmanuel Ax hace tres años. El arreglo para cuerdas del
mismo Muhly funciona como un manto sobre el que descansa la voz de von Otter.
Esta y el aria de Doctor Atomic de Adams son las
composiciones más “clásicas”; en ese renglón se instala también Kvali del
sueco Anders Hillborg responsable del Lontana in sonno previamente
grabado por von Otter en su compacto dedicado a compositores suecos
contemporáneos en 2008 para DG. La mezzo recurre al micrófono solo cuando
es necesario, cuando debe, tal el bellísimo arreglo de Practical
Arrangement de Sting o las de Mehldau o Costello.
En resumidas cuentas, dos mundos que se funden en
virtud de esta suerte de bailarina clásica dueña de la férrea disciplina
que le permite zambullirse en la danza contemporánea, algo que no funciona
al revés. En este caso la bailarina es una cantante que sale airosa
del laberinto que diseñó ella misma; su nombre es Anne Sofie von Otter.
* SO MANY THINGS, VON OTTER, BROOKLYN RIDER, NAIVE,
V5436
