Por Valeria Sampedro
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| Araceli Fulles | 
Hay buenas y malas víctimas. O víctimas inconvenientes, digamos.
Hoy me topé con una de ellas, una víctima de segunda. Con su familia, en
realidad.
Araceli Fulles, 22 años, desapareció el sábado 1 de abril en el barrio
Sarmiento de la localidad de San Martín. Su foto empezó a circular hace unos
días por las redes sociales, cuando todavía se buscaba a Micaela. Este lunes,
tras el hallazgo del cuerpo de Micaela y la bronca colectiva contra una
justicia que dejó en libertad al violador que terminó matándola, la búsqueda de
otra piba se volvió noticia en los medios masivos.
Lo que sigue es un diario íntimo de la hipocresía. También un dilema de
cómo hacer una crónica honesta y no perder la perspectiva (de género).
La primera contra que tiene Araceli, como víctima, es ser pobre. Pero
eso sería lo de menos si se tratara de una pobre "ejemplar" de esas
que le encanta rescatar al periodismo. No es el caso. Araceli abandonó el
secundario hace rato, tiene problemas de adicción, su muro de facebook advierte
que su actividad principal es "estar todo el día en la calle", su
mamá cuenta que era habitual que faltara de casa más de un día y su hermano
aporta que seguro no la tienen en la villa porque ya recorrió tres barriadas,
“allá todos la conocen a la negra y ninguno la vio”.
A favor tiene todos los dientes, mirada dulce y una sonrisa encantadora.
¿Cuánto de esto se puede contar? En las últimas horas leí varias notas
sobre Micaela, abanderada y mejor promedio, una chica llena de proyectos,
compromiso social y activa militante del Niunamenos. Sin dudas, todos esos
datos le ponen alma al nombre convertido en slogan de pedido de justicia. Pero
pienso qué pasa cuando la madre que tenés enfrente llorando desconsolada porque
hace días que no sabe nada de Araceli, te cuenta que la piba abandonó la
escuela, cayó en la droga y sus amistades hoy están en la mira como posibles
cómplices o responsables. Te dice eso y te muestra con mano temblorosa el chat
plagado de corazones y ositos intentando demostrar la buena relación que tenía,
que tiene, con su hija y cómo se preocupaba en saber todo el tiempo dónde y con
quien estaba. 
De cuánto le sirve el dato amoroso a doña rosa, inconmovible si aparece
la palabra villa en la crónica policial. 
La omisión también supone juzgamiento. Aviva la hoguera de la
estigmatización. Especular con ´mejor no doy tal dato porque hago
quedar mal a la víctima´ la vuelve un poco responsable de lo que pueda
pasarle. Eso sí que es revictimizar. 
Creo que es hora discutir la hipocresía que refuerza los estereotipos de
la buena víctima. Porque es a partir de esa omisión cuando la trama marginal de
pobreza-delincuencia la deja a la intemperie. Es cuando más necesita
micrófonos. Que nadie la silencie. Hablar de ese contexto de vulnerabilidad es
lo que permitirá entender que ella no se lo buscó, sino que justamente su
condición (de pobre, negra y/o drogadicta) la puso, la sigue poniendo en
riesgo.
Artículo originalmente
publicado en valeriasampedro.blogspot.com.ar