Muchos de los cambios
históricos de Bolivia han sido posibilitados por acciones, casi siempre
invisibles, de mujeres que ni si quiera ocupan un lugar en nuestra historia.
Cambio: dejar una cosa o situación para tomar otra. Cambio: cualidad inmanente
a todo ser y materia. Hejarei: voz guaraní (sincretizada), que significa
“soltar”, “dejar”, “dejar ir”.
Por Diego Aramburo*
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| Crédito Sofía Orihuela. En la foto, Rocío Canelas Blas. | 
Como parte de la actual aproximación escénica realizada sobre Bolivia,
realicé una tríada de obras que terminó llamándose precisamente Trilogía
Bolivia. De estas creaciones, la primera se centró en una subjetivación de las
cíclicas revoluciones de los últimos cien años que, siempre con la declarada
intención de llevar el país hacia tendencias más “de izquierdas”, han terminado
llevándonos a estructuras cada vez más conservadoras. La segunda obra de la
trilogía se centra en las paradojas de intentar ser artista en el presente
–paradójico por demás- en Bolivia. Y la tercera resulta una danza-performance
que de alguna forma refleja aspectos de “las Bolivias” menos urbanas, más enraizadas
en culturas ancestrales que habitan el espectro rural del territorio.
“Trilogía Boliviana III: HEJAREI” reflexiona sobre una de las
características cruciales de las distintas “bolivianidades”: la resistencia
como fuerza, pujanza y hasta como motor. La estrategia de sincretizarse, soltar
algo para preservar lo esencial, ceder absorbiendo algo ajeno para ‘vencer’ y
seguir siendo uno a largo plazo; una suerte de antropofagia empática
–antropofagia en el sentido de Oswald de Andrade. Y es, invariable y universalmente,
entre los más postergados que encontramos la más brava y heroica resistencia
que ha permitido a pueblos como los aymaras (del que proviene Evo Morales,
actual presidente y primer originario en ocupar el lugar de “mando” de este
país habitado por un 70% de pobladores de distintas culturas precolombinas), es
en las mal denominadas “minorías” de las que podemos esperar alternativas
diferentes.
Es de notar que, en Bolivia, la discriminación generalizada es y ha sido
clasial, racial y de género. En este sentido, uno de los episodios más
esclarecedores es la Masacre de Kuruyuki, sucedida en 1892; y fue tan
vergonzosa y tan tristemente representativa de la tradicional actitud
segregacionista de nuestras clases dominantes, que casi nunca es mencionada en
nuestra “historia” ni en su enseñanza. Ese suceso acaeció en lo que ya era la
República Independiente de Bolivia; en ese régimen aún se tenía a pueblos
enteros como esclavos de grandes haciendas. Al tratar ellos de sublevarse,
tanto el Prefecto de Santa Cruz, el coronel Ramón Gonzales, como el coronel
Tomás Frías, subprefecto de Chuquisaca, apoyados por el gobierno central de
Aniceto Arce, reunieron un ejército de más de mil hombres, entre militares
entrenados y civiles armados, que aniquilaron a seis mil guaraníes; seis mil
hombres, mujeres y niños armados apenas con arcos y flechas encabezados por
Apiaiqui Tumpa, quienes tan solo procuraban su dignidad y libertad de hombres
sin dueño, iyambae. Esta despiadada masacre mutiló al pueblo
guaraní y lo forzó a continuar en la inhumana situación de esclavos de
terratenientes que fueron premiados por el gobierno y recibieron aún más
tierras de propiedad ancestral del pueblo que aplastaron, y a “los vencidos”
los sumaron como esclavos.
Pero la historia oficial no
solo oculta el hecho, sino que, como siempre, se omite el crucial rol de las
“minorías”, incluso dentro las “minorías” –en realidad, se calla a todo el que
no sea parte de “la voz oficial”. Y en este evento, así como en toda nuestra
historia, el rol de la mujer es central: para empezar, el líder guaraní
Apiaiqui no hubiera llegado a serlo si su madre no hubiera sido la luchadora
que, esclavizada y para darle mejores oportunidades, dejó ir a su hijo y lo
entregó a quien podía ofrecerle un mejor destino, pero esto solo para luego
recuperarlo; y al ver Apiaiqui el trato que sufría su madre, se forjó en la
idea de liberar a su pueblo.
Asimismo, en la última década, años 2006 a 2015, cuando finalmente caen
una a una las haciendas que esclavizan a familias enteras de esta nación, la
mujer guaraní sigue siendo, como siempre, eje de la familia y la comunidad, en
la lucha por recuperar su soberanía humana, social y territorial. La mujer
guaraní ha protagonizado movimientos, liderado organizaciones e incluso
realizado la ofrenda extrema en pos de su pueblo: los suicidios colectivos.
Respecto a esta medida de aquellas mujeres determinadas que hacían
férreo y radical frente a la opresión física, psíquica y sexual a la que los
suyos eran sometidos, Bartomeu Meliá dijo que “las mujeres, que eran fuente de
una relación especial con la vida en su cultura, entonces, por no dar vida a la
muerte, daban muerte a la vida”.
Por todo ello es que esta tercer parte de la Trilogía Boliviana se
asentó en estos hechos y lo que conllevan a nivel de formas de pensar y de
actuar.
Pero hacer una obra
inspirada en ese pueblo, esas mujeres y esos hechos, no es ilustrarlos ni
representarlos, no es lamentar pérdidas ni forjar imágenes de héroes y heroínas
de un momento dado. Hacer una creación inspirados por todo ello implica vida.
Buscar en uno mismo la fuerza de cada paso dado, incluso algunos hacia atrás,
pero todos para seguir en pie. Buscar en uno, mejor dicho, en una –sea el yo
del género que sea. Buscar la fuerza femenina del dar.
El performancedanza “HEJAREI” es un proyecto esencialmente sobre la
feminidad.
La mujer tiene estrategias más naturales y sabias que el hombre. Él se
preocupa por siempre ganar y conquistar. La mujer, ya de manera orgánica,
física e instintiva, sabe que se debe ceder y dejar ir algo para dar paso a la
vida misma. Soltar aquello que permitirá lograr objetivos mayores es uno de los
grandes secretos de la mujer, pero también es la clave de los grandes logros
sociales y hasta del arte contemporáneo. Morir para vivir. Generoso secreto
quizás entendido solo por el cuerpo de la mujer. Pues ella sabe y vive que la
muerte es señal de vida y que la generosidad es la mayor fuerza y mejor forma
de todos ganar. El cuerpo femenino, histórica, semiótica, simbólica y
fisiológicamente entendido.
“HEJAREI” es un territorio
femenino que se enuncia a sí mismo como acción lograda al ofrecerse sin mesura,
exactamente como el territorio victorioso que es un cuerpo de mujer que se
yergue sin pedir permiso frente a una decadente cultura patriarcal y aún
machista que se ve paso a paso derrotada con cada mujer que no se detiene ante
nada y así gana espacios para los suyos y para sí. El territorio femenino
tantas veces perpetrado, vulnerado, invadido, y tan poco entendido.
El cuerpo desnudo de una mujer, tal cual se yerguen los cuerpos
guaraníes incluso en la actualidad. Desnudez que resulta una afronta digna y
furiosa contra toda máxima patriarcal que quiere objetizar y comerciar
imposibles apolíneos cuerpos erotizados a través de lo no mostrado, lo
provocador –y es así en realidad que se niega el cuerpo de la mujer real, la
que sí se desnuda en carne y hueso, la mujer madre, hermana, hija, mujer de
cualquier edad, raza y contextura.
Mujeres perfectas todas en su diferencia e imperfección: todas las
mujeres de carne y hueso, de cualquier medida y condición. Constatables como la
vida y la muerte mismas. Constatables, por ejemplo, a través de la medicina
–arte que en sus orígenes también fue femenino, pero apropiado por la visión
masculina, el ritual femenino de sanar se convirtió en la industria que niega
la virtud del dolor y la naturaleza (femenina), de sosegar el paso y atender
las causas cuando hay dolor.
Así como la danza, el
cuerpo femenino conlleva el flujo cíclico y vital que sabe que la naturaleza
antropofágica de todo ser es moverse, renovarse y, sin perder la esencia,
cambiar. Asimismo, la naturaleza femenina, central en las naciones originarias
y en “la Bolivia mayoritaria”, se basa en la cualidad del flujo, contraria a la
permanencia, y así posibilita su movimiento y avance. De hecho, ya en Grecia,
Heráclito y los presocráticos, postularon el fluir y el cambio como inmanencias
del ser –lo que se vería retomado por Nietzsche y luego por una serie de
filósofos trascendentales del actual pensamiento, como Gilles Deleuze-. Aunque,
al mismo tiempo, hay que reconocer que es común a la idiosincrasia de distintas
“bolivianidades” cierto apego por el pasado, al punto de romantizarlo.
Pero “HEJAREI” no es un homenaje ni a los pueblos ancestrales ni a la
mujer, pues en ambos casos quedaría corto. “HEJAREI” es un hecho vivo en el que
un grupo mujeres –la mayoría de ellas ni bailarinas ni performers-, ellas, sus
humanidades, sus cuerpos y sus almas, entregan algo de sí y afirman de esta
manera una esencia femenina, humana y artística.
La danza-peformance como tal, el hecho escénico que constituye la tercer
obra de la “Trilogía Boliviana”, es una coreografía ideada para ser realizada
por una bailarina (la coreógrafa y co-creadora de la obra, Camila Rocha), una
performer médico, (Abigail Villafán), y hasta veintidós invitadas ‘locales’ (de
cada lugar donde se presenta este hecho artístico), que realizarán una serie de
movimientos rituales gracias a los que entregan parte de sí, hechos personales
y la capacidad de bailar-moverse –en el caso de la única bailarina que hace
parte del hecho.
De esta manera, son quizás un recordatorio de otras ofrendas, pero solo
pueden serlo al ser una ofrenda en sí, una ofrenda digna y de fuerza, no de
resignación, sino de resistencias, victorias y logros, una ofrenda de valor.
“HEJAREI” es una acción de una lengua, una nación o un género. Es
ponerse de pie en acto de firme presencia y dar todo, principalmente el ser,
con limitaciones y dolores, con fuerza y determinación. Es un hecho (escénico),
en que se plasma esa intención de proyectarse hacia lo siguiente sin pasar por
alto el observarse en presente –pero observándose a carne viva, sin excusas ni
romanticismos-. Es el costo de la renuncia si se quiere continuar el periplo de
ser.
“Hemos sobrevivido a todo, somos
guaraníes”. Alejandro Romero, sabio guaraní.
* Diego ARAMBURO:
Diez veces Premio Nacional de Teatro en Bolivia, Premio Nacional
Abaroa, Premio a la Trayectoria (FIT Cruz - APAC y FIT Brecht), doble
Medalla de Honor de la Asamblea Legislativa Plurinacional de Bolivia.
Su reciente producción en Argentina le valió varios premios en ese país,
incluido el Premio Mayor, Premios Gran Teatro del Mundo 2011, en Córdoba; y el
Premio Mayor a la Mejor Obra Extranjera presentada en Argentina, Premios Gran
Teatro del Mundo 2014.
En 1996 fundó el colectivo que dirige, Kiknteatr. Paralelamente, su
producción en gran formato lo ha llevado a ser el primer director que
desarrolló su carrera en Bolivia en ser invitado a dirigir en compañías
independientes y teatros oficiales del mundo (Canadá, Argentina, Ecuador,
República Dominicana, Rumania, etcetera).
Ficha de la obra:
“TRILOGÍA BOLIVIANA III: HEJAREI – Inmortales”
Danza contemporánea para público adulto
Duración de la obra: 50 minutos
Concepto, Dirección y Puesta en Escena: Diego Aramburo
En escena: Abigaíl Villafán, Rocío Canelas Blas y Camila Rocha más
invitadas locales.
Creación: Aramburo/Rocha
Coreografía: Camila Rocha
Texto: Diego Aramburo (en base a testimonios de las “actuantes”)
Composición musical y universo sonoro: David Arze
Concepción espacial y de iluminación: Diego Aramburo
Aporte a la espacialidad/Cholets: Freddy Mamani y Marco Quispe
Equipo técnico: Christian Argote
Fotografía: Paola Lambertín / Sofía Orihuela
Video y diseño de Arte: Diego Aramburo
Agradecimiento a: Lía Michel, Alejandra Díaz, Rosa Caballero, Paola
Antezana, Odalis Sánchez, Gala Libertad y a Silvana Vázquez