Por Mariela Asensio
“¿Que mejor símbolo para el próximo
festival que esta actriz aventurera, esta mujer independiente, esta ciudadana
comprometida?”
Con esta frase, los organizadores de la 70
edición del Festival de Cannes presentaron el afiche con el cual rinden honores
a la actriz italiana Claudia Cardinale, que según el texto que acompaña su
imagen, “baila, ríe y vive”.
Hay que decirlo: la foto es preciosa,
corresponde a un original de 1959 en blanco y negro, a los 21, sobre una
terraza en Roma. Naturalmente, la propia Cardinale se mostró encantada con el
hecho de haber sido escogida para simbolizar una muestra tan importante. Hasta
acá, todos contentos. Sin embargo, la polémica no se hizo esperar: las
comparaciones entre la fotografía original y el cartel en cuestión dejaron
expuesta una obvia reducción en la talla de Claudia. Y si bien en ambas
imágenes se la ve esbelta, en la versión retocada aparece más delgada todavía.
Está claro que ni su espíritu aventurero ni su independencia ni su compromiso
pesaron a la hora de caer los diseñadores en la tentación de juguetear con el
Photohop.
Según el diario El País del 30 de marzo,
Cardinale difundió un comunicado en defensa del poster. Entre otras cosas,
habló de una “falsa polémica”, afirmó que “la imagen ha sido retocada para
destacar ese efecto de ligereza y transportarme hacia un personaje de sueño: es
una sublimación”, y dejó en
claro: “Hay cosas mucho más
importantes para debatir en este momento en el mundo. No nos olvidemos de que
esto no es más que cine".
Bueno -pensé para mis adentros- es
discutible ¿Qué es lo realmente importante a la hora de debatir?
Pero no quiero irme por las ramas.
Siguiendo el hilo de la idea inicial, relacioné este acontecimiento con
muchísimos otros -porque convengamos que el hecho de que la imagen de la mujer
está manipulada en todos los medios no es ninguna novedad-, pero por sobre todo
en un primer momento me irrité con Claudia Cardinale, porque consideré
inadmisible que aceptara estas reglas del mercado.
Hasta acá, todo muy políticamente
correcto. Mi conciencia y yo tranquilísimas. O al menos eso creí, porque no
mucho después se me vino una pregunta a la cabeza que me voló la paz de un
plumazo:
Mariela, ¿y por casa cómo andamos?
Mientras trato de responderme subo
fotografías a las redes sociales, siempre con filtros que me vuelven más
bonita. Sigo preocupada por lo que como y siempre pienso en lo que me puede
engordar eso que como. Si me siento delgada estoy de mejor humor. Me culpo por
no hacer gimnasia.
El otro día leí un texto de una obra en la
que voy a actuar, y ante la posibilidad de un desnudo, me horroricé. No pensé
en el desnudo en relación al relato, pensé en el desnudo en relación a la
apreciación que tengo de mi propio cuerpo desnudo. Ese fue mi primer reflejo.
 
Entonces, recapitulando: ¿Me voy a rasgar
las vestiduras porque Claudia no se enoja “como debería” frente a la reducción
de su talla? ¿Voy a poner el grito en el cielo por la falta absoluta de
conciencia que implica distorsionar la imagen de una mujer para que parezca más
flaca de lo que realmente era?
Y ahí, sin solución de continuidad,
mientras sigo aprendiendo de mis propias contradicciones, se me viene a la
mente este texto de Germaine
Greer:
“Lo personal sigue siendo político. La feminista
del nuevo milenio no puede dejar de ser consciente de que la opresión se ejerce
en y a través de sus relaciones más íntimas, empezando por la más íntima de
todas: la relación con el propio cuerpo”.
