Por Lulú von
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Estimadas Damiselas:
Un poco más acomodada
luego de mi desembarco presuroso y caluroso en Buenos Aires, sigo leyendo
vuestras cartas. Como les dije el mes pasado, iré contestando por temas, ya que
la mayoría no me escribe para preguntar sobre otra cosa de actualidad que no
sea la actualidad de las cuestiones amorosas.
Pues bien, me he
ocupado extensamente la edición anterior del tema del hombre histérico, así que
hoy nos dedicaremos al galán que se encuentra en el otro extremo de la curva,
el famoso y tan habitual “hombre obsesivo”. Y no empiecen a bostezar que
todavía no comenzamos. Porque es verdad que este señor a veces resulta un
poquito aburrido, también se ha observado (en los peores casos) que suele
llevar un cocodrilo en el bolsillo y hasta puede tener súbitos arranques de
ira. Pero no es de eso de lo que me voy a ocupar, ya que estos rasgos con un
poco de amor y buena voluntad podrían ser remediables. Nos referiremos a su
modalidad amatoria. Cuando digo “tan habitual”, es porque cuando de sexo
masculino se trata, las estadísticas dicen que los aguerridos “obses”
proliferan más, mucho más que los muchachos histéricos. ¡Perdón, mes amies, me autorizo a
disentir! Mi olfato, mi humilde y no tan humilde experiencia me dice que hay
una abrumadora presencia de señores histéricos en plaza. A las pruebas me
remito: aquí sobre mi escritorio están todas vuestras cartas.
No está de más,
entonces, saber quién es quién. No vaya a ser cosa que entren a algún grupo de Cheap to cheap, ellos estén a
la venta a un “precio cuidado” y ustedes terminen comprando gato por liebre.
Este particular señor
tiene su prototipo cinematográfico en Jack Nicholson, en la película Mejor…Imposible (¿Se acuerdan? Con Helen Hunt…). Al
principio del cortejo amoroso, el bueno de Jack aparece como “el
candidato”: un caballero que “lo da todo”, y es capaz de “sacrificar todo” por
Helen, la mujer que ama. Pero he aquí que viene con un pequeño defectillo
(siempre hay algo, chicas), y es que él no está dispuesto a perder NADA.
Y presten mucha atención cuando digo nada, porque va con mayúsculas
¡“NADA DE NADA”! Así que, mis damiselas, si en ustedes anida la loca fantasía
de tener un hombre que “les de todo”, el modelo es éste. Sí. Este les va a dar
TODO. O lo va a intentar, que es casi lo mismo.
El punto es que al
principio, en la vorágine de una relación que comienza, y dado que el
enamoramiento nubla toda perspicacia para detectar “signos” de que algo podría
no estar bien, lo dejamos pasar. Una vez, dos, tres. Hasta que un día ¡plink!
cae la fichita y nos vamos dando cuenta… ¿De qué?
Reflexionen, mes petites amies (ay, este viaje me ha pegado
frasecitas parisinas). A ver, ¿cuál les parece a ustedes que será el precio? A
esta altura de nuestra relación epistolar, y con todo lo que les he transmitido
de Psicoanálisis, creo que podrían adivinarlo. Porque es un precio ¡¡carísimo!!
Un costo enorme el que las mujeres pagamos para tenerlo “todo”. Pues bien, si
no lo adivinaron procederé a decirlo: La Muerte del Deseo. Casi puedo
escucharlas: “Si tengo todo y no necesito ya nada, ¿qué voy a desear?”
Y ahí están, las
pobres víctimas de los tremendos caballeros que se vanaglorian al decir: “Ella
no se puede quejar, no le hago faltar nada”. No quiero exagerar, pero son como
“muertas en vida”… Tristes chicas, lindamente vestidas y llenas de joyas y
zapatos carísimos, pero que si quieren ir a lucirlos en algún lugar que deje al
señor “fuera de control”, empiezan los problemas.
A menudo, en el
intento por continuar con su vida, esa vida que esta chica tenía antes de
conocerlo, ella emprende algún proyecto. En ese instante, él, desesperado, es
capaz de los mayores sacrificios para que todo vuelva “a la normalidad”. Para
que el deseo, como el Genio de la Lámpara, vuelva a quedar encerrado.
Imaginemos el
diálogo:
Él: Ay, mi amor, esa
carita, ¿te pasa algo? ¿Qué querés?
Ella: Quiero estudiar
Él: ¿Querés estudiar?
¿Para qué?
Ella: No sé…, quiero
hacer algo.
Él: Bueno, ¡está
bien! ¿Y qué querés estudiar?
Ella: No sé, algo.
Qué se yo… pensé “personal shopper”.
Él: “¿Personal
shopper”? Okey. Yo te voy a conseguir todos los profesores particulares que
hagan falta y construiré un shopping para que hagas tus prácticas así no tenés
que salir, y con esta inseguridad andar por la calle a cualquier hora.
Y el precio subjetivo
es éste: aplastamiento y agonía del deseo. Porque lo fundamental para que el
señor pueda sostener una posición deseante, es que del lado de su
partenaire no florezcan la inquietud ni el hambre de cosas nuevas.
Sí, qué loco parece, ¿no? Pero es así. Si ustedes están sin ganas de “otra
cosa”, él dormirá tranquilo. Por eso el obsesivo va a poner en acto todas sus
fuerzas para que no te falte nada. Tu pequeño universo deberá permanecer
escrupulosamente ordenado. A través de esta ordenación totalitaria, él aspira
al control y dominio de tu vida deseante.
Otra cosita. Sucede
que el obsesivo es muy sensible al reconocimiento de los homenajes que ofrece a
su compañera amorosa. Jamás dejaría que, así aplastada, la dama a la que él
agasaja no se muestre feliz. Que no cante cual ruiseñora adentro de su jaula de
oro. Y como tiene un enorme afán de justicia, no puede haber mayor agravio que
ella no demuestre ante el mundo su enorme gratitud. Sí, el “obse”, a
pesar suyo, a pesar de mostrarse y sentir como un Alma Bella, siempre les hará
una solicitud un poco mortífera.
Felizmente en estos
casos existe la resurrección. Y sí, las mujeres resucitan, y ahí viene el
problema, porque el obsesivo soportará cualquier cosa, menos que se goce sin
él. Y allí emprenderá todas las estrategias de recuperación. En esa escalada,
yo diría que se ponen más histéricos que los histéricos originales.
Mis queridas
damiselas, como ven, la intrincada madeja del amor no se desanuda así nomás. Es
un arte.
¡Au revoir!
Lulú von X