Por Moira Soto
Cálida, espontánea,
apasionada, con mucho sentido del humor, Cristina Dramisino va desgranando para
Damiselas los giros a veces extremos de una vida vivida a pleno en lo personal,
en lo artístico, también en el mundo de la economía… Bailarina hasta los 17,
perito mercantil que siguió Ciencias Económicas, bancaria que llegó a gerenta y
que –sin dejar por el momento ese puesto- en los tempranos ‘80 se volcó a
estudiar teatro, tuvo dos hijos cerca de los 40 y volvió al teatro, ya habiendo
adoptado a Chascomús como su hogar paralelo a su Caballito natal.
Imparable, Dramisino siguió
estudiando con Agustín Alezzo, trabajó bajo su dirección, hizo otros cursos y
seminarios, aplicó su perfecto inglés para hacer traducciones de piezas
teatrales, mereció premios y nominaciones, se metió en producción escénica
aprovechando su experiencia como bancaria. Entre sus remarcables actuaciones de
años recientes vale mencionar La importancia de ser franco (2004), Norma
de Boedo (2006), Independencia (2007, dirigida por
Lizardo Laphitz; y la nueva versión, en cartel, de Jorge Azurmendi), El
rufián en la escalera (2009), Sabor a miel (2012/13), En
boca cerrada (estrenada en 2016, también prosigue en 2017), Móvil (2016,
un semimontado conducido por Azurmendi que muy probablemente se presente en el
curso de este año).
Es evidente que CD va hacia
adelante por puro entusiasmo, con más que suficiente vitalidad para seguir
actuando, gestionando, proyectando. Guerrera de varias batallas, solo lamenta
que no haya más comedia en su andar. Deseo que ojalá se le cumpla este año,
cuando se desprenda de Evelyn, la tremenda madre dominante de Independencia;
y de Celia, la sensitiva tía de En boca… Dos personajes bien
disímiles que Dramisino interpreta en forma magistral.
¿Cómo fue que
llegaste al cargo de gerente de banco hace años?
-En esa época éramos pocas,
muy pocas las que lograban ascender. Después se fueron sumando, empezó a haber
gerentas de sucursales, pero siempre escasas en lo que era la dirección del
banco. A mí me tocó hacerlo en una subsidiaria donde se trabajaba en algo tan
difícil como el mercado de capitales, que se había generado en la etapa de la
plata dulce. Allí me desarrollé en cosas que, ahora que las miro a la
distancia, advierto que tenían que ver con la gestión, el hacer, el concretar.
Algo que me parece tiene ver bastante con nosotras las mujeres, porque una cosa
es escribir una teoría sobre la alimentación –que bien podemos escribir- y otra
poner la olla en el fuego y cocinar lo que toca ese día. Eso que hacemos en la
casa también lo podemos hacer en las empresas, llegado el caso. Me refiero a esto
de concretar propuestas, llevarlas a los hechos con sentido práctico.
¿Cómo se aplica
esta habilidad al mundo del espectáculo?
-De distintas maneras,
porque no todo es escribir, dirigir, actuar. Por supuesto que a mí me encanta
actuar, me parece que es un don que no hay que malversar una vez que estás
convencida. Es algo que me viene de familia: mi papá siempre fue un gran
narrador de las cosas de la vida. Él te decía, como buen socialista: “Me
encontré con el ciudadano tal…”, y a continuación te transmitía la vivencia de
lo que había sucedido, en registro cómico o dramático, según correspondiera. Y
yo, aparte de gustarme contar un personaje, una historia sobre la escena, tengo
otra vertiente: me atrae mucho la producción teatral, me interesa gestionar, llevar
adelante un espectáculo, juntar todas esas piezas y partes que culminan en una
representación. Como otras actividades, el teatro tiene sus regulaciones que se
imponen desde distintos lugares: en qué sala trabajar, cómo retener, cuánto
aportar a Actores, los subsidios… Por otra parte, cuando al local no le
conviene más una obra, hay que bajar aunque te hayas gastado una fortuna.
Bueno, todo ese quehacer en torno a la concreción de un espectáculo, me
interesa y estoy preparada para hacerlo por mi formación. Aunque soy una señora
grande, tengo muchas ganas de realizar cosas. Si es por genética, mi papá vivió
98 años.
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| Nuestra Natacha (1965) | 
O sea que tu padre
socialista te vio bancaria, subiendo de jerarquía, rompiendo el famoso techo de
cristal que impide a las mujeres llegar a altos cargos ejecutivos… ¿Cómo se lo
tomó?
-Mi papá había trabajado
con los ingleses en el ferrocarril, y admiraba la organización. De chica me
contaba en detalle cómo era el sistema: lo que hoy llamaríamos una numeración
binaria, lo que haría una computadora. Imaginate, las cuadrillas que trazaron
el ferrocarril estaban integradas por alemanes, italianos, gente de diverso
origen. Y tenían un capataz que podía ser un iletrado pero estaba en
condiciones de manejarse con ese sistema. Como a mi papá le daba bronca no
entender lo que hablaban los ingleses entre sí, quiso que desde chica fuera a
aprender ese idioma.
¿Siempre viviendo
en Caballito?
-Sí, una familia bien de
barrio. Pensá que cuando yo estaba por nacer, mis padres estaban yendo a El
Pial, una agrupación folklórica frente al club Ferrocarril Oeste, donde se
aprendía a bailar. Mucho folklore en mi familia… Me recibí de perito mercantil,
tenía 18 y había que ayudar a parar la olla. Entonces, mi viejo me hizo
redactar una carta muy ferroviaria, muy inglesa, escrita de puño y letra con
esa caligrafía impecable que te enseñaban en el colegio. Bueno, en realidad
fueron cinco cartas: una dirigida al Banco de Londres, otra al de Boston,
también a otras empresas donde podía pedir laburo.
¿Fuiste a un
colegio secundario de señoritas?
-Sí, el Instituto Argentino
Excelsior, de Rivadavia al 6000, para mujeres. Con mis compañeras estudiábamos
en grupos. Delantales blancos, medias tres cuarto azules, vincha azul. Aparte,
como se estilaba en ese entonces, estudié danza clásica hasta los 17. Las
muestras se hacían en el Teatro Empire; cuando paso por ahí, no puedo menos que
evocar las muchas veces que fui con el grupo a bailar en ese escenario con los
tutús, los trajes largos de sílfides. Quedé tan marcada por el impacto
emocional de esas funciones que aún hoy, cuando piso por primera vez un
escenario en un lugar nuevo, al empezar a ensayar, tengo como un impulso, un
reflejo de salir a bailar. Pero como te decía, llegó el momento de ayudar a
parar la olla familiar. Mi papá tenía 48 cuando yo nací, era del 900, te
hablaba de Darwin y Sarmiento como si acabara de discutir con ellos. Un
humanista ateo que se reía de los ritos de la iglesia oficial, mientras que mi
mamá era muy católica, llena de cruces y expresiones como “¡Ay, Jesús, María y
José!”. A lo que mi viejo retrucaba: “¿Para qué vas a molestar a tanta gente?”.
Mi papá argentino provenía de la Calabria Saudita; mi mamá era vasca,
“vascafrancesa”, diría ella.
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| Sabor a miel | 
Taurina, Calabria, el País
Vasco: tenés de dónde sacar tu temperamento…
-¿Sabés que hace dos años me
puse a estudiar el euskera?, una lengua cuyo origen no se conoce a ciencia
cierta. Se cree que tiene miles de años, que viene de los habitantes primitivos
de los tiempos neolíticos, que soportaron muchas invasiones: los vikingos, por ejemplo.
Por algo mi mamá tenía la piel blanca y transparente, y los ojos celeste cielo,
una nórdica, como algunos vascos (aunque la mayoría son castaños). Mi abuela
hablaba vasco y también las hermanastras de mi madre, aunque llegadas de París.
Tengo muchos sonidos, muchas palabras de ese origen incorporadas. Mirá, había
una canción que mi mamá –que vivió hasta 2009- cantaba y que yo la grabé y se
la hice escuchar a los vascos de Chascomús. La había aprendido de memoria sin
saber el significado, y un día la busqué en Google y se me apareció Miguel Bosé
cantándola. Y lo que a mí me sonaba como una nana, es nada menos que la
historia de una mujer que no quiere casarse, pese a que en el pueblo le dicen
que tiene que hacerlo. Pero ella resiste, alega que es muy feliz como soltera,
que le gusta ser libre. Me dio mucha risa, porque yo pintaba para soltera hasta
los 37, edad en que me casé con un chascomunense, y tenía esa canción –aunque
sin traducción- asumida desde la cuna.
Volvamos a las
prolijas cartas que llevaste a lugares viables de trabajo.
-Las mandé y así fue que
terminé en el Banco de Boston. Después de trabajar varios años allí, mi papá me
dijo un día: “Vos habrías sido una buena bailarina, pero claro esa carrera
exige una gran dedicación…”. Lo cierto es que cuando empecé a laburar, él ya se
sentía grande, la situación económica se estaba poniendo difícil, vulnerable.
Era la época de Onganía.
Más allá de tu
gusto por la danza, de tus experiencias emocionantes en las muestras, ¿tenías
también una atracción por los números, por los temas de la economía?
-Sí, se me dio esa veta cuando
en el secundario seguí de perito mercantil. Tenía esa facilidad, y más adelante
estudié Ciencias Económicas, que era la derivación natural.
¿Qué proporción de
mujeres había en la facultad en esa carrera?
-Bastantes. Te diría un 30 por
ciento.
¿Y qué se hizo de
ellas? Porque en la actualidad solo se ven economistas varones en la radio, en
la tele, en la prensa escrita, en los ministerios…
-Es así, apenas tuvimos un
tiempo una ministra de Economía “olvidadiza”. Es muy difícil que un hombre se
deje asesorar por mujeres en materia financiera. Muy difícil. Eso también lo
notaba en el banco, donde había compañeras brillantes, oficiales de crédito:
llegaban hasta ahí. Sin embargo, en esta ciencia que modeliza tantas variables,
las mujeres podemos ser muy buenas porque tenemos alto nivel de abstracción.
Creo que nos permitimos más jugar con variables, lo he comprobado a través de
muchos años de trabajo, con transformaciones tan fuertes como la
computarización de todos los sistemas, el vuelco total de rutinas que se hacían
a mano para pasarlas a la computadora. Pasé muchas mañanas con los
programadores pasándoles esas rutinas. Como yo había estado en muchas áreas,
podía hacer síntesis. Y había muchas mujeres trabajando en ese proceso.
Bueno, los últimos
años se está redescubriendo y valorando una cantidad de mujeres pioneras en
computación por su gran habilidad. La película Talentos
ocultos cuenta parte de esa historia.
-Exactamente. Te cuento,
cuando IBM había ido a hacer los primeros tests para determinar quiénes iban a
integrar los equipos, una colega y yo habíamos quedado con los promedios más
altos en un grupo de 50 personas jóvenes. Porque en el mismo banco habían hecho
una especie de búsqueda interna. Bueno, a mi colega y a mí nos dijeron: “No se
pueden ir las dos del área donde están trabajando”, que era Comercio Exterior.
Y no faltó el jefe que me dijera: “Pero usted, ¿qué va a hacer con una máquina?
Quédese, aquí está su futuro…”. Tal cual.  De la economía me interese la
vertiente humanística, que la tiene a pesar de que estudia el comportamiento
más racional del ser humano, que es el manejo de escaseces. Se puede estudiar
la historia de la humanidad a través del manejo del dinero hasta llegar a esta
red de vinculación internacional movida por flujos de dinero. No estoy
descubriendo nada, ya sé, pero es fascinante observar esos comportamientos.
|  | 
| Independencia | 
¿Por qué lo de las escaseces?
-Porque lo que abunda no le
interesa a la economía. Todo tiene un precio, y cuanto más ávido y codicioso se
vuelve el ser humano, más evidentes son las diferencias que se generan. Anoche
lo hablaba con un colega que vino a ver la obra Independencia,
actuario él: al final de cuentas, llámalo como quieras, Ansés, Tesoro de la
Nación, erario público… Se trata de fondos que pagamos los contribuyentes, los
sistemas están preparados para que esos fondos sean manejados con un sentido de
justicia social, en teoría. Y por gente honesta y decente. Ahora, si
intervienen ambiciones, rapiñas y otros deslices, no hay erario que alcance.
Así no se llega a una sociedad justa que provea el bienestar básico de todos
los ciudadanos.
Algunos países
chicos y nórdicos han logrado acercarse a esa sociedad más equitativa, con
menos corrupción y tendiendo a la igualdad de derechos y oportunidades.
-Sí, efectivamente: justo los
descendientes de aquellos bárbaros, ¿no?
Decime, aparte de
lo concerniente a la danza y el placer estar algunas veces en el escenario, ¿de
chica tenías alguna tendencia a ser actriz?
-Cuando terminé la primaria
en el colegio Joaquín Víctor González, escuela pública de Caballito, se hizo
una suerte de cuadro filodramático, algo muy de la época, una situación en la
que se habían conocido mis padres: como buen socialista, el viejo llevaba
libros y teatro a las estaciones de tren donde él era jefe. Y parece que a mi
mamá la conoció en Garín, hicieron una demostración teatral y se enamoraron.
Ellos siempre hablaban de obras como La novia de los forasteros,
mucho teatro argentino. Y a los 17, el colegio cumplía un aniversario redondo y
las alumnas hicimos Nuestra Natacha, de Alejandro Casona. Un
director amigo de la profesora  de literatura hizo la puesta, y me tocó el
papel de Natacha. Sí, fue el comienzo de algo que retomaría muchos años
después: percibí que el teatro era algo maravilloso.  Trabajamos meses
junto con chicos que venían de la Escuela Industrial, en el Teatro Marconi.
Luego hubo una larga impasse que se extendió hasta comienzos de los ’80, cuando
ya había cumplido con la responsabilidad de ganarme la vida y ayudar a sostener
a mis padres, había estudiado Ciencias Económicas, había ascendido en el banco,
había tenido amores –pocos, pero importantes-, tenía buenos amigos, estaba
solterísima. Pero yo sabía que había algo latente, deseado, que había quedado
por el camino.
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| Nuestra Natacha (1965) | 
Durante tu etapa
estrictamente bancaria, ¿ibas al teatro?
-Sí, al teatro siempre, pero
nunca fui lo suficientemente lectora. Asignatura un poco pendiente. Más
adelante, a Agustín Alezzo le comenté en una ocasión: “Puedo recitarte
circulares enteras del Banco Central, pero, ay, qué poco he leído”. Sin que sea
una justificación, creo que en parte esta falta tiene que ver con que soy una
persona de acción. Lo cierto es que la mayor parte del tiempo la dedicaba a mi
trabajo, y solo me acercaba al teatro. Hasta que un día, María Inés Peñalba,
una gran amiga-hermana chacomunense me sugiere estudiar teatro…
¿Aquí entramos en
otro capítulo decisivo de tu vida?
-Sí, un capítulo
fantástico. Estábamos en el ’72, en la facultad, plena convulsión, y nosotras
estudiando Ciencias Económicas cuando me hice amiga de María Inés. Participábamos
en las tomas del Decanato, salíamos a las calles con pancartas. Me importaban
los temas sociales, sabía que el mundo era injusto y que las cosas tenían que
cambiar. Mis padres nunca se enteraron de lo que sucedía en esas fechas.
Llegábamos a casa medio desgreñadas, tiznadas, pero no se nos ocurría contarles
lo que era dar los parciales con los caballos dentro del patio de la facultad.
O vivir la terrible angustia de llegar a un bar y preguntar: “¿Dónde está
Fulano?”, y que me dijeran: “No vino”. Y a los pocos días insistir: “Pero cómo,
¿hoy no vino tampoco?”
¿Por ese entonces
te relacionás con el teatro para estudiar?
-Sí, mi amiga me lo había
sugerido, y un gran amigo, a quien quise mucho, Eduardo Prado, me consiguió el
teléfono de Agustín Alezzo. Pero déjame que te diga que María Inés era de
Chascomús, adonde yo viajaba una vez por mes a estudiar, tenía mi lugar en su
casa.
|  | 
| Dramisino con sus hijos, Pedro y Cecilia | 
¿Qué fue lo que te gustó
tanto del lugar?
-Lo que a ellos les molestaba,
a mí me encantaba: que se conocieran todos. Que saliera a la calle y me
saludaran, saber quién era quién… Y después de muchos años me casé con el
chascomunense Eduardo Pertusi, profesor de música en el Conservatorio de
Chascomús. Realmente encontré al hombre de mi vida, aunque suene a película de
Claude Lelouch. Nuestra casa principal oficial está allá, acá tenemos un pied
à terre, donde nuestros chicos estudiaron sus carreras, yo paro ahí
cuando estoy haciendo teatro. Pedro nació cuando yo tenía 38 y María Cecilia a
mis 41. Como me dijeron en el campo: “Ah, una planta de floración tardía”.
Bien, no te voy a hablar del amor incondicional, visceral que te generan los
hijos. Nada que ver, pero otra de las cosas que me gustaron del pueblo fue la
relación natural con la muerte que noté; yo, que temía la partida de mis
padres, hija única… Y no solo porque el cuñado de Inés tenía una funeraria:
empecé a observar una aceptación, un acompañamiento del ciclo vital de las
personas en su totalidad. Algo muy del campo, de seguir el curso de la
naturaleza. Por otra parte, hay mucha vida cultural en Chascomús.
¿Qué hiciste
finalmente con el dato de Alezzo que te pasó tu amigo?
-Finalmente, empecé a
estudiar con el maestro en el ’82. Llamé, hablé directamente con él, me dio los
datos para inscribirme en el café de Jean Jaurès y Córdoba. Lo anoté en mi
agenda poco menos que con letras góticas. Hice contacto, cumplí la rutina, di
el examen de admisión. Cuando fui a buscar el resultado, Alezzo me sacó de la
fila y me pregunto repetidamente si iba a estudiar teatro. Respondí que sí y me
dijo la palabrita mágica: “Ingresó”. Bajé levitando la escalera de Jean Jaurès.
Lizardo Laphitz en ese entonces nos daba clases de aproximación al cuerpo del
actor, o algo así. Fueron años dorados para mí: aunque seguí laburando por un
tiempo en el banco, la vida cambió radicalmente para mí. Mi mente se abrió a
horizontes amplísimos, insospechados, se me despertó esa pasión que no muere.
Justo había terminado una maestría en administración de no sé qué, que había
traído la Universidad de Navarra. A los 34 empecé a estudiar teatro, dos años
con Alezzo y Lizardo. Enseguida me casé, tuve a mis hijos, seguí con el banco,
donde Alezzo pasaba cada tanto a visitarme, lo ayudaba en algún trámite que no
entendía. Un día le dije: “Ay, maestro, cómo extraño sus clases. Pero no tengo
tiempo”. “Organícese”, me responde muy serio. Entretanto, en Chascomús, cuando
se enteraron de que había estudiado con Agustín me empezaron a convocar las
compañías locales. O sea, que esos años de la primera infancia de mis chicos hice
teatro allí, donde había dos directores valiosos, Jorge Portela y Carlitos
Falomir. Trabajaba la gente del pueblo, hicimos obras como Proceso a
Jesús, Diálogos de carmelitas en las iglesias… Desde el’83
hasta ahora no paré nunca de hacer teatro, acá o allá. La cosa era morder el
escenario, estar entre bambalinas actuando personajes, haciendo traspunte,
ayudando de alguna forma. Ahora hay muchos jóvenes con iniciativa, hay una
escuela de teatro. Tenemos una sala grande, operística, hermosa: el teatro municipal
Brazzola, pero faltan espacios más chicos.
¿Tu primera vez en
las tablas porteñas?
-Fue con Tina Helba que iba
mucho a Chascomús, cuando hacíamos el festival de teatro, llevaba la Compañía
de Luján. Y un día estaba presentando en la Feria del Libro de Buenos Aires un
espectáculo, De madres e hijas, con escenas de distintas obras. La
actriz que hacía de relatora, de nexo entre las distintas situaciones tuvo un
problema. Así que salí al toro, previas indicaciones de Tina, que me alentó
mucho. Esa fue mi primera incursión porteña.
|  | 
| Sánchez Bulevar | 
¿Alezzo estaba al tanto?
-Fue al poco tiempo que se
produjo ese encuentro donde me conminó a que me organizara. Resultó la palabra
necesaria, y me organicé. Con María Inés hicimos una especie de convenio: yo me
quedaba en su depto en Buenos Aires determinados días para volver a estudiar.
Lo logré y al poco tiempo me convocaron para una obra que dirigía
Lizardo, Roberto Zucco, de Koltès, donde me tocaba de entrada una
escena muy jugada: hacía a una madre violada y asesinada por un desconocido. A
partir de ese trabajo, si bien seguí con los seminarios, empecé a trabajar
continuadamente en teatro, a intervenir a veces en la producción. El
entrenamiento siempre lo hacía con Alezzo, a quien le tengo fe, además de
respeto y un profundo amor. También he trabajado muy bien con Lizardo. Lamento
que se hayan distanciado.
Hubo más
directores y directoras en tus actuaciones.
-Desde el 2000, tuve
oportunidad de estar con María Esther Fernández en El Búho, a menudo ayudando
con temas de habilitación, tan arduos para esos teatros: los procedimientos,
las fórmulas, los bancarios sabemos llenar papeluchos… Me comprometo mucho en
dar esa mano cada vez que hace falta. Me pasa ahora que estamos en el Andamio
con Independencia: Alejandro Zamek habla un idioma cercano al de
Alezzo, de María Esther, en el sentido de que ponen las obras con sentido de
pertenencia, las defienden. Aprecio mucho esa conducta. También me dirigió Eva
Halac en Sánchez Bulevar, un placer verla trabajar. Y, aunque no me
alcanzaría el espacio para nombrar a todos, no me quiero olvidar de Dennis
Smith con quien hice la película El ayuno, también Teatro Urgente
en 2015, con testimonios de los sobrevivientes del atentado contra la Embajada
de Israel. Y si bien no se trata del director más genial, quiero mencionar a
Julio López, fue muy grato hacer con él Norma de Boedo. Con Dennis
también hicimos un disparate musical, él quiso que interpretara a su madre. Y
con Rodrigo Rivero trabajé en unos cuadros musicales porque me lo pidió. Adoro
aprender cosas nuevas con los jóvenes. Siempre tratando de dar con los
personajes apropiados, tratando de no vender otra edad…
|  | 
| La importancia de ser Franco | 
Aunque muchos
directores parecen identificarte con el drama, sos una actriz con mucha
destreza para la comedia. En La
importancia de ser Franco, versión de Hugo Halbrich de la obra de Oscar
Wilde, tuviste un rendimiento inolvidable. Incluso en algunas publicidades
aparece esta veta tuya. Pero hay ausencia de comedias en tu CV.
-Parecería que ese género no
aparece en la cabeza de los directores que me llaman. Creo que tengo un don
natural, un sentido del humor, sí, me encanta la comedia. Como productora, la
estoy buscando, pero no te creas que es fácil encontrar una buena en la
actualidad. Mirá, llevo ese género en mi corazón porque en mi casa, cuando era
chiquita, se escuchaban las transmisiones del teatro, por radio Porteña, todos
los días, menos los lunes. Pasaban las comedias de Paulina Singerman, por
ejemplo, deliciosas, que yo me aprendía de memoria. Y después, me llevaban al
teatro a verla.
El/la comediante,
por inspirado que sea, ¿debe mantener cierta integridad, evitar la demagogia?
-Precisamente. En Chascomús
hicimos en una oportunidad Servidor de dos patrones, de Goldoni, en
el patio de la casa colonial donde se filmó Camila; y no  te
puedo explicar el efecto comiquísimo cuando adaptábamos algunas citas a los
nombres de lugares del pueblo: “Sí, frente a lo del Tal o Cual…”, porque
pensábamos que así debió haberse hecho en época del autor. Bueno, esas
referencias eran válidas y causaban gracia. Pero incluso siendo teatro
vocacional, lo primero que aprendimos fue eso: no cebarnos con el público, no
entrar en la facilidad.
|  | 
| Móvil | 
Hace poco
estuviste en un par de funciones, como semimontado, de Móvil,
de Sergi Bebel, en el Cervantes, bajo la dirección de Jorge Azurmendi, con Ana
María Castel, Maia Francia y Nelson Rueda. Ahí te divertiste y se divirtió el
público…
-Sí, justamente estoy
tramitando los derechos de esa obra. La hicimos con ese elenco divino, y generó
una repercusión increíble en el público, la gente se doblaba de risa. Al texto
le falta adaptarlo un poco a nuestro lenguaje. Ojalá lo logremos, hablé con el
autor, le di detalles de la realidad de nuestro teatro alternativo.
En el caso de
Azurmendi, que dirige Independencia y En
boca cerrada, ¿te has encontrado con un director particularmente afín?
-Totalmente. En primer lugar,
es una excelente persona. Y lo estimo mucho como director, creo que nos ha
hecho calar hondo a los actores en temas relativos a la familia, el amor, la
sexualidad, en ambas obras. Jorge tiene una gran sensibilidad y una amplia
formación intelectual, siempre investigando, profundizando. Me encontré con un
director con el que comparto muchas cosas y a quien respeto. Por eso me animé a
hacer Independencia de nuevo,  10 años después, bajo otro
enfoque. Además, ahora en el Andamio se ha extendido el espacio respecto del
teatro anterior donde la hicimos en 2016. La primera persona que tuvo que ver
con reponer de otra manera la obra de Lee Blessing fue Cecilia Chiarandini,
autora de la traducción, que actuó en aquella y en esta puesta. Ella me mandó
el texto revisado por email diciéndome: “Esta es una obra para revisitar”, el
22 de enero de 2016… Más tarde me llama Lucía Di Carlo, intérprete de la puesta
actualmente en cartel, y me comenta que Jorge Azurmendi quiere hacer Independencia.
Así renació esta pieza que aprecio tanto.
Entre los
“desvíos” que tomaste en tus oficios figura el de traductora de teatro.
-Sí, traduje algunas
obras: Espectros, de Ibsen, de una versión inglesa; El
rufián en la escalera, de Joe Orton; también le traduje a Alezzo la última
de Tennessee Williams, algo así como Una casa destinada a caer –refiriéndose
al sistema norteamericano, mirá vos-, pero no se estrenó aún. Es un tema
complejo el de la traducción porque te estás manejando con las ideas y las
emociones y las palabras –en la lengua original- de un autor, pero a la vez lo
estás encarnando en cierta forma, y cuando pasa por el brazo y llega a tu mano
ese texto, terminan siendo tus palabras las que escribís… A veces, en la
búsqueda de obras, con Cecilia Chiarandini traducimos una parte una, la otra,
otra parte del mismo texto. Las juntamos y parecen de autores diferentes: por
los matices de la lectura que hizo cada una, por los localismos… El siguiente
paso es tratar de aunar criterios.
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| En boca cerrada | 
¿Qué tenés para
decir de los personajes de Evelyn, la madre de Independencia,
y de la tía Celia, de En boca cerrada, que estás interpretando actualmente?
-En un día domingo como
este, que estoy entre una y otra, te puedo decir que siento amor por las dos:
la madre de Independencia se me parece bastante, en lo más
profundo comparto con ella el terror de que me abandonen, de que me dejen sola;
y a la vez estoy en absoluto desacuerdo con su intención de cercenar la
autonomía de sus hijas. Puedo hacerla porque entiendo  ese instintivo amor
posesivo, pero estoy en las antípodas de imponerle sujeción a los hijos.
Además, hay algo
en este personaje que ingresa en el desequilibrio mental, cuestión delicada
para actuar.
-Muy delicada, sí; pero no
te rías como hizo Alezzo en su oportunidad, cuando le dije que yo no creía que
Evelyn estuviese loca. Como actriz decidí ignorar esa posibilidad, porque me sirve
negarla. Y por otra parte, pienso que ella no quiere que crean que está loca,
aunque se mueva en la cuerda floja. Con la tía Celia de En boca cerrada,
mi relación es por completo entrañable, hay cosas de ella que me llegan
profundamente al haber estado yo soltera tanto tiempo, algo que el común de la
sociedad aún no se banca del todo. Afortunadamente, tuve una familia muy
grande, donde había tías solteras, tíos solteros que estaban como añadidos a la
familia principal, y yo percibía que tenían este cuidado de pasar un poco
inadvertidos, de no ser protagonistas, de cultivar la discreción. Pero
sobrevivían con elegancia, y siempre, en el rincón de las hornallas, junto a un
hermano, a una hermana se daba el momento de intimidad, de confianza. Mientras
que el ama de casa, esposa y madre, permanecía atada a sus quehaceres, ellas,
las tías solteras, iban a misa, salían, iban al teatro, a tomar el té, se
hacían un viajecito… Entre ellas, la más querida fue la tía Catalina Dramisino,
solterísima: para mí, el modelo de la tía Celia. Siempre con un par de guantes
y un libro en la mano, siempre actualizada.  ¿Sabés que justo cuando
empecé a estudiar con Alezzo, Badillo estrenaba esta perfecta partitura teatral
En Buenos Aires? Cuando el año pasado me llegó este proyecto, enseguida dije
sin dudarlo: la tía Celia, sabiendo que estaba a la sombra de Paula, la madre.
Esta obra se dio en Chascomús a mediados de los ’80, y Badillo fue para allá.
En ese momento, yo era joven para la tía, pero hice el traspunte y desde entonces
me sabía el texto de memoria. Aunque en la versión actual se redujeron algunos
párrafos que remiten al chico que le cuenta su vida a la tía –los radioteatros
que oía, las películas que veía- , de todos modos está lo esencial. Lo que se
cortó me quedó adentro, está latente en la obra y en mi actuación, me sirve
para modelar el personaje. Creo que la puesta de Jorge es más concisa, se juega
en la relación amorosa de los jóvenes. La primera lectura con los actores y el
director se hizo en el comedor de mi casa y estuvo llena de revelaciones
personales, de emociones fuertes y de repente, ya estábamos ensayando. Actuar
con Rita Terranova, tan lucida en el rol de la madre, con todo el elenco ha
sido una estupenda aventura. Una buena conjugación de principiantes y gente con
cierta experiencia.
Independencia, de Lee Blessing. Hasta fines de marzo, con
Cristina Dramisino, Cecilia Chiarandini, Lucía Di Carlo y Anahí Gadda, con
dirección de Jorge Azurmendi. En Andamio 90, Paraná 660, los sábados a las
22,30. A $ 200 (estudiantes y jubilados $ 150).
En boca cerrada, de Juan Carlos Badillo. Con Rita Terranova,
Cristina Dramisino, Ulises Pafundi, Roberto Romano, Hernán Muñoa y Lucía Di
Carlo, con dirección de Jorge Azurmendi. En el Teatro del Pueblo, avenida Roque
Sáenz Peña 945, los lunes a las 20. A $ 200 y $ 170.
