Por Guadalupe Treibel
Imagine que una potente batidora
industrial mezcla los más enrevesados culebrones brasileros, un John Waters de
cabotaje, actores no-actores con torpeza para gesticular y facilidad para el
grito, y una “jueza” cantora que, cuando no dirime, toma prestadas citas de
Wikiquote. Una batidora con tan potente motor que el mejunje se revuelve ni en
2 horas ni en 798 capítulos: apenas 10, 15 minutos, sobrado tiempo para que la
peliaguda trama se cocine y sirva sobre un mantelito kitsch un pelín deshecho.
Tramas que, juran y recontrajuran, apenas reproducen situaciones reales de
personas reales de la propia vida real. Como el de la muchacha que se ha
sometido a 12 abortos por adicción a los espéculos. O el caballo que se interpone en
una relación de pareja. La señora desesperada que ruega que le quiten el
permiso de portar armas a su marido… ciego. El padre que cría abejas, con hijo
alérgico y madre que pide la custodia. La payasa iracunda porque su hermano
mancha la empresa familiar al hacer shows eróticos vestido de clown. Las
hermanas enfrentadas por un criadero de sapos alucinógenos…
No, no, rotundo no: no me arrepiento de mi
por Caso Cerrado, aunque
casi me cueste la razón de lunes a viernes a las 18.30 (Telefé). Y no solo
porque sus historias le pasen el trapo a cualquier bodrio turco o nacional
(cuyos guionistas bien harían en atender a los giros ¡inesperados!  y la
resolución de conflictos del show de corte, que con 16 años de pantalla no
pierde la creatividad), sino por ella: la “jueza” cubana-estadounidense Ana
María Polo (en realidad, abogada), que dirime a cara de perro litigios que
harían estallar en carcajada a cualquier otro mortal. Y además de ofrecer un
manto legal a circunstancias imposibles, tan versada en normas jurídicas como
está, hace que prevalezca la tolerancia y el sentido común, un don que a veces
se pierde de vista. Sin mofarse ni vapulear a sus litigantes, nunca jamás;
aunque indignándose correspondientemente si la ocasión lo amerita. Ojo, también
me derrite cómo ella zanja los asuntos al grito de “¡He dicho!”, acompañando la
practicada exclamación con el martillazo habitual, un artificio teatral tan
pero tan… tanto que compite con las dramatizaciones subrayadas de Julio Chávez.
Y sin esperar un Martín Fierro a cambio, sobra la aclaración.
¡Y para colmo canta! En la intro, la doctora
Polo se pone salsera y muy cachengue canturrea: “No me importa tu raza o tu
sexo, pa’ qué hablar de eso, y ni de donde vengas, / en el momento en que te
haga falta y que tengas un problema y lo veas, / al final del túnel, la luz que
te alumbra y te ayuda a salir del dilema, / ese es mi lema. What’s up baby,
aquí siempre yo haciendo /. Si estás acongojado ven derechito a Caso Cerrado, ay, ay… / En Caso Cerrado, problema
arreglado / ¡He dicho!”. Acto seguido, la cita del día; por ejemplo, dice
Ana María: “‘Mi sangre ahora corre por sus venas, ella vivirá a través de los
siglos como he vivido yo’. El Conde Drácula. Veamos qué tiene que ver con el
caso del día”. Y llega a su corte un muchacho que quiere que su ex
(emperifollada en capa de criatura de la noche) embarazada le entregue al niño
nomás nacer. “Me sacó mucho de onda cuando empezó a obsesionarse con la
inmortalidad. Ella cree que se puede volver inmortal”, dispara él. “¿A través
del vampirismo?”, pregunta Polo. “Sí, a través del vampirismo”. En verdad, la
muchacha es fan de la cultura vamp, y quiere hacerse modificaciones físicas a
tono: cuernitos por aquí, tatuajes por allá, colmillitos forever, lengua partida;
y el chico piensa que será un pésimo ejemplo para el venidero purrete. La
doctora escucha, y llama como testigo a María José, una muchacha con cuerpo
superintervenido, que igualmente es madre ejemplar; llama a una psicóloga y a
un sacerdote. Escucha, interroga, dirime: niega la demanda. Cada cual puede
hacer lo que le dé la gana, siempre  y cuando ame y respete a los demás,
¡ha dicho! Que pase el que sigue…
Poco se sabe de su vida personal, la doctora Polo opta por la
discreción. Se conoce, eso sí, que de niña ganó un concurso para viajar al
Vaticano y cantarle al Papa Juan VI. Que está graduada en leyes y ciencias
políticas en Universidad de Miami, que ejerció como abogada especializada en
Derecho de Familia durante casi dos décadas. Que estuvo casada con un hombre 10
años mayor, pero se divorció. Que adoptó a un chico y lo crió como madre
soltera. Aunque se le adivinan algunos retoques, en más de una ocasión ha
declarado: "Si duermes ocho horas por día, no tienes que operarte la
cara". Se dice que es bisexual,
rumor que ni confirma ni niega. Y cuando tuvo cáncer años atrás, Ana María se
sacó el corpiño y mostró la cicatriz de operación para alentar a otras mujeres
en semejante situación. Es una estrella en toda América Latina, una autora
best-seller, una bonne vivante. Su frase de cabecera, que repite en cada
emisión, es por lo menos bienhechora: "Sean
corteses, anden con cuidado, edúquense lo más que puedan, respeten para que los
respeten y que Dios nos ampare". Colorida
info que, aunque suma, no es determinante al momento de sentarme frente a la
caja boba y disfrutar cómo dirime el caso del muchacho que denuncia a su pareja
por haberse vuelto adicta a los enemas de café, o la mujer que quiere convertir
las cenizas de su difunto esposo en un juguete sexual.
